Ecuador, 29 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Una mariposa aletea en el cielo de Hollywood (y el mundo la mira)

Una mariposa aletea en el cielo de Hollywood (y el mundo la mira)
Cristian Newman / unsplash.com
10 de marzo de 2018 - 00:00 - Marcela Ribadeneira

La explosión en el cielo

Tres cosas fueron indispensables para que la caja de Pandora se abriese y el gigante cayera. Una de ellas fue el compromiso de un medio —The New York Times—por investigar y reportar casos de acoso y abuso sexual. Otra fue el hecho de que existan plataformas de difusión de gran alcance, como Facebook y Twitter, donde cualquier tipo de contenido tiene el potencial de viralizarse, especialmente si el usuario que lo comparte cuenta con un gran número de seguidores. Y la última es el contexto político, que puede condensarse en un nombre: Donald Trump.

«Hubo un brote de discusión pública alrededor del abuso sexual y del acoso durante la campaña [electoral] con la grabación de Access Hollywood», dice a Variety Megan Twohey. Ella es una de las autoras del reportaje del Times que expuso las vejaciones sexuales que el gigante —el multimillonario productor hollywoodense Harvey Weinstein— habría cometido con actrices famosas y empleadas suyas. La grabación mencionada es de 2005 y en ella Trump hace alarde de su posición de poder y de cómo esta le permite hacer cualquier cosa, incluso tocar las partes íntimas de una mujer sin consentimiento previo. «Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerlo», «Agarrarlas por la concha, puedes hacer cualquier cosa», son algunas de las frases que le dice a Billy Bush, entonces presentador del programa de farándula.

Trump salió impune del escándalo y se convirtió en presidente del país con mayor influencia en Occidente, lo que preparó el clima para la explosión que vendría. Después del reportaje de The New York Times, actrices como Rose McGowan, Gwyneth Paltrow, Ashley Judd, Angelina Jolie y Asia Argento confirmaron las acusaciones expuestas por la publicación y otros actores conocidos se unieron a condenar el comportamiento de Weinstein.

El productor fue despedido de The Weinstein Company, de la que fue cofundador. La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, que entrega los premios Óscar, también le mostró la puerta de salida. Weinstein, alegando que se sometería a terapia, desapareció del panorama. Y el telón se cerró: Hollywood había castigado al gigante por sus crímenes.

Pero hay evidencia de que el comportamiento de Weinstein era un secreto a voces y de que nadie hizo nada al respecto, sino hasta que la investigación del Times lo denunció públicamente. «Si Harvey Weinstein te invita a una fiesta privada en el Four Seasons, no vayas», dijo la actriz y cantante Courtney Love cuando una reportera le preguntó, en 2005, qué consejo les daría a las actrices que comienzan su carrera.

Seth McFarlane fue el presentador de la entrega de los Óscar de 2013. Durante el acto en que se anunciaron las nominaciones para los premios, el comediante hizo una broma que, en retrospectiva, resulta repugnante. «Felicitaciones, damas, ustedes cinco ya no tienen que pretender que les atrae Harvey Weinstein», dijo al revelar quiénes eran las candidatas a mejor actriz de reparto.

La actriz y guionista Lena Dunham fue una de las voces que se atrevieron a nombrar lo obvio. «Fácil pensar que la compañía Weinstein tomó acción rápido —escribió en un tuit—, pero esto realmente ha sido la reacción más lenta porque ellos siempre siempre supieron».

El secreto a voces no era que Weinstein tenía conductas sexuales impropias. Era que ese tipo de conducta se volvió algo común desde mucho tiempo atrás, y que era conocido y aceptado —o ignorado— por quienes trabajan en la industria cinematográfica y del entretenimiento. Tippy Hedren denunció en 2016, en su último libro de memorias, que Alfred Hitchcock intentó asaltarla sexualmente, y que amenazó con arruinar su carrera cuando la actriz de Los pájaros lo rechazó.

A diferencia de Hedren, Maureen O’Hara, que era casada y tenía un hijo, no esperó 50 años para hablar de los acosos por parte de hombres poderosos de la industria cinematográfica. En 1945 declaró estar tan cansada de eso, que podría dejar Hollywood. «Porque no dejo que el productor y el director me besen cada mañana, o porque no les dejo que me pongan las manos encima, ellos han esparcido el rumor de que no soy una mujer —le dijo a The Mirror—, de que soy una estatua de mármol».

Weinstein fue la primera ficha del dominó. Actores como Kevin Spacey y James Franco, entre una lista de varias docenas, fueron acusados por mujeres y hombres, a través de redes sociales, de haber tenido conductas sexuales inapropiadas, de acoso y hasta de violación. Por ejemplo, un solo hombre, el director James Toback, tuvo acusaciones de 40 mujeres por acoso.

