Ecuador, 27 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Picasso y Léger: dos lecturas sobre la inocencia

Picasso y Léger: dos lecturas sobre la inocencia
07 de abril de 2013 - 00:00

Coloquialmente se entiende por inocencia a la ausencia de culpa, como el estado previo al delito. Esto muestra lo positivista y calculadora que puede llegar a ser nuestra mente que encuentra rápidamente el principio innocent until proven guilty, atribuido al jurista inglés Sir William Garrow, entre sus herramientas básicas de supervivencia. Con un poco de introspección nos desengañamos de ese concepto y nosotros, sin grilletes ni sentencias, no nos autoclasificamos –a primera vista– dentro de ese conjunto de seres inmaculados.

Después de pararnos frente a un espejo, asociamos la inocencia más bien a personas que todavía no tienen uso de razón o a sujetos con capacidades disminuidas para captar lo que realmente sucede a su alrededor. Nos sentimos amparados por la ley pero abandonados por la vida.

Para buscar soluciones a este destierro hay que ir al origen, al principio, lo que siempre significa entrar en callejones nebulosos en los que se mezcla ficción y realidad. El libro del Génesis sería –como dice Kant– al menos el presunto comienzo de la historia, una metáfora interpretable que da luces interesantes al resultado de la expulsión.

Las Arcadias han sido interpretaciones frecuentes en la historia del arte y de la literatura, como lugares pre-delito, en los que reina la armonía y el hombre suele estar en un estado de buen salvaje rousseauniano. Allí el ser humano es inocente en un sentido legal y moral.

La pintura es de un Picasso que ya dejó atrás su etapa cubista hace varias décadas y volvió a sumergirse en la soledad de la no pertenencia.

Las obras Guerra y Paz son ya palabras del párrafo final del pintor. Allí vemos un paisaje individualmente organizado y que mira la cultura con optimismo: un hombre escribe apoyado en su mano mientras una mujer lee al lado suyo, un niño juega con el caballo, otro hombre toca la flauta y dos mujeres danzan como si fueran invisibles la una a la otra. Hay contacto solo entre el ser humano y la naturaleza –una jaula y un animal– o con un hijo recién nacido. No más. Se pueden encontrar también elementos fantásticos como el sol con un ojo, las alas del caballo, los peces en la jaula para pájaros –y viceversa– y los frutos del árbol. Todo con colores vivos y figuras inocentes.

No hay rasgos de precariedad. Ni siquiera elementos del mundo moderno en el que se desarrolló Picasso. Es una escena extratemporal. Como dice John Berger, “es una pintura que nos hace imaginar la paz y felicidad, que estimula a creer en la inocencia, más bien que en la experiencia”. Muy lejos está el pintor recién llegado a París que en cada obra autorretrata con violencia a los descastados de la modernidad.

07-04-13-cp-pintura-picasso02

Por otro lado tenemos a Léger, quien también había sido cubista, con su propia Arcadia. Un cuadro que llama la atención inicialmente por su temporalidad: no propone una escena idílica sino más bien rodeada de signos que evoquen a la industrialización. Las personas lo que hacen es superponerse entre ellas más que tocarse, pero sus miradas delatan una interrelación de ternura. No abandonan el contacto directo con la naturaleza –con los loros– y a pesar de que alrededor se levantan las construcciones de la industria, una rosa logra romper la tierra para dar humanidad a la escena. La ropa y los zapatos son productos que argumentan a favor de la localización temporal de la composición. El humo abruma pero no estorba para la vida.

Berger distingue dos tipos de inocencias: la inocencia como estado natural del ser y la inocencia como aspiración de la experiencia. Picasso ya en estos últimos hereda la tradición idealista de Rousseau, sin prestar atención a que este estado del hombre era un estado de razón. Se ampara en esta inocencia-sueño para poder definitivamente refugiarse dentro de sí mismo.

El ser humano en el cuadro que observamos es más bien un sonámbulo en su propia esfera onírica que se deja arrastrar por el genio para leer, escribir, bailar o jugar rodeado de elementos fantásticos. Son personajes protegidos por su inocencia privada.

En cambio en la pintura de Léger es difícil pensar en uno de los cuatro personajes aisladamente. Vienen en parejas y aunque no esté en absoluta comunión ocupan muchas veces los mismos espacios. No están desligados de su entorno, saben que no están solos y comparten una inocencia que no se contrapone a la experiencia. Son personajes que se desenvuelven dentro de una inocencia social.

El filósofo español Fernando Inciarte –quien fuera Decano de Filosofía de las Universidades de Münster y de Friburgo– en su libro Imágenes, palabras, signos, ofrece una interesante interpretación personal sobre ese relato del Génesis que viene a empatar con las distintas visiones de Picasso y Léger. La primera interpretación –la convencional y típica– es que el hombre con la expulsión del Paraíso inicia su intervención en la historia. Vivía en un mundo de apariencias e ignorancia del cual finalmente se desencadena y logra abrir los ojos al conocimiento. Sería la dimensión de la inocencia privada. Pero la segunda interpretación es la más interesante. Propone que el hombre en el Paraíso no vivía libre de error.

Podía equivocarse muchas veces y ser cada vez más inteligente. Pero no solo el error teórico sino también el error práctico: el hombre primigenio podría conocer falsamente y actuar falsamente sin perder su estado de inocencia. ¿En qué habría consistido entonces la primera culpa?

El libro del Génesis señala que Dios preguntó al hombre: “¿Qué has hecho?” Este indicio apoya la interpretación de Inciarte. Dios no lo habría hecho para guardar las apariencias de una decisión que ya estaba consumada –dar inicio a la historia de la culpabilidad– sino más bien porque la inocencia aún no estaba perdida. El pecado original habría consistido en negarse a asumir las acciones personales y caer en la desesperanza. No es coincidencia que Kierkegaard miles de años después defienda que esa es la verdadera enfermedad mortal del hombre. Inciarte concluye: la inocencia no es ceguera ni estupidez y es compatible con el error.

Una inocencia que no tiene nada de idílico ni onírico ni imposible. Algo más parecido a lo que Léger trata de hacer con su composición entre dos postes: una inocencia en desarrollo.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media