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El Telégrafo
María Dolores Miño

Cultura de acoso

17 de febrero de 2022 - 00:00

Resulta incomprensible, para quienes trabajamos en la defensa y promoción de derechos humanos, que situaciones de acoso público a mujeres en medios de comunicación, como el que ocurrió en el programa “Esto es Fútbol”, de la cadena Diblu, sea objeto de “debate”. La violencia contra las mujeres, y la correspondiente sanción social que esta amerita, no debería  ponerse en discusión. Debería condenarse de manera categórica, no solo en el ámbito de lo legal, sino especialmente desde lo social.

Desafortunadamente para nuestra sociedad, la violencia contra las mujeres está tan normalizada, que no la vemos a pesar de vivirla a diario. Eso explica por qué, ante las imágenes repugnantes de cinco señores acosando verbalmente y en modalidad cargamontón a una joven periodista, existan personas que en lugar de indignarse como corresponde, pretendan justificar ese acto de violencia argumentando que se trata de “informalidad del formato del programa” o “piropos”.  

Con estos absurdos se ha justificado el acoso contra nosotras durante siglos. Y mientras tanto, para nosotras, mujeres y niñas, las acciones más cotidianas de la vida, como salir a la tienda de la esquina o ir al colegio, se volvieron verdaderos actos de valentía, porque nos es imposible andar solas sin que algún agresor, de menor o mayor calibre, nos aterrorice con silbidos, apodos subidos de tono, o propuestas indecorosas no solicitadas. Otros, aún más cobijados en la impunidad del sistema que les excusa, exhiben sus partes íntimas a adolescentes aterrorizadas, o se masturban en el transporte público al lado de sus víctimas. Y ni hablemos de los profesores que aprovechan su poder en las aulas para “morbosear” a sus alumnas, y de las autoridades académicas que usualmente los encubren y hasta arremeten contra quienes denuncian.

Estos no son hechos aislados. Todas los hemos vivido, desde pequeñas y hasta grandes. En espacios públicos, en el ámbito privado, si vamos en minifalda o calentador, si somos bonitas o feas, amigables o distantes. No importa si somos adolescentes o adultas mayores, si de clase alta o de estratos sociales empobrecidos. Lo que nos atraviesa a todas las mujeres es ser percibidas como objetos de apropiación y de disfrute de cualquier hombre;  lo que nos une es ese miedo ancestral a sufrir agresiones en todo espacio que nos atrevemos a habitar. Porque parecería que para las mujeres, el precio de existir, es tolerar que nos traten como objetos o pedazos de carne, y hacerlo con una sonrisa y sin chistar. Porque si nos quejamos, somos “amargadas” o “feminazis”. Aceptar ser agredidas es un mandato social.

Gracias a la cultura de acoso, el miedo a ser agredidas es parte de nuestra vida diaria.  Tenemos miedo no solo de los extraños, sino de familiares, amigos, jefes, maestros y colegas. Incluso nuestras casas, nuestros lugares de trabajo y de estudio, son escenarios propicios para la violencia. Y esto es así, no tanto por culpa de los agresores, sino porque éstos actúan en un marco de impunidad social donde estas conductas no solo son toleradas, sino hasta defendidas y festejadas.

Para muestra, los periodistas de “Esto es Fútbol”, que ante las expresiones de acoso a la periodista por parte de Canessa, se ríen, comentan, y aplauden, cómplices felices de la agresión. Si alguno de ellos hubiera sido medianamente decente, habría intercedido en favor de la agredida. Habría puesto en su sitio al morboso. Habría reclamado por un trato respetuoso a la colega. Pero ninguno lo hizo, porque en el fondo, lo que hizo Canessa reflejaba la intención de todos. Que ahora, presionados por los comentarios en redes o por sus familiares, se vean forzados a dar excusas a medias, no quita el hecho vergonzoso de que, por años, han sido parte  y se han beneficiado de un sistema de comunicación social que genera réditos a partir de maltratarnos y de exhibirnos como como objetos.  Ante eso, y con justa razón, las denuncias en redes, los “tuitazos” y los movimientos estilo #MeToo, servirán, ojalá, para exponer a los acosadores como son, y para condenar socialmente estos repudiables actos.

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