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El Telégrafo

Atardecer de la OEA

08 de diciembre de 2011 - 00:00

Amanece la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), como la culminación de un conjunto de antiguos y nuevos esfuerzos de nuestros países por tener su propio espacio político. El más lejano origen de esta nueva organización está en el Congreso Anfictiónico de Panamá, que convocara el Libertador Simón Bolívar en 1824, poco después del triunfo de Ayacucho.

Los objetivos de la nueva entidad son, en esencia, los mismos de entonces: crear una asociación de Estados que se vinculan para su promoción y defensa mutua, para la resolución fraternal de sus diferencias y para presentarse unidos ante el mundo. Estos bellos y grandes objetivos son los mismos por los que lucharon los padres fundadores de nuestros países, con Bolívar y San Martín a la cabeza, y los que más tarde motivaron la acción unitaria de otros luchadores por la libertad, como Eloy Alfaro y José Martí.

Inevitablemente, el amanecer de la Celac conlleva el atardecer de la OEA, expresión del interamericanismo, promovida por los Estados Unidos en busca de un mecanismo que les facilitara el manejo político de su “patio trasero”, es decir, de los países situados al sur del río Bravo. Por eso, detrás del “panamericanismo” encarnado en la OEA estuvo siempre la sombra del imperio, moviendo hilos y dirigiendo acciones contra todo lo que no conviniera a sus intereses.

No resulta casual que el primer antecedente político de la OEA haya sido el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), creado en 1947 como un supuesto “pacto de defensa mutua”, por el cual un ataque armado de cualquier Estado contra un Estado americano debía ser considerado como un ataque contra todos los Estados
del continente y repelido en forma conjunta. Este tratado fue invocado por EE.UU. para el bloqueo a Cuba, pero fue burlado por ese mismo país durante la Guerra de las Malvinas, al apoyar a la Gran Bretaña contra la Argentina. Eso dejó obsoleto al TIAR, del que México se salió, y dejó herida de muerte a su hermana gemela, la OEA, ya desprestigiada por su complicidad con las dictaduras militares y por el bloqueo a Cuba.

Empero, el poder intrínseco del imperio logró mantener a flote una organización que, a todas luces, se había desprestigiado al máximo entre los países latinoamericanos, que la miraban con indisimulado recelo o la acusaban abiertamente de ser un Ministerio de Colonias de los EE.UU. Por lo mismo, el atardecer de la OEA debía llegar y llegó, para contento de los pueblos de nuestra América, que quieren vincularse entre sí mismos
a la luz del Sol y sin la sombra de ningún imperio.

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