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Lydia Lunch: o la capacidad de convertir la escoria en terciopelo

Lydia Lunch: o la capacidad de convertir la escoria en terciopelo
Lydia Lunch
16 de junio de 2018 - 00:00 - Carla Badillo Coronado

Lydia Lunch pertenece a la estirpe más genuina de poetas malditos. Brutal, oscura, luminosa —como una pintura de El Bosco que se incendia entre los escombros de algún gueto en Nueva York—, ella encarna la belleza del caos.

Escritora, cantante, fotógrafa, performer, guionista, precursora del movimiento No Wave en los setenta y musa del cine de transgresión, su vida siempre ha estado marcada por la rabia, el placer y el delirio. Comparada con la pluma de Jean Genet, Charles Bukowski y el Marqués de Sade, y alabada por músicos como Nick Cave, Thurston Moore y Weasel Walter —con quienes ha colaborado un sinnúmero de veces—, Lydia Lunch es todo un ícono del spoken word y del arte más radical que se ha producido en las últimas décadas.

Hoy, a sus 59 años, sigue siendo ese grito violento y necesario en esta resaca que es el mundo.

        ***

Blood is just memory without language / The sins of the flesh are just a sacrifice to Venus / Passion plays itself out in the killing zone of false memory / All these secrets they just stain my recollections / (…) I’m now in touch with the impossible / I’m obtaining the power of my existence
What is memory  

        ***

En 1973, Lydia Anne Koch, de 14 años, llegaba a ese infierno brutal y fascinante conocido como la Gran Manzana. Asqueada de los abusos de su padre y hambrienta de nuevos mundos, dejó su natal Rochester para emprender su propio camino, se volcó a la calle y estrechó vínculos con los más desadaptados: punks, prostitutas, yonkis, músicos, poetas y vagabundos.

Más tarde se trasladó a una casa okupa y empezó a trabajar en Baby Doll Lounge, en el barrio de Tribeca, como camarera y bailarina gogó. Allí se hizo amiga de Alan Vega y Martin Rev, de la mítica banda Suicide. Otro aliado temprano fue Willy DeVille de Mink DeVille, quien cambió su apellido Koch por Lunch, dado que Lydia solía robar los almuerzos de su trabajo para dárselos a la recién formada banda punk The Dead Boys.

En 1976, con casi 17 años, Lydia fundó Teenage Jesus & the Jerks, junto al saxofonista James Chance. La banda, con apenas dos años, ya lograba hacer música que despertaba lo más instintivo y primario; animalidad y poesía. Colocó al punk en su lugar cuando se estaba convirtiendo en algo aceptable y de moda entre los jóvenes. Lo hizo renunciando a las notas y a las voces tradicionales para entregar lo que los punks prometieron desde el inicio.

Teenage Jesus & the Jerks inspiró a míticas bandas posteriores como Swans, Sonic Youth, Cop Shoot Cop y Foetus. Llegaron a grabar unos cuantos EP y cuatro temas para No New York (Antilles, 1978), el álbum recopilatorio con el que Brian Eno retrataría el movimiento No Wave, junto a The Contortions, Mars y D.N.A.

Tras la disolución de esa banda, Lydia Lunch fundó las agrupaciones Beirut Slump, 8 Eyed Spy y Honeymoon In Red, y otras más recientes como Brutal Mesures y Retrovirus; colaboró, además, con Thurston Moore y Kim Gordon (Sonic Youth), Henry Rollins, The Birthday Party con Nick Cave y J. G. Thirlwell, entre otros.

Donde sea que hubiera guitarras desenfrenadas y alaridos, ahí estaba Lydia: dinamitando la palabra como un ángel de napalm.

        ***

My windows are on the street
And there’s knives in my drain
I’ve broken the cardboard
Forced fists in my brain
I blacken the walls as I suffer my youth
I’ve got the cancer of birth
And I ask what’s the use
There’s knives in my drain
And there’s shafts in my brain
Knives in the drain
        ***

En 1980, Lydia Lunch se embarcó en su primer trabajo en solitario: un álbum al que tituló Queen of Siam, una joyita extraña con once temas en los que dejó sentadas su enorme fuerza creativa y su capacidad de concebir obras conceptuales.

El disco tiene temas oscuros y opresivos y temas cabareteros. Todo mezclado. En la guitarra contó con Robert Quine (Voidoids), y en los arreglos y orquesta, con Billy Ver Planck (creador del tema de Los Picapiedra).

