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El Telégrafo

Antes del diluvio

12 de mayo de 2011 - 00:00

Han comenzado a caer los primeros aguaceros de lo que puede llegar a ser un diluvio universal. Todo porque en la consulta del 7 de mayo la fanesca cocinada en la olla del No pasó del mal olor al franco desbordamiento bajo el supuesto fraude que días antes lo anunció en El Universo el profeta del desastre: Emilio Palacio, conforme lo pusimos en evidencia en la edición del sábado 7 en El Telégrafo. Lo portentoso de la profecía consistió en señalar que el tal fraude se efectuaría en Guayaquil donde Palacio ubicaba expertos en esta materia criminal que, según sus palabras, ya habían efectuado antes hazañas de esta índole para perjudicar la elección presidencial de Jaime Roldós Aguilera, Abdalá Bucaram y "otros", lo que era una acusación de marca mayor contra la derecha y específicamente contra los socialcristianos que ensuciaron  aquellos procesos electorales con sus manejos fraudulentos en el Tribunal Provincial Electoral del Guayas. Solo que ahora el fraude, de cometerse, debía ser para impedir el anunciado triunfo del Sí en una provincia donde los socialcristianos y otras maderas podridas hicieron siempre su feudo propio.

Y bien, como el Sí triunfó en el país, aunque en términos mucho más modestos de lo esperado por sus proclamadores anticipados, allí los tenemos sacudiendo el cielo y la tierra para que se produzca el diluvio y caiga por fin el endemoniado líder de Patria Altiva y Soberana. Para ello se vuelve a las socorridas acusaciones de nexos con las FARC, los acuerdos tenebrosos con Hugo Chávez, los romances políticos con Cuba, el dictador Gadafi, etc., etc.

Los altavoces que denuncian el fraude supuestamente organizado por el Gobierno son incontables y enormes, cuentan con redes electrónicas, una abrumadora red de periódicos, canales de televisión, radiodifusoras, payasos simpatiquísimos, oradores de barricada, muertos resucitados y una colección de cien presidenciables que ahora están unidos por el No, pero que mañana terminarán apuñalándose unos a otros en su loca carrera hacia Carondelet. Todo esto con la bendición de Nuestra Santa Madre Iglesia, dirigida por el purpurado local Antonio Arregui, que heredó los jugosos negocios eclesiásticos como el Grand Hotel Guayaquil, de manos de Bernardino Echeverría. Y claro, con el terrorismo que amenaza con bombas al  Consejo Electoral y terminará reventándolas dondequiera, si el Gobierno y la ciudadanía lo dejan avanzar.

Por cierto, para conjurar el amenazante diluvio hace falta que los gobernantes y sus mandos abandonen el triunfalismo, reanuden nexos sin concesiones de troncha, pongan en marcha la morosa Revolución Agraria, echen a la basura a los elementos descompuestos, escuchen a las bases que en las diferentes provincias claman contra las autoridades ineptas, los oportunistas y paracaidistas políticos que  no creen en ninguna Revolución Ciudadana sino en la revolución de sus bolsillos.

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