La aparición de las redes sociales es, sin duda, uno de los fenómenos más importantes de la era de internet. Gracias a ellas podemos estar en contacto con quienes están lejos, encontrar a amigos de otros tiempos, conocer gente afín a nosotros, establecer conexiones con empresas y colegas, compartir contenidos que nos parecen interesantes, dar nuestras opiniones, y muchas otras cosas más. Seguramente la mayoría de nosotros tiene un perfil en una red social o en varias. Estas redes nos permiten también explotar varias ‘facetas’, como amigo, colega, empresario, incluso fotógrafo o periodista. Las opciones son muy variadas y cada vez se crean redes más especializadas o destinadas a grupos mucho más específicos. Sin lugar a dudas, esta ‘revolución’ no puede dejarnos indiferentes; sin embargo, en muchas ocasiones pueden ser un arma de doble filo, que nos permite construir pero también destruir.

Hemos visto a lo largo de estos años de existencia de las redes sociales cómo nos han ayudado a estar más informados sobre diversos temas, y ‘en tiempo real’. Sin ir más lejos, recordemos lo que pasó el día del terremoto, cuando los medios tradicionales no daban ninguna información aún. En este caso, los usuarios de las redes nos fueron contando poco a poco cómo y dónde se sintió esta tragedia. Incluso, Facebook activó una opción que permitía contar a tus amigos que estabas bien después del sismo. Gracias a la rapidez con la que se transmite la información, también fue posible activar redes de solidaridad. Nos enteramos más rápido y de primera mano de qué se necesitaba, cuáles fueron los sitios afectados, dónde se podían dejar donaciones y mucho más. Este es solo un ejemplo muy cercano para nosotros de cómo las redes pueden unirnos y sacarnos del letargo.

También, al enterarnos de lo que sucede en todo el mundo, nos resulta más fácil tener una idea global de la realidad, comparar situaciones, opinar sobre ellas. Sin embargo, corremos también el riesgo de deshumanizarnos, y convertirnos en aquello que se conoce como ‘activista de teclado’, es decir, aquel que opina, se indigna, comparte información, pero no hace nada más. Obviamente no se puede hacer mucho si sentimos indignación por ataques en el otro lado del mundo aparte de compartir la información para que otro la conozca, dar nuestra opinión o, por lo menos, cubrir nuestra foto de perfil con la bandera del país afectado, pero existe el peligro de que estos ‘activismos’ se conviertan en una costumbre que nos mantenga con la conciencia tranquila y nos paralice frente a la pantalla, incluso en asuntos en lo que sí podemos hacer algo.

Este activismo de teclado no solo se refiere a tragedias que necesitan acciones inmediatas, también se da, por ejemplo, en relación con la política. Todos nosotros, en mayor o menor medida, tenemos una posición política definida y apoyamos a determinadas personas o estamos en contra de ciertas ideas, y las redes sociales son un excelente medio para expresar nuestras opiniones. Sin embargo, al tratarse de sitios masivos, en los que más que nunca funciona aquello de ‘palabra y piedra suelta no tienen vuelta’, hay que ser muy cuidadosos con aquello que decimos y con lo que compartimos, pues seguramente en ningún otro lugar los rumores pueden difundirse más rápido. Al ser las redes un canal abierto para que todos demos nuestras opiniones, son infinitos los matices con los que nos podemos encontrar, por eso es necesario que antes de opinar o compartir una información nos aseguremos de su veracidad y también si vale la pena compartirla, pues muchas veces solo se trata de acusaciones infundadas que pueden causar mucho daño. Pensemos que las redes nos otorgan el poder de opinar, pero pensemos también que todo poder trae consigo una gran responsabilidad.