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El Telégrafo
José Velásquez

El Astillero y yo

24 de agosto de 2020 - 00:24

Esa tarde la San Martín rugía con matices amarillos. Pepo Morales aceleraba su paso desgarbado y mi papá engordaba una sonrisa escandalosa que no podía dejar de mirar de reojo. Era la postal de la ilusión en mi primer Clásico.

Uquillas movió para Insúa y se activó el cronómetro. Pero el tiempo suele ser arbitrario en el estadio: hay instantes que duran minutos (como la bola paseada frente a Morales vencido tras el palo de Benítez) y también hay minutos de 200 segundos.

Insúa entregó con la mano un pase con el pie y Noriega infló las gargantas amarillas. Pero antes del final Campos se inventó una solución argentina y el Pepo esquinó el penal del abrazo azul. Mi papá se me hizo eterno en esa celebración de pie. Un desconocido se volteó para darme una cátedra que no alcancé a entender. Escuchábamos a Manuel Adolfo Varas comentar en la cabina a nuestras espaldas y el mundo era simplemente mejor. Nos fuimos en paz porque me criaron sabiendo que somos vecinos de barrio y que la pasión por la camiseta es un lazo, no un nudo.

Escribo esta columna horas antes de que se juegue el primer Clásico de ese infame 2020 y francamente no me importa el marcador. La estadística es lo de menos; lo único importante es que estamos vivos y que el fútbol será siempre señal de normalidad. Me conmovió la dedicación de los jugadores entrenando durante semanas en balcones y terrazas; me inspira la generosidad de Barcelona que alojó a médicos en su concentración para sanar a Guayaquil.

Prefiero endosar los tropiezos en la Federación Ecuatoriana de Fútbol a un año en contravía, al fin y al cabo para quedar fuera de juego solo hace falta que el otro de un paso antes que nosotros. Con que haya rodado la pelota me basta porque no hay nada menos encerrado que un campo de fútbol y porque por fin romperemos el círculo dialéctico de los temas tóxicos.

En estas semanas me dejé acompañar de partidos históricos y ensayamos con los chicos en las tardes cómo pegarle mejor a la pelota. En mi primer Clásico el Capwel estaba lleno y en este último partido el Monumental estaba vacío; de reojo alcanzo a ver esa sonrisa engordada de mi papá dibujándose en mi cara y entiendo cuán vivos estamos. Gracias por volver. (O)

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