Ese mismo año, Lydia fundó su propio sello editorial y discográfico llamado Widowspeak, además de actuar, escribir y dirigir algunos de los filmes underground más representativos de la época muchas veces con el cineasta y fotógrafo experimental Richard Kern. Documentales como The wild world of Lydia Lunch (1986), realizado por Nick Zedd, dan cuenta de ello.

        ***

Fue en 2008 cuando leí por primera vez un libro de Lydia Lunch.

Tenía 23 años y estaba en San Francisco. Había llegado hace poco de atravesar el desierto de Sonora; sola, partiendo desde Arizona y avanzando por Nuevo México para luego internarme en la histórica Ruta 66 —lo que queda de ella— hasta desembocar en la Costa Oeste.

Eran tiempos de grandes descubrimientos y Lydia fue uno de ellos.

Hasta entonces solo había encontrado fragmentos dispersos en la web; yo quería leerlo todo. Me había instalado en North Beach y en North Beach todo era posible. Fue en ese mismo barrio donde los beats hicieron de las suyas en los cincuenta, entre el free jazz, las bebidas espirituosas y algunas drogas que acababan por convertir las noches en un vehículo frenético que, inevitablemente, desembocaba en la escritura.

North Beach era por excelencia el barrio de los locos, de los artistas, de los marginales. North Beach era mi barrio. Fue allí que me enamoré de un policía punk (por más contradictorio que parezca). Bibliófilo, melómano y más libertario que muchos de los poetas «malditos» que he conocido, fue él quien, tras contarle mi deseo de leer a Lydia Lunch, me regaló su libro Paradoxia. A predator’s diary.

Recuerdo perfectamente la tapa. Predominaba el color rojo y Lydia sujetaba un cigarro encendido al margen de una ciudad nocturna con un letrero de neón que decía Hotel Oriente; al revés. La parte inferior indicaba que el prólogo estaba a cargo de Jerry Stahl, y el epílogo —sencillo y sublime—, a cargo de Thurston Moore, vocalista y fundador de Sonic Youth, quien retrata a Lydia con una especie de poema:

Lydia is the nicest girl I know / She'll swallow yr boy psychosis and translate it into some ambi-sexual alchemy. / She's sweet. (…) She's strange and dirty; but it’s only because you are. / She's the only girl I know who not only gets the message but decodes the motherfucker, rewrites it from a wholly unified perspective, and delivers the report back to your house. Which is naturally consumed in flames. / She's fucked up. / She’s so fucked up she can glean goodness from chaos. / She knows the orgasm is Apocalypsis all the time. And it's already too late. (…) She can lure fascist beasts to honey with a whiff of her thigh / She can feel you and feel no shame / She can love you.

Sin embargo, el primer golpe en seco me lo dio la misma Lydia con su advertencia en la página inicial:

Ningún nombre ha sido cambiado para proteger su inocencia
Todos son jodidamente culpables.

Esas dos líneas, en gran medida, podrían ser parte de su Ars Poética.
        ***

Pero la rabia jamás es gratuita. Lydia fue violada por su padre cuando tenía  6 años y desde el día en que aprendió a escribir supo que la palabra sería su arma. A los 10 años ya escribía poemas oscuros y a los 15 era pura dinamita.

Paradoxia: Diario de una depredadora (publicado originalmente en Londres, en 1997) narra la historia de una adolescente prostituta, drogadicta, ninfómana y sadomasoquista que, para escapar de los abusos sexuales paternos, acaba mintiendo y follando en los agujeros que eran Manhattan y Los Ángeles a principios de los ochenta, con la «filosofía nihilista clásica» como único dogma.

Tal como se puede leer en una de las contratapas:

A menudo se compara la escritura de Lydia Lunch con la de Hubert Selby Jr. y Jean Genet. Al leer Paradoxia, se observa también cierto parecido con Dostoievsky en la desgarrada protagonista. Las escenas de sexo, repugnantes, recuerdan a Bukowski e incluso a veces al Marqués de Sade. Se la ha comparado con muchos escritores o rockeros iconoclastas, incluso con asesinos.

Por este libro, también se ha colocado a Lunch en el mismo grupo de  Maurice Blanchot, Georges Bataille y Michel Foucault. No obstante, nunca se la ha comparado con otras mujeres. Si bien la crudeza y la furia con que narra es única, estoy segura de que, por ejemplo, bien podría haber sido amiga —o amante— de Sarah Kane. En cualquier caso, Lydia no tiene filtro. Devora, usufructúa y luego se marcha sobre un caballo salvaje y demoníaco.

