Hace un par de semanas abordé, en este espacio, las ausencias y votación en el pedido de juicio político contra Diana Atamaint en la Comisión de Fiscalización de la Asamblea. Califiqué de un “secuestro” al país tal suceso legislativo. Un capítulo más de los muchos que hemos vivido y vivimos los ecuatorianos, al presenciar y padecer, desde los diferentes sitios donde nos desenvolvemos, un permanente triunfo de la corrupción y de los corruptos que la lideran.
A igual nivel se sitúa el contrato “mañoso” de una empresa privada en el negocio de las fotomultas en la capital de Los Ríos: Babahoyo. Abuso descarado -abordado la pasada semana- del cual los babahoyenses no podrían salir, debido a los grilletes armados por administraciones pasadas. Cláusulas aceptadas luego por sus títeres de ocasión y que ahora el actual alcalde no pasa de simples declaraciones contra algo tan lesivo para sus conciudadanos.
Lo más funesto es que los ecuatorianos no podemos ir más allá del señalamiento, comentario o análisis de estas sinvergüencerías. Nuestros secuestradores -la mafia política- han establecido mecanismos para evitar que avancemos más allá del pataleo. Aunque se debe reconocer que existen momentos de cierta justicia, cuando la lucha entre nuestros secuestradores se tensa por hacerse de más poder. Ahí unos terminan huidos, otros en juicios y, en el mejor de los casos, alguno tras las rejas.
Toda esta desazón recaló en un reciente barómetro que tomó el “pulso” a nuestra democracia. En la publicación, muy comentada en los últimos días, se refleja nuestra percepción sobre el triunfo de la corrupción. Tal vez, de haber evaluado la intensidad de ese pulso, habrían anotado en su estudio que esta late más fuerte al interior del país. Donde, sin mayor esfuerzo, se atiende el inmoral proceder de un prefecto, alcalde o concejales. Los cuales actúan de forma tan descarada, que ya ni se toman la molestia de esconder lo corrupto de su transitar. (O)
