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El Telégrafo

A tus espaldas

19 de abril de 2011 - 00:00

No soy experta en cine, apenas una consumidora apasionada que disfruta de las grandes películas. Con ese ánimo y con esa gana de maravillarme fui la semana pasada a ver A tus espaldas, y con más ganas todavía por ese orgullo que uno siente por ser “hecho en Ecuador”. Y aunque puede ser que muchos digan “si no sabe para qué habla”, es imposible quedarse callada ante esa producción que pasa por encima de la ciudad y de la gente que en ella habita. No alcanza a evidenciar, ni de lejos, la vida, la furia, los miedos, la belleza, las contradicciones y hasta las propias atrocidades de este Quito amado y odiado.

Para algunos es probable que resulte gracioso el habladito quiteño -que por cierto no hay uno solo- del personaje principal y sus amigos, pero no alcanza para pasar por alto la indignación que se siente ante la violencia contra las mujeres y la explotación sexual de la que son víctimas: una colombiana y una ecuatoriana costeña -no podía ser de otra manera en el ideario machista- representan a las trabajadoras sexuales. La violencia contra ellas -contra todas- sucede como si nada, como si fuera un hecho natural de la vida a la que se tienen que resignar. ¿Para qué se hacen prostitutas?, dirán. Los besos del macho “bueno”, es decir, del protagonista principal, no borran lo ocurrido. Solo es un cómplice más de un delito del que miles de mujeres son víctimas a diario en nuestro país.

El segundo eje cuestionable es que hace trizas el buen nombre de las personas que viven en el sur. Escondido bajo el mito urbano de que la Virgen de El Panecillo le da las espaldas, se representa a un sector de la ciudad como el caótico, el olvidado, el arribista. El personaje principal emigra para el norte, reniega de su apellido Chicaiza, se avergüenza de sus amistades “cholas”, esconde su pasado sureño, se enfrenta por una mujer a su jefe, un macho guapo, “de buen nombre”, violento y corrupto que vive y nació en el norte de Quito. Y, lo más triste, es que el protagonista, además de acomplejado, es un miserable traidor que deja esperando a la mujer que supuestamente ama y se larga con todo el dinero que robaron juntos. ¿Esa es la mejor representación de un sureño?

¿Qué decir sobre el decapitamiento de la Virgen? Es una sosa irreverencia, una queja llorona que queda colgada en la historia y que pasa por la cabeza de toda la gente que cree en ella. ¿O cuál es la propuesta? Yo puedo decir que la Virgen de El Panecillo mira al norte, porque allá viven los más necesitados.

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