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El Telégrafo

Carlos Bastidas Argüello

18 de mayo de 2012 - 00:00

El 13 de mayo de 1958, en La Habana, fue alevosamente asesinado un joven periodista ecuatoriano, Carlos Bastidas Argüello, por los sicarios de la Policía del dictador Fulgencio Batista. El crimen fue uno de los miles cometidos en la patria de Martí, por la sanguinaria  autocracia  del batistato y su círculo de privilegiados y matarifes sedientos de sangre humana.

Empero la muerte de Carlos Bastidas tenía y tiene un significado especial para Cuba y el Ecuador, no solo porque nuestro compatriota fue víctima de la venganza, de la acción atrabiliaria del déspota. No hay que olvidar que, días antes de su muerte, había entrevistado a Fidel Castro en la propia comandancia de la guerrilla, y además, y de igual manera bajo el seudónimo de Atahualpa Recio, en la Radio Rebelde -la voz de insurgencia cubana- que transmitía desde el célebre escarpado de la Sierra Maestra, entregó su mensaje solidario, su pensamiento fraterno, como un torrente certero y diáfano, contra el autoritarismo sanguinario de los espadones que indignamente reinaban en Centroamérica.

Mas, también y sobre todo porque su vida fue un ejemplo de consecuencia profesional y social, en un momento en que el panorama del mundo latinoamericano de esos tiempos era desolador y casi sin esperanza, cuando las satrapías de los Trujillo, los Somoza, los Duvalier, que plagaban de dolor, terror y pesimismo la geografía martirizada del suelo latinoamericano estaban en la cima de su poder despótico, hubo comunicadores que lo arriesgaron todo, por la libertad y la justicia.

En Cuba, el régimen opresor de Batista, impúdico y criminal, convencido de su invencibilidad, ejecutó atrocidades sin nombre, como el atentado facineroso contra Bastidas Argüello, amparados por miembros de gobiernos derechistas y absolutistas; que en un error siniestro de preferir la escoria sediciosa y rapaz de los tiranuelos surgidos de las madrugadas golpistas, antes de quienes apoyan de corazón la equidad y la libertad humana; sostuvo  los vanos  intentos de la dictadura, para que el pavor acallara la revolución y que su savia generosa  fuera vencida  por los determinismos históricos, cuya ortodoxia se habían blandido desde la enmienda Platt.

El último esfuerzo castrense de Batista fue la ofensiva con más 10.000 soldados contra los bastiones rebeldes en las provincias de Oriente. Con  patrocinio de tanques y aviones pretendió vencer al  ejército popular. La incursión, como se sabe, fue una vergonzosa derrota y generó el desbande de las huestes de la tiranía y la posterior caída y espantada de Fulgencio Batista, al feudo de Trujillo.

A todo esto, los asesinos de Carlos Bastidas fugaron, después del 1 de enero de 1959, escaparon de la justicia y se refugiaron en el Estado de la Florida, junto a otros connotados criminales, torturadores y pícaros desfalcadores de los caudales públicos de la isla. Alguna vez, en Miami, viejos amigos  que conocían el episodio, me indicaron que un octogenario ex policía  cubano  les confidenció que conocía a quien había disparado y matado a Carlos Bastidas. El sujeto señalado era un homínido consumidor de licores y de drogas que deambulaba por los bares de la ciudad, pidiendo y mendigando con la mirada vacía, fiero, sucio y maloliente, una extracción del infierno.

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