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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

A una mujer especial en mayo

13 de mayo de 2014 - 00:00

Mayo: mes de halagos, frases sensibles, regalos adquiridos de aquella vitrina consumista engendrada desde la trivialidad de la fecha, abrazos que se detienen en el recuerdo, invitaciones con el entorno familiar, charlas fraternas, temporada de enunciación reflexiva y de sentimientos encontrados.

En sí es una transitoria etapa de remembranza y, de alguna manera, de agradecimiento materno. Se valora el significado intrínseco de la vida, y con ello, los momentos interminables junto a un ser querido que nos enseña que las locuras vivenciales son el resultado de la esperanza que se queda retenida en la memoria junto con la gratitud. Hay una mujer especial en nuestra existencia. Desde que mantenemos el primer contacto en el vientre, se conjuga una cómplice sensación de protección cobijada con el hechizo del amor primero.

Las palabras son limitadas para describir ese intenso proceso de crianza. Tras cada sugerencia flamea en el horizonte una lección de respeto y admiración. La ausencia de ese rostro femenino nos provoca melancolía. La presencia física de nuestra progenitora nos genera alegría desmedida, desde la calidez del hogar. En mi caso, ella pertenece al signo Piscis, que se acerca a la sensibilidad por las cosas simples. Es susceptible por el dolor ajeno y por el propio. Es una incansable guerrera que ha trabajado sin pausa desde sus años iniciales de juventud, una inagotable conversadora, una amiga fiel con los suyos.

Su herencia es invalorable. Los principios inculcados a sus hijos son un legado del que no pueden desprenderse. Su figura se engrandece en cada instante que emite su criterio, cargado de sabiduría, fe y criticidad. Le encanta descubrir el rocío que surge de la naturaleza en cada madrugada, charlar observando las estrellas nocturnas que se dispersan en el cielo, cuidar de los nietos, amar a su esposo como un ritual en donde la abnegación, paciencia y comprensión se entrelazan en un solo significado. Ella mira detenidamente a los ojos de sus vástagos y comprende la espina incrustada en el interior de cada corazón; enseguida emergen como alimento espiritual alentadoras palabras que calman ese dolor interno.

Muchas veces es dura y firme, con el fin de alcanzar la ansiada luz del firmamento. En varias ocasiones, le observamos afligida, pero jamás derrotada. Los problemas familiares los asume como sus problemas directos. Y no interrumpe la búsqueda de mejores vientos. Trata de resolver los conflictos, sin mayores complicaciones, y en más de una ocasión lo consigue con éxito. Ella es, parafraseando a Gabriela Mistral: “Testaruda santa, ojo con viga de oro, caracol de música que oye siempre un coro que canta, por más que solo ella lo sienta”.

No cabe duda de que su tarea es ejemplar. Por ello, al ser maternal, le dedicamos las palabras de la reconocida poetisa chilena: “Gracias en este día, y en todos los días, por la capacidad que me diste de recoger la belleza de la tierra como un agua que se recoge con los labios y también por la riqueza de dolor que puedo llevar sin morir en la hondura de mi corazón”.

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