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Poesía “bien escrita” no significa necesariamente “buena poesía”

Poesía “bien escrita” no significa necesariamente “buena poesía”
15 de abril de 2013 - 12:57

Mientras leía las decenas de textos participantes, en las semanas anteriores a la publicación del veredicto, al menos un par de ideas se me aparecieron con mucha claridad.

La primera de ellas fue que la gran mayoría de poemarios participantes respondía a inquietudes muy similares, tanto de orden temático como expresivo. Casi todas dejaban ver un bagaje similar de lecturas de la tradición lírica de la lengua, que en su mayor parte eran pobres o escasas. Y las referencias a los grandes nombres de la poesía occidental moderna y contemporánea no necesariamente estaban bien asimiladas.

La segunda idea fue que casi todas las obras estaban, en términos lingüísticos, “bien escritas”. Talento, imaginación y oficio no faltaron, pero apenas unas pocas obras sobresalían de ese ámbito de preocupaciones poéticas bastante trilladas, o eran en realidad los pinitos de algún joven aficionado. En suma, se trataba de poesía “bien escrita” y, en términos de conjunto, bastante uniforme. Pero si esto fue así, ¿por qué se declaró desierto el primer lugar del concurso? Para decirlo de manera sencilla y directa, porque ninguno de los miembros del jurado coincidimos en la designación de un primer lugar.

En contraste, el segundo y tercer premio resaltaron de inmediato por su calidad de entre un abundante grupo de obras. No fueron los únicos candidatos que cada uno de los jurados llevó a las deliberaciones, por supuesto, pero sí que fueron los únicos dos en los que todos coincidimos. Las menciones honoríficas nos dieron quizás más problemas, pero pudimos llegar a acuerdos mínimos y decidimos también premiar el esfuerzo de aquellos escritores. En cuanto al primer lugar, fue claro desde el inicio que ninguno se atrevía a colocar a los seleccionados para segundo y tercero en la punta de la pirámide.

Curiosamente, los tres habíamos llegado a la misma conclusión sin haber conversado sobre el asunto anteriormente. Y a pesar de que al principio cierto rubor nos impedía expresar esa idea compartida, llegó el momento de decirla en voz alta: para ninguno de los tres había un claro ganador. La opción de elevar el segundo lugar al primero y así sucesivamente se discutió, como es natural, pero no llegamos a un consenso claro, y antes que dividir el veredicto y ceder en nuestras posiciones, preferimos mantener la unanimidad del principio. Tal decisión nos pareció siempre la más honesta.

Es probable que hayamos cometido algún error, sea por fatiga o por ceguera. Y por tanto es probable que no hayamos visto algún gran texto, o algún libro destinado a convertirse en los próximos meses y años en un referente de nuestra poesía. Es probable. Solo el tiempo lo dirá. Ahora mismo recuerdo que en cierto prestigioso certamen literario de mediados del siglo XX coincidieron como participantes el gran poeta cuencano César Dávila Andrade, el brillante escritor Hugo Salazar Tamariz y nuestro querido Hugo Mayo.

El primero recibió el segundo premio por su Boletín y elegía de las mitas y el segundo ganó el concurso literario con su Sinfonía de los antepasados. Mayo quedó tercero.

¿Podemos decir sin temor que el jurado de entonces se equivocó y que debió premiar a Dávila Andrade y dejar a Salazar Tamariz de segundo? No lo creo. Varias anécdotas y especulaciones en torno de este episodio son muy conocidas por los amantes de la poesía ecuatoriana, pero todas me parecen irrelevantes en estos días.

Sin duda, ambos son grandes poemas. Lo cierto es que el poema del cuencano se adhirió al centro del canon nacional rápidamente, mientras el segundo ha permanecido orbitando al borde del olvido.

Sin embargo, ningún lector atento que yo conozca podría decir que el poema de Salazar Tamariz es en sí mismo un poema menor o radicalmente menos importante que el de Dávila. Si bien la factura lingüística y las actitudes de los hablantes líricos de cada poema son distintas, sus preocupaciones sobre la cultura y la historia nacional son cercanas.

Pudo suceder que aquel momento histórico del Ecuador provocó que el poema de Dávila se entronizara paulatinamente y el de Salazar quedara relegado, debido a que ciertas características de Boletín y elegía de las mitas lo hicieron no más legible que la Sinfonía de los antepasados, pero sí más necesario para aquel momento de la cultura literaria nacional.

En estos días, parece poco probable que esta situación se equilibre. Por el contrario, estoy seguro de que la mayoría de nuestros lectores conoce el poema de Dávila, pero no ha leído el de Hugo Salazar Tamariz. En este caso, el tiempo no le ha dado necesariamente la razón al jurado de aquel premio. No obstante, ¿un poema es mejor que otro? Yo diría que son distintos.

He querido participar de este intercambio de ideas, para estimular un debate respetuoso y abierto, que deje de lado los prejuicios y epítetos innecesarios. Nuestro ambiente literario, todavía precario, se enreda quizá con demasiada frecuencia en polémicas apasionadas y poco productivas, de las que pocos salen beneficiados, mucho menos los lectores.

Ante la crítica impresionista, que encuentra en los propios límites intelectuales y condicionamientos emotivos las únicas razones válidas para juzgar positivamente una obra literaria, encuentro la alternativa de la crítica dogmática, que defiende creencias y principios éticos y estéticos frente a rivales imaginarios y pretendidos “enemigos”. Sin embargo, frente a la defensa apasionada de los dogmas, intento practicar una crítica histórica, que persigue valorar cada fenómeno de la cultura según su particular posición en el tiempo. No se trata del ingenuo “todo vale”, sino de una actitud que, haciendo autocrítica permanente, intente mostrar por qué caminos han circulado los signos de la cultura, y qué significados nos brindan para entender mejor nuestra contemporaneidad.

Por eso es que en el caso de este particular premio me parece que los miembros del jurado actuamos desde nuestras subjetividades, es cierto e inevitable, pero intentando hacer un ejercicio de análisis y valoración complejo y honesto.

El tiempo dirá si nos equivocamos y estuvimos muy cerca del bosque como para ver cada uno de los árboles, o si acertamos y pudimos tomar distancia suficiente como para ver el conjunto y las individualidades que lo conforman. De todos modos, un concurso es también una lotería. Que lo digan Hugo Salazar Tamariz y César Dávila Andrade… y Hugo Mayo, por supuesto.

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