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El Telégrafo
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La presencia femenina en el cine de Lars von Trier

La presencia femenina en el cine de Lars von Trier
26 de mayo de 2013 - 00:00

Encuentro más fácilmente

una excusa para mí mismo o mis pensamientos

cuando la expreso a través de una mujer.

Lars von Trier

 

Están ahí, con la respiración cortada en la garganta, visiblemente prisioneras de un rostro levantado, lentamente estremecido en los pliegues de la boca. Sus formas generales son esbeltas, luminosas, el cabello rodea sus ojos líquidos repletos de ruidos que recogen la luz brillante. Por lo demás, la cámara las contempla con una dureza gélida, envueltas en ropas corrientes o elegantes, entregadas a situaciones morales intensas y caóticas. Su elevada presencia en la pantalla supone tal atropello que a uno se le encoge el corazón. Se podría comparar la experiencia con escuchar grounge bajo un efecto psicodélico, pero no. Se trata más bien de las imágenes frecuentes del cine minimalista de quien se adjudica con soltura una partícula de nobleza: Von, como lo etiquetaron por engreído sus maestros, o, para preferencia de sus detractores, el non grato, título displicente con el que lo penalizó el festival de Cannes en 2011.

 

Habituado a escándalos y méritos por igual, hablamos de Lars von Trier (1956), ejecutor de una propuesta cinematográfica sustentada en la vasta potencia femenina de sus personajes fílmicos y a quien nos acercaremos desde tres de sus personajes: Bessie, Justine y “ella”. Todo como preámbulo a su próxima película a estrenarse tentativamente el 25 de diciembre, Ninfómana.

 

Cínico entre tantos, el pálido cineasta danés recrea en sus películas varios de los ciclos en que la mujer enuncia su naturaleza inquietante y, a la vez, es rehén de un patriarcado afanado en reducirla y temerle. Con un desembarazo en principio asombroso, la osadía del también pintor, explora el movimiento de la pasión femenina tensado hasta romperse y retornarse contra sí mismo. Es tanta la presión del entorno social ejercido alrededor de personajes femeninos bajo el pretexto de defender la realidad que el pensamiento de von Trier parece deleitarse en abusar de sus personajes y su público por igual.

 

Para los críticos, el seguidor de Bertolt Brecht transporta mujeres de las cintas de grandes maestros del melodrama como Douglas Sirk y Rainer Werner Fassbinder y las sitúa al borde del horror social. Quizás de ese hecho nace la voluntad de muchos por tacharlo de misógino. No obstante y sin dudar de su predisposición para someter a sus personajes femeninos en la pantalla a su opresión, este director afectado de aerofobia concibe violaciones, humillaciones públicas y violencia de toda variedad en sus cerca de 25 películas rodadas con otra intensión. A decir de quienes puedan superar el prejuicio de la misoginia, el trabajo del cineasta esboza una forma muy elevada y extrema de melodrama, donde el sufrimiento femenino en el mundo de un hombre es llevado a la enésima potencia con un carácter moral y redentor. En pocas palabras y a pesar de la reputación del director, las películas de von Trier se pueden leer como radicalmente feministas hasta el punto de que han sido calificadas de post-feministas.

 

El trabajo de este autor se atreve, como pocos, a mostrar las cosas que un cine feminista simplón o políticamente correcto se niega a reconocer, y, aunque puede parecer innecesariamente provocativo en su superficie, las mujeres degradadas al servicio de emociones baratas, en el fondo son emocionalmente sinceras y mucho más complejas de lo que sus tramas exageradas podrían hacernos creer.

 

Bessie: el amor absoluto y la destrucción

 

En un ejemplo extraído de su filme ganador del premio de Cannes 1996, Rompiendo las olas, nos coloca frente a Bessie (Emilie Watson en su primer rol cinematográfico), una mujer tan pura, tan ingenua, tan propia de quien adolece una enfermedad mental cuyo destino está marcado por la angustia, el sufrimiento y la muerte debido a su carácter de heroína. Una especie de adaptación del personaje El Idiota de Dostoievski, que representa esa devoción hacia el amor total que la lleva de la cándida historia matrimonial con su esposo Jan hacia la autodestrucción en nombre de esa misma entrega absoluta.

