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Testimonio de un secuestro: "la esperanza no la pierdo"

Testimonio de un secuestro: "la esperanza no la pierdo"
02 de junio de 2018 - 00:00 - Xavier Gómez Muñoz, Periodista

 Soy la hermana mayor de Óscar Villacís y la cuñada de Katty Velasco, la pareja que está secuestrada en Colombia. Óscar es el quinto de siete hermanos. Él se crió conmigo; yo le di el estudio. Me hice de compromiso y me lo traje a vivir en Santo Domingo, desde cuando él tenía 6 años. Óscar era bien atento conmigo, no le quería a mi pareja, pero a mí me quería bastante, me hacía caso. Cuando era pequeño, me decía mamita.

Me acuerdo que cuando Óscar traía malas notas de la escuela, me las escondía. Llegaba quedito a la casa y cuando le preguntaba, decía que no se las habían entregado. Entonces yo sospechaba que algo andaba mal. Él siempre tuvo su carácter, no se quedaba callado. A veces se agarraba con el profesor de educación física, le llamaban la atención y me tocaba ir a la escuela, hasta que con otras mamitas hablamos y a ese profesor lo botaron, porque era grosero con él y con otros niños.

Después de la escuela, Óscar no quiso estudiar. Le compré una bicicleta y desde ahí le gustaba salir al parque, se hizo bien amiguero. Mi hermano era un chico bien alegre. Siempre, cuando llegaba a la casa, metía bulla. A mí me molestaba con que no sé cocinar, a todos nos ponía apodos. Algunos de sus amigos a veces me escriben, me preguntan qué sé de él y de Katty, me dicen que no pueden creer lo que les está pasando, que contemos con ellos para ayudar. Pero si la familia no puede hacer nada, qué pueden hacer ellos.

Óscar era estucador, sabe de plomería, de pintura, se dedicaba a todo lo que es albañilería. Tiene 24 años y Katty, 20. Katty le ayudaba a mi mamá cuando estaba mal con la diabetes, le pasaba los remedios, le hacía agüitas. Es una muchacha bien atenta, alegre, conversona, bien delicadita. Ella todavía no trabajaba, porque recién había terminado el estudio. Katty tiene una niña de 5 añitos de otro compromiso. Mi hermano tiene un varoncito también de 5 añitos y una niñita de 9 meses. Óscar y Katty estaban enamorados. Recién tenían un mes viviendo juntos. Antes de eso, él vivía conmigo.

El sábado 7 de abril, antes de viajar a Esmeraldas, estuvimos con mi hermano en el bautizo del hijo de mi sobrina. Estuvo toda la familia reunida, bailando, tomando, hasta la madrugada. Como nunca, él bailó... No se cansaba. Bailaba con las primas, con toda la familia. Eso era raro porque a Óscar no le gusta bailar, pero ese día estaba bien alegre. ¿Quién se iba a imaginar la desgracia que iba a pasar?

El siguiente martes, vino por última vez a mi casa, a pedirme una mochila prestada para llevar su ropita. Eso fue en la mañana. Me dijo que se iba con Katty unos días a la playa, porque,  como la niña de ella ya entraba a estudiar, después ya no iban a poder viajar.

—Pero ¿a Esmeraldas? —le dije yo—. ¿Por qué mejor no se van a otro lado? Mira lo que pasó con los periodistas.

—No —me respondió él—, solo vamos unos días a la playa y de ahí a Colombia, a comprarnos ropita, unos zapatos, que por allá son baratos, y regresamos. Pero nunca volvieron.

Óscar y Katty viajaron en una moto de segunda, que él recién se había sacado. Me dijo que quería probar la moto en el viaje. En las noticias decían  que él y mi cuñada se han ido a San Lorenzo y que luego han cogido un bus a Colombia, pero no sé, él nunca me dijo nada de eso. Y no es cierto que iban a cobrar o a vender una moto por allá. La moto que estaban vendiendo era otra, una que él tenía en el Oriente.

