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Análisis

De libros nuevos y de uso

https://bookhunterblog.wordpress.com/2011/03/14/sin-salir-de-la-plaza-easo/
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27 de abril de 2015 - 00:00 - Iván Rodrigo Mendizábal, Docente universitario e investigador

Recordemos una idea del recientemente fallecido, Eduardo Galeano: “Si un libro se puede leer impunemente, no vale la pena tomarse el trabajo. Cuando los libros están de veras vivos, respiran; y uno se los pone al oído y les siente la respiración y sus palabras son contagiosas, peligrosamente, cariñosamente contagiosas...”. Esto me parece que encierra un sinfín de imágenes que quisiera evocar: el libro como entidad que dialoga, el libro que nos desafía a su lectura, el libro que es un ser vivo, el contagio de las palabras escritas.

El libro como entidad que dialoga

Muchos piensan que el libro es apenas un objeto, una cosa de papel. Un día, en una de las librerías de la ciudad, vi a una pareja de jóvenes —probablemente recién casados— que pedían a uno de los empleados, “libros grandes”. La idea de libros grandes era intrigante y claro está que a uno le vienen a la mente seguramente libros cuyos autores son imposibles de pasar por alto: por ejemplo, Cervantes y El Quijote, o para ser un poco más convencional, la Biblia. En fin, el librero, haciendo gala de cierto aire intelectual, les preguntó por sus autores favoritos. Inmediatamente, la joven mujer tomó la palabra y señaló que quería libros de gran formato, con fotos, o libros que sean gruesos pero que resaltasen a la vista. Su compañero insistió en que los libros debían ser grandes. Ante tal requerimiento el empleado se desconcertó y les indicó que había libros de fotografía sobre montañas de Ecuador o pájaros. La pareja recalcó que querían libros grandes, de lo que sea. La joven pronto aclaró que querían libros grandes para decorar la casa, para poner sobre ellos cosas como lámparas, para poner entre los sillones que recién habían comprado, etc. Para el mundo consumista y acumulador de bienes, el libro se ha convertido en eso: objetos que sirven solo para apoyar muebles o para dar contraste a la pintura de las paredes.

Frente a dicha escena uno se pregunta para qué sirven verdaderamente los libros. En la época en la que vivimos, atrapados por las imágenes publicitarias, por las ficciones y los espectáculos de la televisión, por la banalidad informativa de muchos de medios escritos, el libro pareciera que ha dejado de existir. Y para quien está convencido de que el libro sigue siendo el artefacto cultural que ha trascendido la historia —pues este, como concepto y medio sigue vigente hasta hoy desde los inicios de la escritura humana—, por el cual la humanidad sigue transmitiendo el conocimiento, es evidente que el este es algo más que un mero objeto: se trata de una entidad con la cual uno dialoga todos los días.

El problema está, sin embargo, en el hecho de que, por lo menos para una parte de Ecuador, el libro ha dejado de tener la importancia necesaria. Algunos rasgos de ello son: un puñado de librerías que más que promover demanda —porque no hay una buena oferta—, se han anclado en el libro más fácil, en ese que se lee “impunemente” —como diría Galeano— y al cual se ha acostumbrado al público medio lector, el bestseller de autoayuda o el de fórmulas mágicas para hacerse rico; la falta de crítica literaria en los medios de comunicación masivos —desde la prensa escrita hasta la televisión— que incentive no la lectura sino la inquietud por las letras; el encarecimiento de los libros llegando incluso en determinadas librerías a subir más el costo con relación a otras; el difícil acceso al libro ecuatoriano y su falta de promoción; el desacostumbramiento en escuelas y universidades por la literatura, en muchos casos por considerarla banal, etc. Estos y otros rasgos parecería que impiden el diálogo del y con el libro.

El libro que nos desafía a su lectura

Es banal la postura que se escucha corrientemente de que los libros ya no se leen. Para rebatir este hecho vale la pena recurrir a los datos del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), entidad intergubernamental auspiciada por la Unesco y su informe ‘El libro en cifras: boletín estadístico del libro en Iberoamérica’, Nº 6, correspondiente a diciembre de 2014. En este se señala que Ecuador está en el puesto siete de los países que más importan libros, con 53,3 millones de dólares en 2013. El primero es México, con 371,2; seguido por Brasil, con 170,3. El país que menos importa libros es Cuba, donde se invierte solo 5,5 millones de dólares. Las cifras de exportación de libros señalan, asimismo, a Ecuador en el puesto ocho, con 6,5 millones de dólares, siendo México también un principal exportador, con 150,5 y Colombia con 63,6 millones de dólares; el país que menos exporta es Nicaragua, llegando a 0,05 millones de dólares.