 

De psicología frágil, Bessie vive en un pequeño pueblo costero y a pesar de la oposición religiosa de su entorno, se casa con Jan, un hombre maduro que trabaja en una plataforma petrolífera. Está persuadida de que su matrimonio ha sido bendecido por Dios, con quien sostiene diálogos permanentes a la espera impaciente del retorno de su marido, que, víctima de un accidente, vuelve paralítico. Atormentado por su incapacidad física, Jan convence a Bess, talvez con la idea de hacerle un bien, para que se entregue a otros hombres. La heroína obedece desde la locura y el amor en un entorno duro simbolizado sobre todo por los pastores de la iglesia calvinista quienes reniegan del sacrificio demencial de Bessie pese a su muerte y la sanación milagrosa de Jan.

 

Bessie es, en otras palabras, la evolución lógica de una mujer sutilmente atrapada en un paisaje semi desértico y habitado por una sociedad puritana. Bessie muere en el cumplimiento fiel del amar hasta que la muerte los separe y sufre en carne viva la entrega en su forma más perversa. Quienes puedan ver la película, coincidirán posiblemente en que la lección de Lars von Trier es como el amor anula la libertad y alienta la dependencia patológica de la mujer antes de eclipsar la luminosidad de su bondad en un mundo religioso desmedido. Bessie en este filme se vuelve el antecedente de Selma, personaje interpretado por Bjork en Bailar en la oscuridad (2000), un musical que a su vez precede a la Grace encarnada por Nicole Kidman en Dogville (2003) y Manderlay (2005), una mujer en inicio sumisa, pero que será el eslabón entre arquetipos de sumisión y figuras femeninas más polémicas y capaces de redirigir la fuerza de su naturaleza misteriosa e indomable hacia espacios más perturbadores, pero más libres.

 

Anticristo: La bruja, el satanismo y el miedo a lo desconocido

 

Sobrepuesta al imperio de una masculinidad apropiada de la racionalidad, la mujer del realizador de Medea en 1988 se presenta misteriosa para el varón y en ese desconocimiento se vuelve peligrosa. Es así que la multiplicidad de los estados femeninos en Lars von Trier da otro paso y nos deja ante la mujer de Anticristo (2009), una película que saca a la luz algo común en todos nosotros respecto de la naturaleza de “ella” (Charlotte Gainsbourg): el miedo. Dividida en prólogo, cuatro capítulos y epílogo esta obra catalogada en el género de terror gótico es un acercamiento al reconocimiento de la naturaleza humana, sobre todo femenina, que se rige por impulsos ciegos e inescrutables y que de repente hace acto de aparición, provocando terribles consecuencias imprescindibles para la liberación. De ahí la relación con el horror que provoca y se resiste a ser analizado. Se trata de un horror silencioso que se esconde latente por debajo de los propios pensamientos y es accesible solo desde los temores más primitivos puestos en imágenes y escenarios dignos de interpretaciones muy personales por parte del espectador en conflicto con sus propios miedos.

 

“Se trata de un horror silencioso que
se esconde latente por debajo de los
propios pensamientos y es accesible solo desde los temores más
primitivos (...)”.
A partir de la analogía del problema de la protagonista con un bosque llamado Edén, Lars von Trier nos dice que el horror de la incertidumbre forma parte de la historia humana desde sus inicios, y que la única manera de comprenderlo es volviendo al origen: innegable hallar entonces en la génesis a la madre y amante, las fuentes de la vida y la muerte, la presencia más cercana de la naturaleza en nuestra cotidianidad. Es que según el Malleus Maleficarum, el libro normativo de la inquisición en temas de brujería y satanismo que aprovecha Lars von Trier en esta cinta, el género femenino tiene una especial afinidad con la superstición y la brujería. Las mujeres, se dice ahí y se insinúa en la película, resisten menos los impulsos corporales. La fuerza inconsciente, impulsiva, sin control ni dirección, que actúa en la naturaleza externa es la misma que opera en el cuerpo de la mujer. Esta debilidad ante la naturaleza, esta incapacidad de controlar los procesos corporales (llantos, menstruación, ira, voluptuosidad) serían un peligro para la racionalidad. Todo en “ella”, su voz, su postura, su actitud, estaría orientado a hechizar y reivindicar la naturaleza sobre la conciencia. En general, estar hechizado es perder el control, dejarse llevar por la naturaleza inconsciente que reside en el cuerpo, en sus éxtasis, sus desequilibrios y sus excesos. Como teme esta potencia interior, el protagonista masculino (Willem Dafoe) teme aquello que la puede desencadenar y busca “sanarla”. La misoginia es en el fondo miedo a las mujeres, el cual, a su vez, no es más que temor a la naturaleza.