«Algunas mujeres sintieron que eso [sus denuncias en redes] era con lo que podían contribuir a la historia de América. Otra gente estaba muy desalentada porque sintió que había una falta de rendición de cuentas —dice a Variety Jodi Kantor, la segunda autora del reportaje de The Times—. Vieron que Trump fue electo de todos modos. Otra cosa que desanimó a la gente fue que [Bill] Cosby no hubiera enfrentado cargos criminales por sus supuestas violaciones».

La onda expansiva de la bomba Weinstein bajó de las estrellas y llegó hasta el mundo de los simples mortales. Cientos de personas alrededor del mundo contaron sus experiencias de acoso y abuso sexual en Twitter y Facebook, usando la etiqueta #metoo o #yotambién. Se hablaba en público de cosas que se habían callado durante mucho tiempo. Mujeres, y también hombres, sentían por primera vez la libertad suficiente para compartir experiencias incómodas, en el mejor de los casos; humillantes y traumáticas, en el peor. Pero también hubo críticas a quienes denunciaban atropellos.

«La gran pregunta es si la presente ola de revelaciones, que a menudo consisten en alegaciones no corroboradas de décadas atrás, ayudará a las ambiciones de las mujeres al largo plazo o si ya está creando problemas al revivir los viejos estereotipos de la mujer como histérica, volátil y vengativa —escribe Camille Paglia en una nota para The Hollywood Reporter— (...) Hablen ahora o callen para siempre». En el mismo texto, Paglia escribe que las artes performativas podrían ser inherentemente susceptibles a tensiones sexuales y transgresiones, y que imponer códigos sexuales rígidos limitaría inevitablemente la espontaneidad, la improvisación y la misma creatividad.

La escritora estadounidense, que ha sido tildada de antifeminista por criticar a grupos feministas que ella considera radicales o que se victimizan, brinda argumentos razonables —al largo plazo quizás las protestas y los activismos de shock radicalizan el rechazo a la causa—, pero es difícil leerla sin pensar lo desconectada que está su línea de pensamiento con la realidad de millones de mujeres de países subdesarrollados. De países donde la única posibilidad de cambio, frente a políticas desinteresadas o sin un potencial real de ser implementadas, suele ser la bulla. Y salir a la calle. Y hacer presión a través de redes sociales.

«Habrá más de uno asustado por ahí, metido en la oficina diciendo: Y ahora, ¿cuándo va a salir mi nombre? Pues saldrá —dice Javier Bardem a Televisión Española a propósito del movimiento #metoo—. Es bueno que salga, pero que salga con pruebas suficientes para que se demuestre legalmente que esa acusación tiene fundamento y se tomen medidas al respecto. Hay que tener cuidado con el juicio mediático y juicios populares».

Por supuesto que Bardem se refiere a las posibles denuncias que vengan de actrices famosas, o al menos conocidas. Pero todo el mundo está mirando lo que pasa con Weinstein. Con Spacey. Con los violadores cuando son finalmente confrontados por sus víctimas, no importa si la denuncia es pública y no penal. No importa —con la mucha irritación que le pueda causar a Paglia— si viene luego de décadas de la agresión o el abuso. Quienes han sido agredidas, si no pueden obtener justicia, al menos podrán tener catarsis. Al menos pueden sentar un precedente: el de no callar más.

¿Puede eso tener alguna repercusión? Quizás solo aquella de hacer que hombres y mujeres nos preguntemos qué tanto nuestra cabeza ha normalizado el machismo y la violencia de género, qué tanto hemos incurrido en comportamientos machistas o cuántos de esos «coqueteos torpes e insistentes» —como lo llaman Catherine Millet y sus compañeras del manifiesto de mujeres francesas contra el movimiento #metoo— han sido en realidad un abuso o transgresión del espacio y del cuerpo del otro.

Si después de arrojarla al agua, flota, es bruja
¿Cómo se demuestra legalmente que una acusación tiene fundamento, qué se considera una prueba suficiente? ¿Quién decide qué pruebas son suficientes? ¿Quién decide si la persona que acusa dice o no la verdad? ¿Qué comportamientos son sexualmente inapropiados? ¿Cuál es el límite entre piropo y acoso? ¿Entre acoso y «coqueteo insistente o torpe»? ¿Quién lo decide? ¿Qué hace una mujer, entonces, cuando se siente incómoda? ¿Cuándo su espacio es violado? ¿Cuándo su cuerpo es objeto de contactos no solicitados? ¿Puede una mujer decidir por ella misma si ha sufrido o no un acoso, un abuso, una violación? ¿Basta su palabra para que se hagan las investigaciones respectivas si hace una denuncia oficial? ¿O se la tratará como mentirosa o posible difamadora? ¿Basta su palabra? ¿Es suficiente su palabra en un medio en el que ni siquiera la evidencia basta?