El miércoles, Óscar nos escribió para decirnos que habían llegado bien a Esmeraldas. Conversamos por WhatsApp hasta el jueves en la mañana. Me dijo: «Estamos pasándola bien, todo bien por acá». Pero en la tarde le volví a escribir y ya no respondió. De ahí le llamé al celular el viernes y solo escuchaba: «Bienvenido a Claro». Qué raro, pensé. Capaz se fueron a Colombia a comprarse la ropita y estarán en la casa de una hermana que tenemos en Ipiales, pero se me hacía extraño porque él siempre pasaba conectado a Facebook y ese día no se conectaba.

Mi papá como que algo presentía. «¿Qué sabes de tu hermano. No ha llamado?», me preguntaba. Después él se fue a preguntar donde la familia de Katty, pero tampoco sabían nada. Para tranquilizarle, le dije: «Se habrán ido a Colombia y allá tienen que comprar un chip para comunicarse».

Como estaba preocupada, llamé a mi hermana en Ipiales y le pregunté por ellos. «No, me dijo ella, por acá no han llegado». Después le timbraba y le timbraba a Óscar, y nada. La familia de Katty también les llamaba. Hasta que el martes, 17 de abril, me levanté de la cama, abrí el Face y vi a mi hermano y a mi cuñada en un video, amarrados y pidiendo ayuda al presidente para que los liberen.

Ahí empezó la desesperación de toda la familia. Ese día estaban en la casa mi mamá y mi hermana. Me escucharon llorar y subieron a ver qué me pasaba. Mientras me cambiaba de ropa para salir, ellas veían el video. Enseguida cogimos un taxi para el Comando de la Policía de Santo Domingo. «¿Qué es lo que pasa con mi hermano y mi cuñada?», pregunté cuando llegamos, pero nadie sabía nada. Me molesté con un policía porque me preguntó: «¿Pero segura que el del video es su hermano?». Le contesté: «Claro, cómo no voy a saber que es mi hermano, si él se ha criado conmigo. Él se llama Óscar Villacís y mi cuñada, Katty Velasco». Y le mostré unas fotos suyas que tenía en el teléfono.

Ahí recién se enteraron de quiénes eran los secuestrados y llamaron a Quito para avisar que la pareja era de Santo Domingo. Entonces nos pusieron más atención, nos pasaron a un cuarto, arriba, y llegaron investigadores. Nos tuvieron ahí esperando por si acaso llegaba alguna llamada, pero nunca hubo comunicación. Luego regresamos a la casa. Desde ese momento, nadie se ha vuelto a comunicar con nosotros. Solamente por ahí los de la Unase (Unidad Antisecuestros y Extorsión de la policía) y tuvimos una entrevista con el Ministro del Interior que salió y el Viceministro, y en la Defensoría Pública.

¿Y qué nos han dicho? Nada. Que están haciendo todo lo posible, que esperemos, que tengamos paciencia. Pero ya ha pasado más de un mes y seguimos sin saber qué es de ellos. Hemos pedido cita a algunas autoridades y no nos atienden. Nos han cerrado las puertas. Nos dan la espalda. Nos sentimos abandonados. Quizás, digo yo, será porque somos personas humildes, porque mi hermano es un simple albañil, no es ninguna persona importante, que sale en las noticias.

Para tratar de ayudar a mi hermano y a Katty, yo me he movido por donde más he podido. He ido cuatro veces a Quito, dos veces con mi mamá y otra vez con un hermano. La primera vez fuimos a hablar con el ministro del Interior que salió. La segunda vez nos llamaron los familiares de los señores periodistas, a los que les mataron (Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra), para preguntarnos si queríamos unirnos a las vigilias. Para qué voy a decir, ellos se han portado bien con nosotros, son los únicos que nos han ayudado. Ellos y los compañeros de los periodistas. Como nosotros somos de la Costa, no teníamos ropa para la Sierra, y nos colaboraron con eso, con vituallas, con carteles.

