Hay “capitalismo” y luego hay el “verdadero capitalismo existente”. El término “capitalismo” se usa comúnmente para referirse al sistema económico de los EE.UU., con intervención sustancial del Estado que va desde subsidios para innovación creativa hasta la póliza de seguro gubernamental para bancos “demasiado-grande-para-fracasar”. El sistema está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: en los últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha elevado enormemente. “Capitalismo” es un término usado ahora comúnmente para describir sistemas en los que no hay capitalistas: por ejemplo, el conglomerado cooperativa Mondragón en la región vasca de España, o las empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo conservador, ambos son discutidos en un importante trabajo del académico Gar Alperovitz. Algunos hasta pueden usar el término “capitalismo” para referirse a la democracia industrial apoyada por John Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y principios del XX.Dewey instó a los trabajadores “a ser los dueños de su propio destino industrial” y a todas las instituciones a someterse a control público, incluyendo los medios de producción, intercambio, publicidad, transporte y comunicación. A falta de esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo “la sombra que los grandes negocios proyectan sobre la sociedad”. La democracia truncada que Dewey condenaba  quedó hecha andrajos en los últimos años. Ahora el control del gobierno se concentra estrechamente en el máximo del índice de ingresos, mientras que la gran mayoría “de los de abajo” es virtualmente privada de sus derechos. El sistema político-económico actual es una forma de plutocracia, que diverge fuertemente de la democracia, si por ese concepto nos referimos a los arreglos políticos en los que la norma está influenciada de manera significativa por la voluntad pública. Hay serios debates a través de los años sobre si el capitalismo es compatible con la democracia. Si seguimos con la democracia capitalista realmente existe (DCRE para abreviar) la respuesta es: son radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que la civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada que conlleva. Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia?Sigamos al problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen marcadamente, como sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en varios artículos de la edición actual del Daedalus, periódico de la Academia Americana de Artes y Ciencias. El investigador Kelly Sims Gallagher descubre que “109 países han promulgado alguna forma de política relacionada con la energía renovable, y 118 países han establecido objetivos para la energía renovable. En contraste, EE.UU. no ha adoptado ninguna política consistente y estable a nivel nacional para apoyar el uso de la energía renovable”. No es la opinión pública lo que motiva a la política estadounidense a mantenerse fuera del espectro internacional. Todo lo contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma global que lo que reflejan las políticas del Gobierno de Estados Unidos, y apoya mucho más las acciones necesarias para confrontar el probable desastre ambiental pronosticado por un abrumador consenso científico -y uno que no está muy lejano-, afectando las vidas de nuestros nietos, muy probablemente. Como reportan Jon A. Krosnik y Bo MacInnis en Daedalus: “Inmensas mayorías han favorecido los pasos del gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones de gas invernadero generado por las compañías productoras de electricidad. En 2006, el 86 por ciento de los encuestados favoreció el solicitar a estas compañías, o apoyarlas con exención de impuestos, para reducir la cantidad de gas invernadero que emiten (...). También en ese año, el 87 por ciento favoreció la exención de impuestos a las compañías que producen más electricidad a partir del agua, viento o energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y 2010 y de alguna manera después se redujeron”. El hecho de que el público esté influenciado por la ciencia es preocupante para aquellos que dominan la economía y la política de Estado.Una ilustración actual de su preocupación es la “Enseñanza sobre la Ley de Mejora Ambiental” propuesta a los legisladores de Estado por el Consejo de Intercambio Legislativo Estadounidense (CILE), un grupo de cabildeo de fondos corporativos que designa la legislación para cubrir las necesidades del sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE manda “enseñanza equilibrada” de la ciencia del clima en salones de clase K-12. La “enseñanza equilibrada” es una frase en código que se refiere a enseñar la negación del cambio climático, a “equilibrar” la corriente de la ciencia del clima. Es análoga a la “enseñanza equilibrada” apoyada por creacionistas para hacer posible la enseñanza de “ciencia de creación” en escuelas públicas. La legislación basada en modelos CILE ya ha sido introducida en varios Estados. Desde luego, todo esto se reviste en retórica sobre la enseñanza del pensamiento crítico. Una gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos  que en un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su importancia en términos de ganancias corporativas.Los reportes de los medios comúnmente presentan controversia entre dos lados sobre el cambio climático. Están de acuerdo en que el calentamiento global ocurre, que hay un sustancial componente humano, que la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el proceso escale rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es raro encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas. El otro lado consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos respetados –que advierten que es mucho lo que aún se ignora– lo que significa que las cosas podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar peor. Aparentemente, la campaña de propaganda ha tenido algún efecto en la opinión pública de los EE.UU. Pero el efecto no es suficientemente significativo como para satisfacer a los señores. Presumiblemente esa es la razón por la que los sectores del mundo corporativo lanzan su ataque sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la peligrosa tendencia pública a prestar atención a las conclusiones de la investigación científica. Las doctrinas oficiales sufren de un número de conocidas “ineficiencias de mercado,” entre ellas el no tomar en cuenta los efectos en otros en transacciones de mercado. Las consecuencias de estas “exterioridades” pueden ser substanciales. La actual crisis financiera es una ilustración. En parte es rastreable a los grandes bancos y firmas de inversión al ignorar el “riesgo sistémico” –la posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando llevaron a cabo transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental es mucho más seria: la externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no hay hacia dónde correr, gorra en mano, para un rescate.En el futuro, los historiadores (si queda alguno) mirarán hacia atrás este curioso espectáculo que tomó forma a principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia, los humanos enfrentan el importante prospecto de una severa calamidad como resultado de sus acciones, que están golpeando nuestro prospecto de una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y poderoso de la historia  está guiando el esfuerzo para intensificar la probabilidad del desastre. Llevar el esfuerzo para preservar las condiciones en las que nuestros descendientes inmediatos puedan tener una vida decente son las llamadas sociedades “primitivas”: primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los países con poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados para preservar el planeta. Los países que han llevado a la población indígena a la extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso Ecuador, con su gran población indígena, está buscando ayuda de los países ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo tierra, que es donde deben estar. Mientras tanto, EE.UU. y Canadá están buscando quemar combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas arenas bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo posible, mientras alaban las maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido) independencia energética sin mirar de reojo lo que sería el mundo después de este compromiso de autodestrucción.