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Michael Handelsman: pertenencia y pertinencia en la literatura

Foto tomada de la web http://spanish.utk.edu/
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29 de junio de 2015 - 00:00 - Paola de la Vega, Gestora cultural y docente universitaria

Michael Handelsman es catedrático en la Universidad de Tennessee desde 1976 y profesor invitado de la Universidad Andina Simón Bolívar en Quito. Desde hace más de 40 años, en sus investigaciones se ha ocupado de plantear preguntas sobre la identidad ecuatoriana vinculada a la producción literaria del país: los modernistas y la formación de la nación moderna, Benjamín Carrión (como escritor y como figura cultural), la literatura escrita por mujeres y afrodescendientes y las representaciones de ambos en la literatura ecuatoriana. Sus últimos estudios se han concentrado en la obra de Juan Montaño.

Llegó al Ecuador con una beca Fulbright de intercambio cultural, a inicios de los años setenta, con el fin de conocer el contexto ecuatoriano y mejorar sus conocimientos de español. Concluido su año de estancia en el país, estudió una Maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad de la Florida, y posteriormente un doctorado en la misma especialidad.

Cuenta que en 1973, cuando comenzó a cursar su doctorado, en los debates literarios resonaba el tema de “las escritoras latinoamericanas”. Inmerso en esa discusión académica, regresó al Ecuador para comenzar una investigación siguiendo esa línea. Para entonces, no solo lo unían intereses académicos, sino también afectivos y de vínculos intelectuales con un amplio circuito de escritores del país.

De vuelta en Ecuador —cuenta Handelsman— movido por su interés en la literatura escrita por mujeres, recibió algunos comentarios que se inscribían en una afirmación generalizada: “En el Ecuador las mujeres no escriben prosa. Escriben poesía ‘sentimentaloide’ que no sirve para nada. Sin embargo, en mis investigaciones, constantemente encontraba referencias a escritoras. Así que no me dejé convencer y comencé a entrar a los archivos: por ejemplo, la Colección Rolando en Guayaquil, del fondo Aurelio Espinosa Pólit en Quito, además de otras bibliotecas. Entonces, encontré primero revistas literarias hechas por y para mujeres, en un rastreo desde 1885. Esta fue mi tesis doctoral que resultó en mi primera publicación: Amazonas y artistas (Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, 1978)”.

Handelsman, como un estudioso de la literatura, sabía que una aproximación profunda al panorama literario de una época significaba revisar con agudeza las revistas literarias como medio de circulación alternativo a los libros. Su trabajo sobre literatura escrita por mujeres, construido desde su investigación en revistas, lo condujo a un nuevo tema: el modernismo en la literatura ecuatoriana.

Dentro de la misma tónica —afirma—, le decían que apenas había cinco autores tardíos en el país: los de la llamada ‘Generación decapitada’. No se dejó convencer, nuevamente, y de regreso a los archivos, encontró materiales de suma importancia: “En varias revistas del Ecuador, escritores —y no solamente me refiero a los cinco de la ‘Generación decapitada’— estaban resignificando el concepto de lo moderno. Hasta los mismos ‘Decapitados’ escribían definiendo la función del intelectual y de la literatura moderna. Con ese material emprendí otro proyecto sobre las revistas del modernismo ecuatoriano que se publicó en la Casa de la Cultura, en Cuenca. Marqué de 1895 hasta 1930 como la época del modernismo ecuatoriano, pues en 1930 comienza el realismo social. Muchos de esos realistas sociales se formaron con la influencia modernista”.

Y los modernistas lo condujeron a Benjamín Carrión —al “verdadero Benjamín Carrión”, como él lo considera—, sobre quien ha publicado varios estudios y artículos desde comienzos de los años ochenta. Tomando como punto de partida sus ensayos sobre el modernismo, Handelsman propone que los intelectuales que emergen en las primeras décadas del XX, como precisamente Carrión, se formaron con esa influencia, especialmente del “arielismo”.

Después de un largo periodo de investigación, Handelsman configura una idea sobre Carrión, del forjador de la “pequeña gran nación”, como un ejemplo del intelectual latinoamericano en crisis: “Raíces elitistas, preocupación social, una especie de vocero de la nación, constructor y suscitador. Esa misma figura la vi en Vasconcelos y todo ese grupo de intelectuales latinoamericanos. Se trata del intelectual consciencia de masas y guía, una especie de Próspero. De ahí que Carrión era una suerte de “maestro de juventudes” —aquí la gente lo llamaba “maestro”—, por eso usé este término en mi libro “En torno al verdadero Benjamín Carrión”, con un poco de ironía” —afirma Handelsman—.

A inicios de esa misma década de los ochentas, ya fallecido Carrión, Alejandro Moreano y Fernando Tinajero (este último de forma especial) publicaron algunos análisis que cuestionaron la figura del fundador de la Casa de la Cultura, y que generaron un importante debate polarizado en el círculo intelectual del país.

En ese contexto, y asumiendo una posición mediadora, Handelsman comienza a escribir sobre Carrión: no buscaba ni satanizarlo ni idealizarlo —comenta—, sino usar las contradicciones que lo caracterizaron como material para problematizarlo y verlo en el contexto de una intelectualidad latinoamericana también conflictuada, siempre oscilando entre una formación europea elitista y su consciencia social: “En el caso de Carrión, se trata de un arielista que es socialista. Estas contradicciones no son solo de él; termina siendo una especie de modelo del intelectual latinoamericano”.

