Una mujer se enamoró de los mensajes que le escribía en Facebook. Aceptó mudarse con él a otra ciudad y llevar consigo a su hija de 2 años. Él la obligó a prostituirse.
Dos jóvenes fraguaron el asesinato de otra a través de Messenger, la aplicación que “conecta” a los usuarios de esa red social. El cuerpo de la adolescente de 16 años fue arrojado al río Yaguachi.
Una bebé de año y medio fue violada por su padrastro mientras la madre fue al mercado. Ella también lo conoció por Facebook.
Estos no son cuentos de terror, son hechos que se produjeron en Ecuador, apenas una muestra de la magnitud del problema. A diario circulan noticias como estas que se frivolizan en medio del barullo de información que generan las mismas redes sociales.
El hecho cierto es que las redes sociales no son las culpables de que tragedias como estas ocurran, es el “analfabetismo digital”. Como sociedad nos enfrentamos a una especie de mundo paralelo en donde creemos que todo se vale y no habrá consecuencias.
Hablar de su uso, riesgos, vigilar a los más jóvenes y actualizarnos con las últimas novedades es parte de la prevención. Aún escucho a padres que se resisten a involucrarse en el tema porque no les gusta la esclavitud de los smartphones o porque piensan que no los necesitan. Ser responsable con lo que se publica, confirmar la información que comparte, mantenerse informado y escuchar al entorno nunca está de más.
Desconfiar de quien está del otro lado de la pantalla y vincularse con el entorno virtual que acompaña las actividades de la familia debe ser una práctica común.
Las comunidades están migrando a las redes sociales; también es un hecho real. Es más fácil saber qué sucede con un amigo en Canadá que lo que está viviendo la familia de al lado. Las redes sociales son necesarias, usarlas es inevitable, los amigos virtuales se han convertido en una extensión de las familias y eso tampoco está mal. No se trata de prohibir su uso o cerrar cuentas, eso sería como no salir de casa por temor a un accidente. Lo ideal es aprender a usarlas, identificar el propósito por el cual abrir un perfil y poner límites al tipo de información que se divulga. (O)