Fueron 17.448. Las estadísticas vitales y de nacimientos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) muestran cuántas niñas menores de 14 años tuvieron un parto en Ecuador. Fueron 17.448, casi el mismo número que los habitantes de la provincia de Galápagos, según cuentan Ana Acosta y Luisana Aguilar en un reportaje para Wambra. «En promedio, cada año 2.181 niñas menores de 14 paren en Ecuador —escriben las autoras—, todas ellas víctimas de violencia sexual desde un criterio legal, ya que el Art. 171 del Código Orgánico Integral Penal (COIP) establece que todo acceso carnal con penetración a una menor de 14 años es violación».

Acosta y Aguilar también explican que la tipificación del delito es suficiente para que todos esos embarazos se traduzcan en denuncias por violación y sean procesados legalmente y juzgados. En la realidad, por supuesto, eso no sucede. «Las miles de niñas embarazadas producto de violencia sexual no figuran en los registros estatales como víctimas de violencia de género —escriben Acosta y Aguilar—, lo que impide que accedan a atención, reparación y justicia». Es decir, debido a la falta de procesos, la evidencia más contundente, la concepción de un nuevo ser por parte de las víctimas, no basta para condenar judicialmente a los culpables.

Polina Cold, cantante rusa que vive en Ecuador, lanzó un granada virtual en 2017, demostrando que la violencia de género, y que los encendidos reclamos feministas en redes no pelean únicamente por cosas que sucedieron décadas atrás. «Hace un año se terminó la relación abusiva en la que estuve con Efraín Granizo, músico de la banda Van Fan Culo de la cual yo formaba parte como cantante. Hice la denuncia pública a través de Facebook y a través de la Policía. La segunda no llegó a ningún lado porque las leyes en este país acerca de la violencia contra la mujer realmente no funcionan —dijo Polina Cold, hace unos días, en un post de Facebook—. En mi experiencia, la denuncia pública que hice tuvo apariencia de un tipo de justicia al principio, porque este caso se hizo viral y varios periódicos, revistas, radios y personas del medio publicaron el rechazo a la violencia ejercida por Efraín Granizo. Ahora pasó un año y el abusador sigue su vida como si no hubiera pasado nada sin pagar por las acciones que hizo».

Su caso sirvió de trampolín para que el movimiento #MiPrimerAcoso y #NoCallamosMás se replique en Ecuador (ya había tenido repercusión en otros países latinoamericanos). Se creó un grupo privado de Facebook, que en cinco días enroló a 26 mil mujeres, según reportó Soraya Constante para El País. Miles de denuncias —miles— fueron compartidas en ese espacio. Estas tenían algunos denominadores en común. Los hombres que protagonizaban estas historias de abuso y acoso eran casi siempre personas que se encontraban en situaciones de poder, como profesores, médicos, amigos de los padres y parientes de mayor edad. Pero pronto surgieron las reacciones, siempre en redes, condenando la iniciativa y denunciando casos de calumnia, desestimando a la iniciativa por los posibles casos falsos que se hubiesen compartido.

Denuncias falsas, mujeres que quieren destruir la reputación de hombres, mujeres que mienten, mujeres que buscan venganza. De seguro las hay, en la misma proporción que existen hombres que quieren destruir la reputación de mujeres, de hombres que mienten, de hombres que buscan venganza. El caso de Maureen O’Hara y los productores que destruyeron su reputación son evidencia de ello. Pero desestimar un movimiento entero, una lucha, por sus excepciones no es algo que se pueda sostener.

«El feminismo está en una encrucijada y hay muchas mujeres que no se dan cuenta. Ha sido la única revolución del siglo XX que ha triunfado. La única que ha logrado de verdad cambiar las condiciones de vida de la gente. Pero en su triunfo está implícito el fracaso porque la meta del feminismo clásico —crear un estatuto jurídico igualitario y leyes igualitarias— se ha conquistado y no ha traído igualdad —dice la escritora española Almudena Grandes a Diario en femenino—. Es razonable que haya varios movimientos feministas, que se pudieran reunir o no. Pero me parece mal que ahora resulte que las feministas son una turba, violentas, agresivas, feminazis… eso es una estrategia de la nueva misoginia». CP

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media