Si se considera tales datos, de diecinueve países cuantificados, Ecuador está por sobre el promedio de los que hacen importaciones y exportaciones de libros, hecho que no se puede pasar por alto. Esto indica que el negocio editorial no es desdeñable, sobre todo porque las importaciones de libros son considerables desde países como España y otros que no siempre publican en castellano. Ecuador, en este marco importa hasta el       58% de títulos procedentes de países no necesariamente latinoamericanos y los de procedencia continental hasta el 42%. Se conoce más de México, Colombia o Argentina en nuestro país en materia editorial.

En todo caso, bajo los anteriores indicadores, ¿el libro en Ecuador es solo un objeto- adorno? Personalmente, no lo creo. De acuerdo con el informe de la Cámara Ecuatoriana del Libro (CEL), ‘El libro en Ecuador 2014’, los datos de registro de ISBN y publicaciones son interesantes: la producción de títulos entre 2013 y 2014 subió de 4.054 a 4.412 títulos, lo mismo que en promedio se elevó la producción de ejemplares desde 7’302.928 a 7’820.669.

El informe de la CEL, por otro lado, revela que los títulos de ‘interés general’ en 2014 llegaron a 2.169, los didácticos a 1.092, los científicos, técnicos y profesionales a 1.072 —cifra que además creció notablemente gracias a la exigencia actual que las nuevas regulaciones en educación superior han impuesto al mundo académico, hecho por demás loable—, en tanto que los títulos de orden religioso han bajado ligeramente hasta 79 libros.

Los datos anteriores muestran que el mercado nacional de libros es sugestivo y dinámico. Dicho de otra manera, si hay importaciones de libros y hay un apreciable número de títulos nacionales, es que hay lectores de todo gusto.

Los libros, en este sentido, nos desafían a su lectura: están allá, ya sea en pequeñas perchas escondidas o circulan entre las comunidades de lectores y autores o lectores y entusiastas que motivan a otros a leer. Es evidente que a veces los libros disponibles no tienen la suficiente calidad y a veces uno espera sorpresas o volver a los autores clave para revisar sus textos, hecho que no siempre se condice con la oferta presentada por las librerías locales, es decir, las comerciales. Con todo, el libro sigue desafiándonos, por lo menos a quienes nos paseamos por librerías de todo tipo.

El libro que es un ser vivo

En verdad el libro más que un objeto o un artefacto cultural es un ser vivo. La metáfora es importante para señalar que un libro es una voz dialogante, es un mundo ‘otro’ que quiere salirse cuando se abre y devora su contenido con avidez. Hay quienes, dejándose atrapar por la lectura —porque un libro también implica un lenguaje mágico, una hechura de imágenes mentales de forma preciosa—, no se han dado cuenta del paso del tiempo. El Quijote es la muestra de un ser que va por la inconmensurabilidad de la vida de los libros. Como diría Michel Foucault en Las palabras y las cosas, El Quijote tratará de encontrar la realidad de los libros en el periplo de su aventura, marca fundamental que dicho viaje, por otro lado, nos obliga a ir más allá de solo el olor y la textura del libro como tal.

Los lectores entonces recorren o buscan libros para satisfacer la necesidad de mundos ‘otros’. Sin ellos, la vida sería tremenda, desnuda de imaginarios, algo así como lo que encierra la famosa frase “el desierto de lo real”, que implica que la vida humana requiere de imágenes de realidad, de ficciones necesarias para arribar a un destino.

Personalmente creo que las librerías son lugares de visita y de encuentro. La mayoría de veces uno va a ellas tratando de encontrar ideas nuevas pero sale trasquilado por el montón de bestsellers y libros impunes. Sin embargo, esto no quiere descalificar lo que otras personas tienen como motivos cuando van a las librerías. Empero, si hay un relativo flujo de individuos, parejas, jóvenes, niños, etc. que merodean dichos establecimientos, es porque aún hay algo de atractivo o de necesario en ellas. Ciertas librerías locales facturan buenas cifras —incluso más si alguna biblioteca universitaria ha requerido alimentar sus fondos—.