Cuando estuvimos en Quito quisimos sacar cita para hablar con el señor presidente, Lenín Moreno, pero él nunca nos atendió. También estuvimos en la misa de los señores periodistas en Quito. Este lunes, 14 de mayo, estuve en la Fiscalía para ver si hay alguna noticia, pero no me dan más información, ninguna prueba de que están vivos. Solo nos dan palabras.

Las veces que hemos ido a Quito me ha tocado pedir posada a una sobrina que tengo por allá. Dormimos en el piso, pero lo importante es que dormimos en una casita por lo menos. De la familia de Katty también viaja una hermana para Quito, cuando puede dejar a sus hijos con alguien. La mamá de Katty sufre de la presión, entonces no puede viajar porque enseguida se pone mal. Yo tengo dos niñas, una de 11 y otra de 6. Cuando viajo, mi hermana se queda con ellas. Compartimos este trabajo que ahora nos toca: yo me dedico a hacer los trámites para ayudar a mi hermano, y ella se dedica a ayudarme a mí, en la casa y con las niñas.

Desde que me enteré del secuestro, no he ido al comedor donde trabajaba. Los dueños me dieron unos días, pero tampoco podían esperar más y tuvieron que contratar a otra persona, así que ya no tengo trabajo. Como dicen que el secuestro ha sido en Colombia, parece que acá ya no están haciendo nada. Por eso he viajado estos últimos días, sola, a Colombia. En el Consulado me recomendaron que trate de hablar con el Obispo de Ipiales, que le pida que interfiera, que tal vez él pueda pedirle a este señor (alias ‘Guacho’) que los deje libres. Traté de hablar con el alcalde de Ipiales, pero no me dio cita.

En la policía de Colombia también me dicen que están trabajando, que allá no es novedad un secuestro, pero que están haciendo todo lo posible para rescatar a mi hermano y a mi cuñada. El 19 de mayo tengo que estar en Bogotá, porque dicen que allá tienen un informe. El 21 tengo una cita con el obispo de Ipiales. Pero usted sabe que viajar cuesta, que para todo eso se necesita dinero. Con la familia pensamos hacer una rifa para ayudarnos. Hasta mientras pienso pedirle un préstamo a una vecina o dejarle empeñado algo, lo que sea, con tal de poder moverme y ayudar a mi hermano y a mi cuñada.

Después seguiremos con las vigilias en Santo Domingo. Ya hemos hecho tres vigilias. La primera vez estuvimos unas treinta personas, la segunda unas veinte. No van muchas personas, solo la familia. Creo que la gente no nos apoya porque no son familiares de ellos o porque no somos personas importantes. O será, pienso yo, a veces, porque tienen el corazón duro. He leído que algunos publican en el Face: «Para que se fueron a meter allá». Y en el barrio alguien me vino a decir: «¿Cierto que su hermano tenía algo con este señor (alias ‘Guacho’)?».

La gente a veces le hace enojar a una con las cosas que dice. Quienes en verdad conocen a mi hermano y a mi cuñada saben que son personas buenas, que trataban de salir adelante, como todos. Antes de irse a Esmeraldas, él me dijo que nos pongamos un negocio de papas a medias, para que yo ya no trabaje en el comedor. Cuando sus hijitos y la niña de Katty preguntan por ellos, les dicen que sus papás ya van a volver, que están de viaje, pero los niños se dan cuenta. El varoncito de mi hermano ha visto el video en el que su papá le pide ayuda al presidente, y reclama que por qué le tienen encerrado, que por qué no viene.

Cuando vi ese video, yo también lloraba porque pensaba que los habían matado. Pero ahora, la verdad, no pierdo las esperanzas de que regresen vivos. Son personas inocentes, que no tienen nada que ver con esos problemas, y mire lo que les pasó.

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