Si todas las cosas funcionaran como deben funcionar ¿sería este un mundo perfecto? Esta columna llega llena de preguntas con la finalidad de que respondamos o mejor dichos nos respondamos, porque hay que estar claros con uno mismo, primero.

Si el carril de la Metrovía, que es solo para la Metrovía, los antojadizos no lo usaran para sus deseos, apuros o sabidurías e ignorancias ¿llegaríamos realmente todos a tiempo, y seríamos más productivos? Al menos cumpliríamos con la ley y eso ya, moral y socialmente, es ganancia.

Entonces, llegas a tiempo al trabajo porque todos se portaron como se debe dentro de sus autos, respetaron discos pare, semáforos, cedieron el paso, no hablaron por celular, dieron su espacio a la ciclovía, los motociclistas no zigzaguearon ni usaron las veredas como pista de recorrido privilegiado y repartidores de tanques de gas y botellones de agua en sus triciclos al igual que los chamberos no se cruzaron delante de nadie ni entraron en contravía; y te sientas frente a la computadora y trabajas, tranquilo.

¿O no? A lo mejor el ritual de sentarse ‘a trabajar’ sea llegar a la oficina y primero ir al baño, para después ver cómo te preparas un café con el que necesitas terminar de despertar, porque debido al fútbol que pasaron por la tele andas medio crudo, te sientas y ‘clickeas’ para darle trámite a lo más importante que está esperando tu superior ¡Facebook!

Para reírte y comentar las fotos de la chupa de la noche anterior, te carcajeas mientras subes la mirada al compás de la llegada del resto de compañeros a quienes no los trató tan bien la calle como a ti; pero, sobre todo, chequeando que no llegue el jefe y tener que cortar nota de tu chacoteo porque ya abriste Twitter y estás siendo aquel villano que todos celebran y arrancas a descargar con 140 caracteres todas tus críticas sobre el fútbol, la televisión y gente ‘ramdom’, porque sí, porque ‘eres chévere’, básicamente porque si no eres parte del problema, debes ser el problema.

Diez de la mañana, ya pues, hay que burrear, llega el jefe y todos ‘teclean’ frenéticos y secretarias entran y salen, mensajeros vuelan con papeles y encomiendas en la mano, algunos sacrificados piensan en el encebollado, porque en algo hay que pensar, y otros que ya se les hizo tarde para el bolón y ¿¡y qué vamos a almorzar!?

‘Wasapeo’ con chistes y chismes, grupo a grupo, se descarga el aparato en dos patadas y no tienes cargador, remas uno y sientes que andas tan productivo que deberían darte la placa de empleado del mes. ¿Cuánto se trabaja en el trabajo? ¿Cuánto se duerme cuando duermes? ¿Cuánto te ríes cuando te ríes? ¿Cuánto amas cuando amas? ¿Cuánto te desconectas cuando te desconectas si es que te desconectas?

Las tecnologías son engañosas. Estamos enchufados a los aparatos y sentimos que se nos acaba la batería cuando nos despegamos de ellos.

Si todo funcionara como debería funcionar tal vez no tendríamos nunca que hacer filas, o pagar intereses por atraso de deudas, o ser infieles, o hacer dieta, o repetir una y otra vez las mismas cosas esperando resultados diferentes, a lo mejor el truco está en que uno es el que debe funcionar bien para hacer que el pedazo de mundo que nos toca también funcione acorde al reloj universal de lo correcto.