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Letras

En memoria de Rodolfo Hinostroza

En memoria de Rodolfo Hinostroza
Foto: Ministerio de Cultura del Perú.
28 de noviembre de 2016 - 00:00 - Roberto Echavarren. Poeta uruguayo

En Latinoamérica, Hinostroza es sin duda uno de los más destacados poetas de la generación del sesenta. Dio su batacazo con Contra Natura, Premio Maldoror 1970 de Seix Barral. Este libro fue un punto de referencia crucial, en cierto modo el primer mensajero de lo que luego se llamaría poesía neobarroca. Personalmente, creo que este libro iluminó el camino de la nueva poesía en nuestro continente. Más tarde, junto con José Kozer, lo incluimos en Medusario, muestra de poesía latinoamericana, que cotejó el neobarroco hispanoamericano con el brasileño.

Podría decirse que Contra Natura es poesía de mayo 68, resuena nítidamente con la contracultura de entonces, que no creo que haya perdido su poder de interpelación. Pegó justo en los debates políticos que se abrían en ese momento, y funcionó como una veridicción (para usar el término de Foucault), ya que esa fecha es el quiebre de la vieja izquierda y el comienzo de una nueva filosofía política en que los conflictos ya no son leídos de acuerdo con una plataforma ideológica marxista, sino de acuerdo con un registro y comprensión de los eventos en sus vertientes concretas, lo que Foucault llamará luchas de poder en sus muchos niveles macro y micropolíticos, que exige en cada caso conceptos renovados. El cuerpo y sus arcanos: podríamos describir así este libro, que dialoga tanto con el discurso psicoanalítico como con la adivinación (astrología, cartas).

Los vectores de Contra Natura anuncian los registros de la obra posterior de Rodolfo: los sabores de la cocina y su interés en los discursos ocultistas y la astrología. El primer libro de Hinostroza, Consejero del lobo, fue escrito casi íntegramente en Cuba, entre los años 1962  y 1963, cuando estudiaba en la Universidad San Cristóbal de La Habana. De ahí el claroscuro barroco y la amenaza de una guerra nuclear apocalíptica.

Sobre un libro posterior, Memorial de Casa Grande, (2005) el crítico Fernando de Diego escribe: “Desde ‘Los tíos de Huaraz’, el poema más extenso del libro, y ‘Las bodas de la tía Luchita’ expone no solo el recuento de los avatares de la familia Hinostroza sino que en filigrana van inscribiéndose en el discurso los recuerdos y las alusiones de la voz poética… Se rememora la perdida edad de oro en el fundo familiar, se recuerda el contexto cultural que rodeaba aquel mundo desaparecido mediante la enumeración de la música que escuchaban…”. El desencanto acerca del compromiso político con el gobierno cubano presente en Consejero del lobo y el despunte de la nueva izquierda en Contra Natura dejan lugar aquí a una saga lírica en tercera persona en la que los saberes y los sabores del poeta se remontan en su genealogía, tocando la cuerda de lo indígena y lo criollo en el enclave montañoso de Huaraz, un Perú interior, interior al poeta, y sumergido en el interior de su país.

En el contrapunto de estos tres libros mencionados se sitúa lo que Barthes llamaba el “cuerpo histórico” de Hinostroza.

Fue contra este telón de fondo que conocí a Rodolfo Hinostroza en París al fin de los sesenta, el primer poeta que me pareció inaugurar una nueva fase en la poesía latinoamericana. Aquí se abría, pensé, otra alternativa, un estilo de vida evocado, un punto de vista, no ya de la antigua izquierda totalizadora sino de la micropolítica en pos de un cambio cultural que me concernía, y en el que yo participaba. Hinostroza publicó un libro clave en 1970, Contra Natura. Lanzaba desde el título un desafío a las conveniencias, a la falsa evidencia “natural” de los géneros inamovibles. Ya no se entronizaba la mítica impostura de Lenin, ni se obedecía a los obligatorios dictados nacionalistas de la vieja izquierda. La poesía de Hinostroza proponía recorridos nómades, migraciones, traspaso de fronteras. Por primera vez se hacía contacto con una juventud transnacional que recorría por su cuenta territorios del norte de África o de Asia. La rebelión de los sesenta por fin estaba aquí, en un texto latinoamericano. Estos sacudimientos culminaron de algún modo en el Mayo francés, pero tuvieron sus manifestaciones en puntos distantes, bajo coincidencias imprevisibles. Estaban concernidos por la música, el eros y las drogas. La imagen hippie y su estilo de vida se filtraban rompiendo la imagen convencional del hombre y de la mujer. Traía consigo otro conjunto de prioridades. El pensamiento y las prácticas orientales, religiosas o no, permeaban a esta mutación juvenil que ya no se reconocía como “humana”.

Hinostroza declaró: “Quise crear un mundo lleno de diversas criaturas sostenido por una unidad misteriosa, desde el punto de vista de un sujeto que busca voluntariamente la dispersión”.

Dispersión, singularidad, disenso. Los individuos abandonaban sus identidades convencionales de género, rol y conducta. No patria, sino trayectorias extrañas por explorar. El eros y el humor corroían una moral que solo el día anterior parecía indiscutible. Contra Natura introduce el conocimiento esotérico, resucita antiguas prácticas chamánicas, modos de adivinación, alquimia, tarot y astrología, todas disciplinas ligadas a una práctica de vida, a la interpretación de los eventos, a la acción. Ningún otro libro latinoamericano de ese momento encarna tan cabalmente los nuevos horizontes del período.

Viajando al verano...
Acamparemos bajo las estrellas...
No aplastados por los bárbaros en el poder...
Andróginos y bellos, millones de autostoppers avanzan subrepticios...
La otra margen tal vez alcanzaremos.

La nueva criatura andrógina se define por el pelo largo, un fetiche persistente a lo largo del libro: “La energía que emana de tu pelo será magia suficiente”; “mi pelo es tan largo como el tuyo”; y “un coup de cheveux y me derrumbo”. Tal un nuevo Sansón, esta criatura pierde su poder con un corte de pelo. Este es el “new look”, no ya el de Dior. Una nueva imagen, una nueva actitud: las distinciones de género se vuelven hasta cierto punto irrelevantes, a favor de un nuevo emprendimiento: la experiencia de intensidades corporales. El cuerpo ya no cabe en el lecho de Procusto de las identidades de género. “No eras un cuerpo único, eras dos antes de nacer... desde allí viste el eclipse... dos tienden hacia el centro del universo”. Doble identidad. O una miríada de identidades posibles, deshechas en singularidades diferenciales. Contra Natura, contra conducta, anti siquiatría, disenso, testimonio de la verdad de cada uno, transmutación de valores. Los jóvenes abrazan el derecho de devenir singulares. Esta aventura de los estilos de vida alternativos se manifiesta en el libro de Hinostroza a través de un verso plurilingüe siguiendo a Ezra Pound, un quilt de lenguas que corresponden a las derivas internacionales y a un “brave new world” de experiencias, una mezcla de perfumes (como en el soneto de las correspondencias en Baudelaire) y se cifran en la fórmula: “Milenios, mirra y sodomía”.

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