Desde mi primer trabajo como universitario, mi primera jefa fue mujer. Y aunque fuera familiar, su carácter fuerte gerencial me enseñó que así es cuando ellas deben lidiar en un ámbito donde la mayoría suele ser hombre. Como profesional, mi jefa directa también fue mujer, rodeada de altos mandos hombres. El haber llegado a ese puesto era una gran responsabilidad: un departamento de noticias en el epicentro político de un país, donde el trabajo es la presión 24/7.
El siguiente trabajo, ya a escala de gobierno, nuevamente una jefa mujer; que además tenía renombre internacional en su área de trayectoria. Contrario a lo que se piense actualmente, con ella aprendí temáticas que eran desconocidas, además de tecnología, cuando me pasaba 20 años. Hoy en día los jóvenes enseñan a los más adultos a manejar dispositivos.
Luego de regresar al país, nuevamente tuve jefas mujeres, tanto en el ámbito privado como público. Y puedo decir que como profesional nunca miré el asunto de género como una limitante o algo que afectara mi masculinidad. Sin embargo, entendí lo importante que es la intuición, competitividad y sensibilidad para muchísimas cosas que tienen las mujeres que dirigen.
El doble esfuerzo y entereza que su día a día significa al asumir responsabilidades ejecutivas y profesionales, y lo que implica también llevar una familia a la par. De ellas supe más sobre su vida personal: hijos, problemas domésticos, esposos, exesposos, lágrimas de por medio. De los jefes hombres uno nunca se entera si tiene vida personal y generalmente son poco sensibles.
Y no todo es un absoluto. No hay buenos recuerdos siempre, por supuesto; o fue una relación profesional y personal excelente. Discrepancias, incluso intrigas de poder si estás en círculos así, pasa. Mi reconocimiento a las más destacadas: Alcira Fuentes, Rebeca Villota, Yolanda Kakabadse, Mariela Albarelli, María Isabel Salvador, Mónica Chuji, Giovanna Tassi, María Fernanda Pacheco.
El trabajo de gobierno antes como ahora no cabe si es sin ellas. No sin mujeres.
