Siempre he creído que alcanzar un PHD no asegura al imbécil dejar de serlo, ni la falta del mismo e incluso el no haber cursado ni la primaria, vuelva a un hombre sabio, sin títulos a cuesta, inferior a cualquier imbécil cargado de diplomas.
En una sociedad cada vez más cautiva de la rimbombancia de los pergaminos, fortunas y salas VIP, el no detenernos a valorar aquello que realmente hace de un individuo mejor ser humano se ha vuelto tan común que ya poco nos preocupa y menos inquieta el ocaso de la lucidez, el deceso de las costumbres que ennoblecen la existencia.
Por tomar como ejemplo de la confusión en la cual caemos al desviar la mirada de lo que realmente debe importar, destaca que hasta hace poco nos gobernó un PHD en economía y con otros doctorados más. Al final de su gestión nos dejó un país endeudado como nunca tras la mayor bonanza que registra nuestra historia. Devastado en la moral pública. Sembró el convencimiento en muchos que no robar en la función pública es cosa de los realmente tontos.
¿Podremos revertir esa tendencia que relega a segundo plano lo que ciertamente nos vuelve mejores seres humanos?, como lo es la honestidad y solidaridad, la lucidez cotidiana, ese deseo permanente por compartir y conocer tantas cosas que enriquecen nuestro espíritu.
Desde nuestros espacios nos toca dar batalla procurando revertir lo que se viene dando y destacar lo realmente sustancial. En lo que me corresponde le apuesto a la charla con los jóvenes que me relaciono desde la docencia. Siempre que puedo le escamoteo tiempo a la carga académica para compartir sus vivencias y las mías. Sus gustos y disgustos. Les traigo a relación temas políticos, novelas, películas, una melodía o cualquier hecho que los motive a ser mejores conociéndolo, imitándolo.
El fortalecer esas convivencias en las aulas, darles cabida entre leyes y reglamentos, tal vez no nos entregue al futuro un mayor número de doctorados o PHD, pero de seguro ayudará a formar mejores seres humanos, mejores profesionales. (O)