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El Telégrafo

Banqueros S.A.

31 de octubre de 2012 - 00:00

Suenan iracundas y destempladas las voces de ciertos banqueros. Se encuentran “muy preocupados” porque una parte de sus ganancias podría verse afectada por la ley de “Redistribución del Gasto Social”, que fue enviada con carácter urgente en materia económica por el Ejecutivo a la Asamblea Nacional. El apetito por el dinero no tiene ningún límite para quienes aprendieron a amar el capital, y por eso hicieron lo que hicieron en el Ecuador en el 98 y en el 99.

De acuerdo con los datos presentados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), hay una información interesante en términos cuantitativos, que nos hace ver lo sucedido. Hasta el mes de junio de este año, el 1% más rico de la población ecuatoriana, en el que naturalmente están los banqueros en los primeros lugares, percibió el 7,2% del total del ingreso. Si miramos al otro extremo, las cosas son diferentes: las cifras nos hablan de que en el Ecuador el 1% más pobre recibió solo el 0,1%.

Estos datos reales, no especulaciones, significan que el ingreso del 1% de las personas más ricas del país es 72 veces más alto que el del 1% más pobre de la población. Las cifras no mienten. La inequidad por ingresos se ha reducido en forma sistemática e importante en el Ecuador -entre diciembre de 2006 y diciembre de 2011 ha caído en 7 puntos-, pero aún tenemos desigualdades por origen, por patrimonio, por oportunidades, por capacidades, por funcionamientos. En sociedades democráticas esto se logra contrarrestar con equidad y solidaridad tributaria: pagan más los que más tienen.

Determinados personajes de la banca empiezan ahora a ponerse nerviosos por la posibilidad de que una parte del incremento del Bono de Desarrollo Humano sea financiado mediante impuestos con una porción de sus utilidades. La ultraderecha y sus banqueros quieren salir otra vez desde su oscuro rincón, como espectros y demonios para intentar asustar a los ecuatorianos. Hemos madurado mucho en todo este tiempo y ya estamos curados del espanto, desde la crisis económica de finales del siglo pasado, que significó la más impúdica transferencia de recursos públicos hacia pocas manos privadas.

En vez de acudir a los exigentes libros de macroeconomía y al intrincado lenguaje de los técnicos tributarios, una vez más hay que recurrir al cine y la literatura, donde los banqueros siempre aparecen retratados como seres fríos y codiciosos, calculadores y con máscaras. Alguien dijo alguna vez que los bancos en esta época se habían convertido en verdaderos templos para rendir culto al dinero, como lo hacen los altos personeros de Wall Street cuando cierran diariamente su jornada en Nueva York.

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