A través de su amistad con Alba Luz Mora, ahijada de Benjamín Carrión, y usando una carta de recomendación que ella le entregó, Handelsman contactó con la viuda del escritor lojano; ella le dio carta blanca para acceder a sus archivos. Revisó la correspondencia del autor durante semanas y semanas; en esos momentos no se había publicado aún un compendio de sus cartas.

Para Handelsman, la Casa de la Cultura Ecuatoriana fue ‘la casa de Carrión’, donde él ejercía influencia y jugaba un rol de promotor de cultura; se convirtió en una especie de mecenas —a su criterio—, pero no por entregar recursos económicos, sino por articular, posibilitar y volver más visible al país fuera de sus fronteras: “La Casa de la Cultura terminó siendo una especie de modelo para otros países. Como suscitador, su misión fue dar a conocer al Ecuador en el exterior desde los años veinte cuando vivía en Europa. Comenzó con Los que se van, diciendo: ‘Aquí hay una joya; esto es Ecuador’.

El más reciente trabajo de Handelsman sobre Benjamín Carrión se presentará a fines de julio en Quito, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Se trata de un libro coeditado con Juan Carlos Grijalva que reúne varios ensayos en los que se compara el concepto de cultura nacional en Carrión y en Vasconcelos. La publicación incluye un estudio de Handelsman sobre las obras Atahualpa, de Carrión, e Indología, de Vasconcelos, a propósito de la hispanofilia. Este esfuerzo fue posible gracias al aporte del Museo de la Ciudad, la Universidad de Pittsburgh y el Colegio de México.

Finalmente, desde hace más de 15 años, Handelsman se ha ocupado de estudiar la literatura afroecuatoriana. Se acercó a ella no solo desde las prácticas literarias de los afrodescendientes sino también desde las representaciones de lo afro en la literatura. Ha realizado estudios sobre ‘el negro’ en las obras del Grupo de Guayaquil, y también desde esta producción literaria comenzó a preguntarse qué significa ser un país andino pensado desde la Costa, y sobre todo, desde esta perspectiva ¿cómo resignificar la idea de un país andino? Su libro El afro y la plurinacionalidad (Abya Yala, 2001) nació de este debate.

Por sobre estas aristas, él me respondió a ciertas cuestiones que le plantée: ¿qué significa ser un escritor de la negritud? ¿Cómo operarían esas clasificaciones en lo literario? ¿Qué define a un escritor afroecuatoriano? ¿Es posible definirlo? ¿Esta clasificación se deriva de una política del reconocimiento a la producción literaria de esos pueblos o a un proyecto de configuración de una cultura nacional?

“Lo que he tratado de hacer es complejizar el concepto de lo afro dentro de la literatura: ¿literatura hecha por afrodescendientes, qué significa eso? No solo en términos de la biología o el fenotipo, sino, ¿hay algo que define esa producción afrodescendiente? Adalberto Ortiz, Nelson Estupiñán Bass y Antonio Preciado, las tres figuras de la literatura ecuatoriana, fueron recibidas por la llamada ciudad letrada como literatos, pero siempre como ‘literatos negros’. Eso es muy problemático. De ahí la pertenencia y la pertinencia de la que siempre hablo. Lo que digo es que la literatura escrita por afrodescendientes es más que esos referentes tan trillados como la musicalidad. No menosprecio esas características, pero debemos hablar en términos, digamos, más existenciales. Una manera es ver en esos textos, a través de ciertas grietas, ciertas fisuras, de lo no hablado, las tensiones existentes.

“El escritor está en cierta forma asumiendo su papel de ‘voz de la negritud’, y sin embargo, quiere ser respetado y aceptado por un mundo no afro. Eso no es fácil. Mira el caso de Adalberto Ortiz, nunca buscó ser un escritor afrodescendiente, pero fue Gallegos Lara quien lo motivó a escribir ‘la novela que faltaba: la de los negros’. Así nace Juyungo. Nelson Estupiñán, de otra manera, también confronta esas tensiones, es mucho más consecuente con su identidad afrodescendiente, la afirma, trabaja por las comunidades afro, pero todo desde Quito. En él también hay una lucha existencial desde su condición de afrodescendiente: un mundo letrado que aparentemente lo acepta, ganó el Premio Eugenio Espejo, y si se revisa uno de sus artículos publicados en prensa sobre su preocupación por el norte de Esmeraldas, parafraseándolo decía que él como escritor tenía la sensibilidad y la consciencia para hablar por los negros. De ahí que en uno de mis libros lo pongo en diálogo con el abuelo Zenón, que representa la memoria de ese pueblo. La misma lucha la tiene Antonio Preciado de no querer ser considerado un poeta con calificativo sino solamente como un poeta.

“Me parece, entonces, que si vamos a aceptar esa idea de que el calificativo de ‘afro’, de una forma u otra, nos minimiza, consciente o inconscientemente, estamos aceptando la norma colonial de lo blanco. ¿Por qué no decimos escritor blanco? ¿Qué es literatura de la negritud, entonces? No queremos caer en simplificaciones y simplismos.

“Sencillamente, esa literatura la leemos desde una pertenencia, en este caso de la afrodescendencia, buscando resonancias que nos pertenecen a todos. El calificativo ayuda a situarnos, a saber desde dónde estamos leyendo y cómo esas historias y experiencias están conectadas con las nuestras”.

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