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El cuento: caracol del lenguaje

El cuento: caracol del lenguaje
25 de noviembre de 2013 - 00:00

La tarde está opaca, como un espejo de alabastro. A lo lejos, los nubarrones son la promesa de una tormenta. No estamos en el descampado y la puerta es áspera. Adentro, no hay suficiente leña. En el libro, las primeras líneas traen la voz de las populosas calles. Una mujer pasa con abrigo rojo. Afuera, suena el relámpago. La mujer entra en un túnel, que es infinito. Sus pasos parecen bifurcarse como en un laberinto. De pronto, se escucha un rayo. Golpean la puerta: es un minotauro mojado. Creo que algo así es el cuento.

Por un lado, está esa socarrona forma de engañar al lector –contando una historia tribal- hasta conseguir un final sorprendente. De allí que Horacio Quiroga diga que el cuento es “una flecha que, cuidadosamente apuntada, parte del arco para ir a dar directamente al blanco”. De otro lado, está la utilización del lenguaje, como si se tratara de un artefacto, de una máquina engranada para seguir el cómputo (de allí viene su etimología del latín computus). No se puede eludir a los significados, refería Juan Bosch para afirmar: “Una persona puede llevar cuenta de algo con números romanos, con números árabes, con signos algebraicos; pero tiene que llevar esa cuenta. No puede olvidar ciertas cantidades o ignorar determinados valores. Llevar cuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista”.

Por eso afirmaba que la novela es extensa, el cuento es intenso, y Julio Cortázar –sabedor del box y del jazz- afirmaba: “los cuentos se ganan por knock-out, al contrario de las novelas que se triunfa por asaltos. Esto a propósito del reciente Premio Nobel de Literatura a la cuentista canadiense Alice Munro, que pone al cuento en otra dimensión, ante la impronta de la novela como género mayor.

Me propuse realizar un análisis de esta literatura presente desde tiempos antiguos a partir del texto Del cuento y sus alrededores, una excelente antología de la teoría del género; leí el prólogo de la famosa Antología de Literatura Fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; leí los mejores relatos que nos recomienda Ernesto Sábato. Volví a esa memoria renovadora que fue Edgar Allan Poe o Antonio Chéjov, pero encontré un texto, del propio Bosch que lo dice todo, así que dejo para otra ocasión la teoría y, mejor, le propongo al lector una antología para entrar en materia. Sin olvidar que Cortázar dijo que el cuento es el caracol del lenguaje, incluyo un cuento de dragones, que es mi preferido antes de que nos sorprenda el rayo. Por eso, coloco uno mío como ejemplo, claro está:

“El cuento es el tigre de la fauna literaria; si le sobra un kilo de grasa o de carne, no podrá garantizar la cacería de sus víctimas. Huesos, músculos, piel, colmillos y garras nada más, el tigre está creado para atacar y dominar a las otras bestias de la selva. Cuando los años le agregan grasa a su peso, le restan elasticidad en los músculos, aflojan sus colmillos o debilitan sus poderosas garras, el majestuoso tigre se halla condenado a morir de hambre.

 El cuentista debe tener alma de tigre para lanzarse contra el lector, o instinto de tigre para seleccionar el tema y calcular con exactitud a qué distancia está su víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella.

Pues sucede que en la oculta trama de ese arte difícil que es escribir cuentos, el lector y el tema tienen un mismo corazón. Se dispara a uno para herir al otro. Al dar su salto asesino hacia el tema, el tigre de la fauna literaria está saltando también sobre el lector”.

 

LA SENTENCIA

Wu Cheng-en  (autor chino del siglo XVI)

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Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.

Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.

Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:

-¡Cayó del cielo!

Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó:

-Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.

 

El CIERVO ESCONDIDO

Liehtsé (filósofo chino, siglo IV, antes de Nuestra Era)

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Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:

-Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.

-Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero -dijo la mujer.

-Aun suponiendo que encontré el ciervo por un sueño -contestó el marido- ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?

Aquella noche el leñador volvió a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:

-Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.

El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:

-¿Y ese juez no estará soñando que reparte un ciervo?

 

ARMISTICIO

Juan José Arreola

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Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso, en ruinas.

 

EL PRECURSOS DE CERVANTES

Marco Denevi

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Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas.

 

PÁGINA ASESINA

Julio Cortázar

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En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las 3 de la tarde, muere.

 

LA TORTUGA Y AQUILES

Augusto Monterroso

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Por fin, según el cable, la semana pasada la tortuga llegó a la meta.

En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.

En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.

 

LOS OJOS CULPABLES

Ahmed Ech Chiruani

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Cuentan que un hombre compró una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió: "Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios." Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo: "¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor." Ella le respondió: "No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios." A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía: "La muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos tomado." Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.

 

ODÍN

Jorge Luis Borges y Delia Ingenieros

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Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se había convertido a la nueva fe, llegó una noche un hombre viejo envuelto en una capa oscura y con el ala del sombrero sobre los ojos. El rey le preguntó si sabía hacer algo; el forastero contestó que sabía tocar el harpa y contar cuentos. Tocó en el harpa aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar y, finalmente, refirió el nacimiento de Odín. Dijo que tres parcas vinieron, que las dos primeras le prometieron grandes felicidades y que la tercera dijo, colérica: "El niño no vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado. Entonces los padres apagaron la vela para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia; el forastero repitió que era cierto, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.

 

NAUFRAGIO

Ana María Shua

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¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

 

EL HOMBRE QUE MURIO DE LETARGO

Juan Carlos Morales

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Xavier de Alcántara se acostó temprano. Al cerrar los ojos percibió un túnel, pero no le dio importancia. Al dormirse comenzó a vivir Boris Risturak y se levantó de su cama. El primero era un agrimensor y el otro era un constructor de barcos en miniatura. Ninguno sabía de la existencia del otro. Desde que eran niños siempre había sucedido así. Los vagos sueños permanentemente se referían a sucesos aleatorios. Mas una noche -los alquimistas la llaman fatal- Boris Risturak no pudo conciliar el sueño y Xavier de Alcántara amaneció muerto, pero con los ojos abiertos.

 

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