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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Argos, el perro de Ulises

20 de febrero de 2016 - 00:00

Borges, en el poema ‘Los justos’, después de enumerar a quienes aman la música o al tipógrafo que compone una página, que tal vez, no le agrada, refiere también al que acaricia a un animal dormido. Concluye indicando que -como sugería Voltaire- aquellas personas que se ignoran están salvando al mundo.

Es probable que el poeta se refiriera, en el caso del citado animal, a su propio gato que se llamaba Beppo -en honor a Lord Byron, quien tenía un minino con el mismo nombre-  y que fue objeto de un soneto: “El gato blanco y célibe se mira / en la lúcida luna del espejo /  / y no puede saber que esa blancura / y esos ojos de oro que no ha visto / nunca en la casa son su propia imagen. Esto a propósito del gato, en Guayaquil, rescatado de los árboles y que de un salto llegó a los titulares. No siempre sucede esto, aunque la conciencia sobre el respeto a los animales crece (que lo diga Fernando Vallejo, el escritor que suele donar sus premios a organismos afines a las mascotas).

Acaso, en el plano de la literatura, un momento emotivo de la relación de los humanos con los animales se evoca en La Odisea, de Homero, cuando Ulises -tras 20 años de ausencia- vuelve a su amada Ítaca y es reconocido únicamente por su perro Argos. Aquí el momento:

 “Así estos conversaban. Y un perro que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Ulises, a quien éste había criado, aunque luego no se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilión.

Anteriormente llevándolo los jóvenes a correr cabras montescas, ciervos y liebres; mas entonces, en la ausencia de su dueño yacía abandonado sobre mucho estiércol de mulos y de bueyes que vertían junto a la puerta a fin de que los siervos de Ulises lo tomasen para abonar los extensos campos: allí estaba tendido Argos, todo lleno de pulgas.

Al advertir que Ulises se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo. Entonces Ulises, que le vio desde lejos, se enjugó una lágrima sin que se percatara Eumeo y le preguntó: ‘Eumeo, es extraño que este perro esté tumbado entre el estiércol. Su cuerpo es hermoso; aunque ignoro si, con tal belleza, era rápido en la carrera, o era como esos perros falderos que crían los señores por lujo’.

Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: ‘Ese can perteneció a un hombre que ha muerto lejos de nosotros. Si fuese tal como era en el cuerpo y en la actividad cuando Ulises lo dejó al irse a Troya, pronto admirarías su rapidez y su vigor: no se le escapaba ninguna fiera que levantase, ni aun en lo más hondo del espeso bosque, porque era sumamente hábil en seguir un rastro.

Mas ahora abrúmanle los males a causa de que su amo murió fuera de la patria, y las negligentes mozas no lo cuidan, porque los siervos, cuando los amos ya no mandan, no quieren hacer los trabajos que les corresponden, pues Zeus quita a un hombre la mitad de su valía cuando le alcanza el día de la esclavitud’.

Diciendo así, entrose por el cómodo palacio y se fue derecho a la sala, hacia los ilustres pretendientes, pero Argos muere a poco de reconocer a su amo luego de veinte años”. (O)

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