En un poema que trata de una montaña de basura que aplastó a un minador, Euler Granda habla de “pequeñas culpas” que llevaron a acumular aquel basural: “Sí señor / no se lave las manos, / no se dé de inocente, / no se quiera pasar / de palomita blanca (...) / También, señora Ud. / con todo lo que pesan / sus sueños climatéricos (...) / y la palabrería del gobierno «nacionalista revolucionario» (...) / Ud. que no es capaz / de matar una pulga / y aunque le soliciten / nunca quiebra un plato (...) / Ud. y yo (...) / sin que nadie nos viera, / cuidándonos de no dejar / ni siquiera la sombra de una huella…”.
Un basural hecho de la basura de todos. Pues bien, permítanme hacer un símil. Creo, efectivamente, que algo parecido es lo que ahora se puede decir sobre la situación ruinosa a la que hemos llegado a través de la acumulación de millones de errores.
Durante décadas el país sumó casos de corrupción, mientras la gente se regodeaba con el mote fácil: “roba, pero hace obra”; a la vez que otros disfrutaban de los contratos y las prebendas, acaso también de algunos puestos públicos para los que no estaban preparados (a pesar del cacareado discurso de la meritocracia).
Los más, a su turno, realizando a gusto miles de pequeños actos de viveza criolla. Otros tantos haciendo de defensores soterrados, felices de inmolarse por quienes los habrían desechado sin chistar. Ante todo, los millones que una y otra vez eligieron y reeligieron a consabidos autoritarios, disipadores de los recursos públicos. Cada pequeña acción acumulándose en el basural.
Los discursos de grandeza hoy parecen bromas al ver el resultado: un país sin ahorros, endeudado, dependiente del petróleo (vendido anticipadamente), quebrado y echado a su suerte. Un país incapaz de ponerse de acuerdo aunque esté en juego su propia supervivencia. Porque son tantos y tan ciegos los intereses particulares que parecería que nadie está consciente del lugar al que hemos llegado y al que aún podemos llegar.
Albergo, por ello, un miedo. Y es que acaso sea posible que venza la ceguera, que vuelvan “todos los dogmas todos”, a la derecha y a la izquierda, para sumar más desechos a este basural, a esta montaña de basura que hemos formado a lo largo de los años. Esa que hoy nos sorprende al sentirnos aplastados y de la que, al parecer, nadie tendría la culpa. (O)
