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Breve historia del movimiento Dadá a 100 años de su creación

La rueda de bicicleta de Duchamp también se enmarca en el dadaísmo.
La rueda de bicicleta de Duchamp también se enmarca en el dadaísmo.
31 de marzo de 2018 - 00:00 - Redacción Cartón Piedra

“¿Cómo alcanzar la dicha eterna? Diciendo ‘dadá’», dijo alguna vez el poeta, músico y productor teatral Hugo Ball. Era el verano de 1916, en plena Primera Guerra Mundial. «¿Cómo se vuelve uno famoso? Diciendo ‘dadá’... ¿Cómo deshacerse de cualquier cosa que huela a periodismo, gusanos, todo lo bueno y correcto, ciego, moralista, europeizado, enervado? Diciendo ‘dadá’».

Ese espíritu anarquista fue el origen de un movimiento artístico y literario llamado dadaísmo, que inició —oficialmente— en Zurich hace 100 años, cuando se publicó el Manifiesto dadaísta.

El centenario del dadaísmo está siendo celebrado en distintos lugares del mundo. En Zurich hay al menos unos 150 eventos planificados por este aniversario, incluyendo uno a realizarse en el Cabaret Voltaire, que fue fundado por Ball y que fue el lugar que vio nacer al movimiento. En Nueva York, el MoMA expone Dadaglobe Reconstructed, una exhibición con obras que más de cuarenta artistas crearon originalmente para una antología concebida por el poeta rumano Tristan Tzara, cofundador del movimiento. La antología nunca llegó a realizarse.

El Dadá fue un movimiento reactivo que surgió cuando un grupo de artistas y poetas que vivían en Zurich —entre los que se encontraban Ball, Tzara, Jean Arp y Marcel Janco— declararon un ataque artístico con todo contra la sociedad moderna, degradada por las políticas nacionalistas, los valores sociales represivos, la conformidad y un énfasis exagerado en la razón y la lógica.

Este grupo de artistas responsabilizaron a la sociedad de la Gran Guerra y de la destrucción que estaba causando a lo largo de Europa. Esa actitud irreverente caracterizó al arte, los performances, la poesía, los manifiestos y las otras actividades en las que participaban.

Tzara describió uno de los performances dadaístas como una extravagante danza cubista, un «poema gimnástico, concierto de vocales, poema bruitista». «El Dadá es una nueva tendencia artística —explicaba Ball—. Hasta ahora, nadie sabía que existía, y mañana todos en Zurich estarán hablando de esto».

Fórmula de Tristan Tzara para escribir un poema dadaísta

Desde Zurich, la tendencia se esparció por toda Europa Occidental y Nueva York, donde sus mayores figuras eran Marcel Duchamp y Francis Picabia. La red internacional de artistas alineados al Dadá estaban unidos no por el estilo, sino más bien por un ideal común de transformar tanto al arte como a la sociedad a través de obras basadas en lo irracional, el azar, la intuición, el absurdo y el humor.

Una propuesta que se refleja en el origen del propio nombre del movimiento, que era una palabra sin un sentido en concreto, como apuntó Ball: «En francés significa ‘caballo de juguete’; en alemán, ‘adiós’ o ‘nos vemos’». Dadá significa todo esto, y al mismo tiempo, no quiere decir nada.

Tal vez lo único que significa algo es la forma en la que fue nombrado. El día que se fundó el movimiento, Tzara y Ball se encontraban en el Cabaret Voltaire, y, en busca de un nombre, el poeta rumano tomó un diccionario, lo abrió, y escogió la primera palabra que vio: Dadá.

Duchamp, el más famoso de los artistas inscritos en este movimiento, impulsaba una filosofía de libertad total en las formas de hacer arte. Esa idea de la libertad a la hora de ejecutar la creatividad artística influyó fuertemente en los artistas del siglo XX, y sigue vigente hoy.

Entre los trabajos más radicales de Duchamp está ‘La fuente’, una obra de 1917 compuesta por un urinal con una firma que reza «R. Mutt». Duchamp llamaba ‘readymades’ a este tipo de objetos encontrados, a los que convertía en arte con el simple gesto de cambiarles el contexto. «Estaba interesando en las ideas, no solamente en productos visuales», dijo alguna vez sobre su trabajo enfocado a romper las convenciones, lo que sirvió como un antecedente del movimiento del arte conceptual.

Al incorporar estos objetos de la vida cotidiana en su arte —varias décadas antes de que lo hiciera Andy Warhol y los otros artistas del Pop Art—, los dadaístas se apropiaron de los símbolos de la modernidad, y al mismo tiempo la criticaban. «De cualquier forma, todo se ha roto, y las cosas nuevas tienen que hacerse con los fragmentos», dijo alguna vez el artista Kurt Schwitters, un artista alemán radicado en Hannover. Schwitters se dedicaba a crear composiciones abstractas y semiabstractas con basura.

Otra artista alemana, pero radicada en Berlín, Hannah Hoch, quien creaba collages y fotomontajes, se dedicaba a buscar imágenes y palabras de periódicos y revistas, ordenándolas de tal forma que se convertían en feroces críticas contra el gobierno de Weimar, tal como ocurre en una obra de 1919, llamada ‘Cut with the Kitchen Knife Knife Dada through the Last Weimar Beer Belly Cultural Epoch of Germany’ (que en español quiere decir: El cuchillo de cocina dadá corta el vientre cervecero de la última época cultural de Weimar en Alemania).

El trabajo de Hoch refleja la fuerte presencia del activismo político en el dadaísmo en Berlín, que llegó a su clímax con la Feria Internacional Dadá de 1920, en la que se exhibía una efigie de un oficial alemán con la cabeza de un cerdo.

Dada Dandies (Hannah Hoch)

En 1924, el Dadá empezó a desvanecerse. A pesar de su corta duración, eso sí, su legado es descomunal. El énfasis que hacía en el inconsciente y en lo misterioso se trasladó hacia el surrealismo, que fue de alguna forma su evolución natural, en especial porque los artistas que se adscribieron a este nuevo movimiento habían sido parte del dadaísmo, como el caso del artista español Salvador Dalí.

El impacto del dadaísmo es evidente en el siglo XXI. En su afán subversivo y de experimentación, los dadaístas forjaron modos de trabajo y formas de arte que se anticiparon —o, directamente, influyen— en el arte que se hace hoy.

Por ejemplo, el ‘Tazón de oro’ de Maurizio Cattelan que reposa en uno de los baños del Museo Guggenheim de Bilbao es considerado como uno de los herederos contemporáneos de ‘La fuente’ de Duchamp. (I)

Oedipus Rex (Max Ernst)

Objeto para destruir (Man Ray)

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