El coronavirus no solo causa estragos sino que dispara todas las hipótesis posibles. Incluso las geopolíticas. La pandemia acaba de presentarse en sociedad con más de 130 muertos y varios miles de infectados, y ya se han publicado varios papers y se avanza en la producción de una vacuna. Tan rápido todo, como la construcción de un hospital especial que China está construyendo en tiempo récord, según la prensa internacional.
Con la información que cuenta cualquier lector, Alfredo P., psicólogo social residente en Barcelona, se preguntó en días pasados sobre lo oportuno del virus, justo cuando el Gobierno chino venía enfrentando una crisis en Hong Kong, en oposición a la ley de extradición. “De repente el coronavirus aplacó las protestas… Es para analizar”.
Le asiste la razón. Se impone un análisis, pero también la aparición del coronavirus frena en seco el ímpetu de conquista chino. Al menos por el momento. Vuelos cancelados a Pekín desde cualquier parte del mundo y otras derivaciones y prohibiciones que no tardarán en llegar.
La desconfianza tiene su lugar entre los hombres y mujeres de a pie. Y es que, como dice el dicho: “El que se quema con leche, cuando ve una vaca, llora…”.
Y la historia universal, amén de Hollywood, está plagada de intrigas y de laboratorios conspirando contra la humanidad, a los que no los moviliza la ideología sino el vil metal. De ahí la desconfianza de Alfredo P. y de un núcleo duro de seres humanos que hace tiempo que no creen en las casualidades sino en la causalidades.
Pero siempre que se desata una crisis surge una oportunidad. Y esta es inigualable para que algún periodista de investigación, esa raza en extinción, tire la botella de whisky por la ventana, recupere su ordenador, consiga un nerd y un ejecutivo de laboratorio arrepentido, como aliados, y se ponga de inmediato a trabajar. Hipótesis sobran y la humanidad y Netflix (no ya Hollywood) saludarán el fruto de su trabajo. (O)
