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El Telégrafo

¿Cuánto habrá cobrado Varguitas?

28 de febrero de 2012 - 00:00

Siempre he guardado sospecha y desconfianza para Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, conocido universalmente como Vargas Llosa. Es el más caracterizado de esos plumíferos que llevan una vida rutinaria y tirada a cordel, mostrando una lista de precios unitarios por los servicios que ofrecen con su pluma-cuchara.

Ello no me impide reconocer que, en el oficio de escribir,  él es Cardenal a tiempo completo, y yo solo un monaguillo de día domingo, de gran corazón y valiente espíritu.

Me fastidió la maniobra del State Departament para que le concedan el Premio Nobel de Literatura, porque este ciudadano español, nacido en Arequipa, representa a sus creencias, conceptos, y actitud ante la vida, con el simbolismo de los dólares; y ese premio trae aparejado casi un millón y medio de ellos. 

En testimonio de disconformidad con el inca renegado que habla de la América Morena como si fuera sajón, no escribí nada cuando lo premiaron. Interrumpí la costumbre que inicié en diciembre de 2004, cuando  comenté en esta misma columna sobre la décima mujer en ganarlo, la austriaca Elfriede Jelinek. 

Creo que Varguitas se pudo haber perdido porque conoció a su padre recién a los diez años; y  porque se casó a los diecinueve años con su tía Julia Urquidi, que tenía treinta años. Con una simple carta le informó, inesperadamente, que se terminaba la relación por haberse enamorado de su sobrina y actual esposa Patricia. Julia ya falleció.

Qué intrincado y confuso resultó Varguitas en las cosas del amor.

Con mucha maldad y empleando mentiras infames, el domingo pasado   escribió “El honor del Mandatario”, en su columna de El País,  de Madrid, con ánimo de  confundir la opinión pública española, y deslegitimar  al gobierno que lidera Rafael Vicente Correa Delgado.

En ese artículo hay un párrafo que dice: “...nadie puede negar que el periodismo, tanto en Ecuador como en el resto de América Latina, está lejos de ser siempre un dechado de probidad, templanza y objetividad. Desde luego que a veces sucumbe en el amarillismo, es decir, la exageración, la injuria y el libelo, y que un sistema judicial probo e independiente debería amparar a los ciudadanos contra estos excesos…”. ¿Qué pasó, Varguitas?

Este párrafo debió molestar a los dueños de El Universo, que le habrán reclamado airadamente a Varguitas por el trabajo que parece le encargaron.

A Varguitas le queda horrible el sombrero de analista político, porque reduce el discurso a un solo punto, aplicando máximas generales. Y sus ojos, diestros para poder atrapar dólares, le impiden ver que la Revolución Ciudadana llegó para quedarse. Para sentar las bases de un Estado libre, soberano, participativo, solidario, responsable y justo.

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