Pero nunca sin devolver algo al mundo.    
        ***

Entrevista en 20 Minutos, octubre de 2010 [fragmento]

Nadas entre dos aguas, la música y la palabra. ¿Cuál es más turbulenta?
Supongo que soy un tiburón. La música está siempre ahí, al servicio de las palabras. Seduces más con la música y, al tiempo, puedes ser agresiva en extremo. Ambas son importantes por igual, pero todo comienza con la palabra. No tengo problemas con ninguna de las dos. Me gusta usarlas para crearle problemas al público.

Ni siquiera Wikipedia logra definirte. Usa estos géneros con tu trabajo: no wave, post-punk, avant punk, punk jazz, spoken word...

¿Añadirías alguno más?
Rock experimental con un poco de jazz noir. Lo único que tengo de punk es la actitud. Me considero parte de la no wave porque está más allá de los géneros y las definiciones.

¿Has hablado sobre la posibilidad de una mujer en la Casa Blanca. ¿Piensa que cambiaría algo?
Mujer u hombre, blanco o negro, republicano o demócrata... Todos son marionetas de la corporocracia. Son más ricos de lo que cualquiera de nosotros será jamás, son peones en el juego de las megacorporaciones que gobiernan y controlan el planeta y lo están convirtiendo en una prisión, en un planeta-cárcel.
        
        ***

(Lisboa, 17 de marzo de 2018)

Sabes que la noche promete cuando tu compañero te dice que celebrarán su aniversario viendo a Lydia Lunch en vivo. Me quedo helada. Él sabe que la Reina de Siam es parte de nuestra tribu. «Ya tengo las entradas», dice Nuno sonriendo. Yo no dejo de dar brincos y contornearme por toda la sala. Miro el cartel: un collage con su nombre en tinta negra, y abajo ella, con un traje bondage, sus ojos son lo más desafiante. «Sabotage Club. 17/03. 22:30 + Putan Club», es todo lo que informa. No necesitamos más.

Arrancamos.

En el camino cenamos en un chifa ilegal y bebemos un par de cervezas chinas. Cais do Sodré. Esquivamos el barullo del sábado por la noche y entramos. Es la primera vez que estoy en este bar. Alucino al darme cuenta de que el escenario es al ras del suelo y que veré a Lydia a menos de dos metros. Pedimos algo de beber y al poco tiempo arranca la primera banda: Putan Club, un dúo italiano que también se bate entre la demencia y el furor de la música inclasificable. Quedamos sudados y ansiosos.
Intermedio.

Finalmente aparece Lydia vestida de negro y con los labios al rojo vivo. Es más bajita de lo que siempre imaginé, pero le basta agarrar el micrófono para mostrarnos el ANIMAL que lleva dentro. «In the beginning women invented poetry / before they had invented god», dispara.

Imposible quedar intacta. Su voz profunda —rasgada— impone el ritmo y el vértigo. Old school spoken word. 45 minutos se pasan como si nada. Apenas una guitarra y una batería la acompañan, con un tono más íntimo y minimalista. Intensidad.

Time is the whore you’re obssesed with (…) You’re the fetish.

Línea tras línea, parece engullirnos a todos en su mantra negro. Termina el concierto.

Ovaciones y gritos de euforia. Lydia se queda sentada en la esquina del escenario, sola. En un impulso me acerco. La música del bar es alta, pero consigo decirle un par de cosas que, en resumen, serían «GRACIAS». Le doy un abrazo; siento en los suyos el peso de su historia. Lydia observa mi diario rojo, contrasta con sus labios. «¿Tú también escribes?», me pregunta. «Sí, aquí otra condenada, respondo. Y me encanta». Sonríe.

Antes de irme le pregunto si le importa que nos saquemos una foto. «Adelante». Entonces le pido a Nuno que seamos breves para no incomodarla. Saca su teléfono y dispara dos veces, a oscuras. Entonces Lydia le interrumpe con un grito: «¡Flash! ¡Put the flash!» como una generala.

Nuno y yo nos reímos. Creo que pensamos lo mismo. Al fin y al cabo, es una leyenda viva la que le está dando órdenes.  

Ahora que lo pienso, en realidad es una gran metáfora. Después de todo, a sus 59 años, todo lo que ha hecho Lydia Lunch en su vida ha sido gritar. Gritar en lo oscuro, exigiendo que se haga la luz. (I)

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