 

El miedo a la naturaleza, como aquello contrapuesto a la conciencia, es miedo a lo diferente, a lo otro. Sucede, no obstante, esto otro está ya en nosotros mismos hombres o mujeres: nuestro propio cuerpo. La mujer entonces es la representación del cuerpo y desde esta visión el reverso de la conciencia y la racionalidad: acontece el miedo a sí mismo. Anticristo, surgida de una depresión, constata al mismo tiempo la enfermedad y el remedio. La enfermedad es la distancia, el remedio la entrega al otro. Lars von Trier reconoce como lo haría en otra época Tarkowski, uno de sus referentes, que esta entrega va más allá de la religión, la ciencia, el arte o la filosofía. Ellas, “ella”, en algunos casos felices e infrecuentes, pueden guiar hacia el umbral, pero en sí mismas no pueden traspasarlo ni hacer que nadie lo traspase. Falta así solo un gesto particular, cruzar una muralla dentro de uno mismo, dejar de ser conciencia aislada, notar los propios límites, permitir que lo limitador se haga presente, ceder para disolver la tristeza, el dolor y la desesperación, proseguir a la emancipación y la rebelión en la adoración y reencuentro con la naturaleza femenina por antonomasia.

 

Justine: fin del mundo patriarcal

 

Ubicada entre la representación de lo real y lo irreal, el mundo loco de la mente y de las costumbres sociales, hace de Melancolía (2011), un trabajo de ciencia ficción perfectamente logrado con la estructura de un sueño. Transición ideal de su predecesora, Anticristo o la pesadilla, en la melancolía Justine personaje principal representado por Kirsten Dunst, es una mujer que parece podría caer en las trampas habituales de von Trier y sus personajes femeninos, pero que se resiste al sometimiento a cada paso. De hecho, Justine aniquila intencionalmente los sistemas que deseen contenerla para liberar su género y no dejarse atrapar. Esta liberación es representada por el planeta Melancholia, que promete poner fin a todas las formas de esclavitud cultural, económica y política al aniquilar la Tierra misma. Este planeta errante y extraviado se puede leer como símil de Justine ¿acaso una mujer trasmutada en una especie de perturbación cósmica? Después de todo, esta anti heroína destruye su matrimonio y altera el sumiso orden de Claire, su hermana y el de la casa patriarcal, al igual que el planeta Melancholia destruye la Tierra. Ella es a la vez la fuerza que desestabiliza el orden y la esfera en torno a la cual el mundo herméticamente gira encerrado.

 

Justine de paso transforma el legado de von Trier debido a la forma en que ella se niega a ser una víctima. En Melancolía, ficción sin tecnología, la resistencia frente a las asfixiantes convenciones sociales y el evento cósmico catastrófico que sigue, permiten trascender la categoría de un melodrama para convertirse en una película de relevancia universal. Esta es una gran razón por la que es difícil para la gente odiar esta película, incluso si han odiado a otras películas de von Trier.

 

A diferencia de otras víctima-heroínas, como las interpretadas por Emily Watson en Rompiendo las olas, Nicole Kidman en Dogville, y Bjork en Bailando en la oscuridad, Justine no es atacada y humillada por los demás. Es más, el elemento de agresión masculina es neutralizado porque los hombres que se cuelan en torno a la historia, sean racionales o patriarcales no son amenazantes, sino simplemente inútiles. En efecto, Melancolía no contiene ninguno de los abusos y humillaciones familiares de von Trier y, por el contrario, logra con su Justine subyugar a todos a su depresiva resistencia emocional. Ella es el planeta al azar que pone todo de cabeza y nos hace preguntarnos ¿cuál será en Ninfónana el siguiente paso en esta evolución femenina de los personajes de Lars von Trier?

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