El desarraigo de la condición humana, la deshumanización del enemigo, antecede cualquier barbarie. Sin ese acto, millones de judíos jamás hubiesen muerto en la forma como ocurrió en manos del Tercer Reich. La deshumanización no necesariamente se dirige a la víctima como sustento para terminar con esta. Para muestra lo acontecido en Posorja con el asesinato de tres personas en manos de una turba.
Cuando uno atiende, en medio de las escenas de ese horror, a uno de los victimarios buscar la mejor pose para tomarse una selfie procurando como fondo los cadáveres tendidos en el piso, descubrimos quiénes realmente son los deshumanizados.
Cada vez que el registro de la barbarie de Posorja nos repite el momento en que varios enloquecidos toman una base de concreto, rocas y maderas para estrellarlas contra la moribunda humanidad de las víctimas que yacen en la calzada, corroboramos de cuál lado se perdió la condición humana.
A diferencia de la deshumanización del pueblo judío, víctima de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, lo de Posorja fue un acto de deshumanización solo del victimario, del populacho enceguecido, desprovisto de toda humanidad. ¿Qué los llevó a perder su condición de seres humanos y volverse peor bestia que las bestias? Más de un factor.
Desde un generalizado entorno social violento y degradante, donde a cada rato, en cada sonido e imagen se respira violencia, hasta en el accionar de un sistema de justicia que libera al delincuente con mayor rapidez de la que se invierte en capturarlos.
Aporte fresco, en esta pérdida de humanidad, la encontramos en el accionar del fiscal y juez que liberaron a los involucrados –policías activos inculpados– de un intento de secuestro en Santo Domingo de los Tsáchilas al día siguiente de su detención, por referir.
Aquella justicia que no esconde su inclinación a quien más dinero posee nos está deshumanizando, nos empuja como sociedad a la barbarie, volviéndonos turba. La cual, al primer rumor, termina explotando, aniquilando su condición humana. (O)
