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De las palabras a los hechos

De los hechos a las palabras

De los hechos a las palabras
16 de noviembre de 2015 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Profesora de redacción y lexicógrafa

En alguna ocasión anterior comenté acerca de que el nombre de esta columna se refiere a cómo nuestras palabras van configurando lo que somos. Si bien es así, también es al revés: los hechos influyen mucho en lo que decimos. Las palabras son el reflejo de nuestra sociedad y también al revés, las palabras y los hechos, los hechos y las palabras se reflejan infinitamente y nos transmiten la imagen de lo que somos. Que esa imagen sea agradable, triste, vergonzosa, optimista o lo que queramos depende solo de nosotros.

Cuando los hechos nos muestran una sociedad machista, racista, violenta, intolerante, las palabras lo reflejan. Sí, en los hechos, las sociedades machistas descalifican a las mujeres por no cumplir el papel que se les ha impuesto injustamente o por querer tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida; critican esos otros géneros porque no son los ‘tradicionales’; ridiculizan a los hombres por no calzar en los roles masculinos, es evidente que eso se manifestará en el lenguaje que usan. El lenguaje nos dará cuenta de ‘marimachas’, ‘carishinas’, ‘putas’, ‘putitos’, ‘maricas’, ‘mandarinas’ y mucho más. Y las generaciones criadas por esas sociedades machistas seguirán repitiendo no solo los hechos, sino las palabras.

Lo mismo sucede cuando los hechos descalifican al otro porque no pertenece a la misma ‘clase social’, no ha tenido la misma educación ‘privilegiada’, es del campo y no de la ciudad, habla ‘mal’ el español porque su lengua materna es ancestral, tiene otras costumbres que no calzan en las ‘normales’, sus tradiciones son distintas (propias, no importadas), no ha leído  los mismos libros, no cree en los mismos dioses, en fin, porque el ‘otro’ es diferente. Y el lenguaje, en el que los hechos han decantado la palabra ‘otro’, está ahí para descalificar, buscar la palabra precisa que haga que las realidades, los hechos, sean evidentes y duraderos, y se reflejen infinitamente en el espejo de la intolerancia. Las palabras crueles, violentas e intolerantes reflejan realidades igual de crueles, violentas e intolerantes.

Y como el lenguaje refleja esos hechos dolorosos y vergonzosos, también nos sirve para denunciarlos, para detenerlos, para hacerlos evidentes y, desde esa denuncia, tratar de cambiarlos. Cuando somos conscientes de que los hechos son violentos y las palabras que usamos lo son también, tenemos el deber, la obligación moral, de revertirlos, de cambiar los hechos y las palabras para que empiecen a construir. La lucha, la denuncia, la justicia deben evidenciarse en nuestras palabras porque el silencio, en muchas ocasiones, también es el reflejo vergonzoso de los hechos.

Pero no solo existen aquellas realidades duras, no. También las palabras son el reflejo de hechos maravillosos como la solidaridad, la empatía, el respeto, el amor. Las palabras sirven también para hacer evidentes los hechos maravillosos y mágicos de estar vivos, de contar con manos solidarias, de compartir con los amigos, de transmitir las tradiciones que llegan de nuestros ancestros, de crear un puente entre nuestros pasados, nuestros presentes y nuestros futuros. En fin, está en las manos de cada uno hacer que los hechos sean el reflejo de un mundo bueno, para que las palabras que heredemos a las generaciones venideras construyan y creen.

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