No conozco filósofos que estén en contra de las corridas, sino todo lo contrario. Por ejemplo: nuestro amigo Fernando Savater, uno de los filósofos vivos importantes de España (el que publica textos de ética), las defiende en su libro Tauroética sosteniendo que son prácticas ancestrales con contenidos morales. Otros pensadores dirán también que no se trata de espectáculos y que el animal no sufre, que es un encuentro entre el hombre y la bestia. Son los argumentos que encontrarán comúnmente.
Es llamativo cómo funciona la cabeza de quienes defienden un interés, y en eso, cualquier cosa puede ser justificable o defendible. Cualquiera, violenta o no, que cause daño o no y lo que es peor, con consignas aparentemente nobles. Hay que ver qué es lo que sucede en las mentes de los apasionados: sus argumentos son “la tradición”, “la conservación de la cultura”. Tal como los cazadores del primer mundo responden cuando se les pregunta por qué matan animales. Tradicionalmente se han cultivado muchas prácticas nocivas, como el encubrimiento de abusos sexuales por parte de la Iglesia, la violencia hacia la mujer, etc. Que sean tradicionales no quiere decir que sean tolerables. Hay que empezar a desmentir todas aquellas prácticas que estén cubiertas por mitología o divinidad, ¿por qué eso sería tan malo?
Que haya quienes se opongan a la tauromaquia no es lo mismo que haya quienes no gusten del fútbol “por no entenderlo”. No se la critica porque no se la entienda. No es “no entiendo el off–side, por lo tanto, no me gusta el fútbol”. Así es para quienes defienden las corridas de toros, bien podrían salvaguardarlas haciendo la comparación con el fútbol en relación a la “incomprensión” de sus códigos por quienes están en contra. Acá es pagar por gozar de un espectáculo donde muere un animal al que se le hace sufrir de inicio a fin. ¿Será este gozo cercano a un trastorno mental? ¿Podría ser un espectáculo disfrazado de símbolos civilizatorios para complacer perversiones encubiertas? (O)