Pero no siempre es posible encontrar en las librerías locales lo más interesante. Hay un pequeño circuito de librerías de uso o de viejo, o como se quiera llamarlas. Es allá donde, como un cazador de tesoros he encontrado un cúmulo considerable de títulos y autores emblemáticos, y más aun, literatura ecuatoriana de diversa índole.

En Ecuador, si los libros de mayor publicación son los de Ciencias Sociales, en segundo lugar, decía, son los de literatura y retórica. Sin embargo, llama la atención que más de cuatro millones de ejemplares se publican dentro de ciencias sociales, en tanto más de dos millones son los ejemplares de literatura. En total, en 2014 ha habido casi ocho millones de ejemplares publicados entre primeras y segundas ediciones. Estas cifras deben decir algo para un país que según los agoreros no lee y se pasa viendo fútbol. El libro es un ser vivo que busca colocarse en diferentes lugares.

No obstante, el cambio de la matriz productiva que impulsa el Gobierno y, pese a la necesidad de impulsar la producción nacional, las librerías comerciales no se han puesto a tono con mirar hacia Ecuador. Es el mismo proceso de divorcio que muchos medios de comunicación masivos han hecho de la realidad nacional, por lo menos en los últimos veinte o treinta años gracias al neoliberalismo. La falta de impulso y promoción del libro nacional obliga a que muchos de esos millones de títulos que se publican en el país sean vendidos por circuitos cerrados —editorial en venta directa a colegios o escuelas— o sean regalados o vendidos a precio de costo por sus autores a círculos reducidos. Muchas veces he tenido que pedir a los autores que me vendan sus libros para leerlos y algunos, sin mediar factura alguna, han preferido regalármelos. De hecho, un libro regalado puede convertirse en un objeto preciado porque está de por medio una nueva amistad y, con ello, el reconocimiento que publicar y distribuir en Ecuador es tarea de Quijotes.

En otras palabras, las perchas de librerías y de supermercados esconden o evitan el libro nacional. Algunos autores, a quienes les exigen en ciertas librerías unos requisitos y pocas ganancias, han preferido poner títulos en las librerías de libros usados. Es algo así como los cantantes de música popular que frente a las cadenas de discos —hoy casi desaparecidas por no haber esculpido un público diferente— prefieren colocar y distribuir sus obras mediante los circuitos de piratería. Pero en las librerías de viejo, se encuentra de todo y para todos los gustos, incluso libros piratas.

Este tipo de librerías son pocas, pero bien nutridas. En Quito se puede contabilizar hasta una decena distribuida entre el centro de la ciudad y el centro norte. Casi se podría decir que estas se equiparan con la poca cantidad de librerías comerciales existentes. En otras ciudades del país, las librerías son pocas y peor las de viejo, reducidas en muchos casos a mesas en la esquina de alguna calle. Sin embargo, son fuente de riqueza intelectual.

En las librerías de viejos la frecuencia de visitantes, aparte de quienes van a cazar tesoros literarios, son en su mayoría estudiantes de colegios y universidades. Muchos de ellos no siempre van por los libros técnicos, sino a buscar libros mandados por los profesores de literatura, pero sobre todo por el gusto de nuevas aventuras. Muchos de los libros que son vendidos de modo directo por editoriales a los colegios o regalados a los profesores terminan en estos repositorios a precios bajos. Es decir, el libro usado muchas veces es sinónimo de libro barato, casi a “precio de huevo” —como se diría en lenguaje comercial—. Pero lo que se ha observado es que de preferencia los jóvenes buscan títulos de autores fundamentales: aparte de Julio Cortázar —por mencionar un caso—, hay quienes preguntan por Jorge Luis Borges, Pablo Palacio, William Faulkner e incluso William Burroughs. Por esta vía uno se entera que hay comunidades de jóvenes, por ejemplo, góticos, que leen a Lovecraft, Poe, entre otros. Muchos prefieren buscar entre los libros de viejo incluso los libros bestseller de moda comerciales.

Si la gente busca libros que sean baratos es porque en la época de la postindustria dichos artefactos culturales tendrían que serlo, más aún cuando la digitalización implica el fácil transporte de contenidos. Algunos libreros arguyen que importar libros a Ecuador es terrible por los aranceles y problemas de comprensión en aduanas, pero la pregunta es por qué no se imprime acá —y además se fundan las empresas internacionales—, a sabiendas de que la materia prima inicial del libro es digital. Se debería tener más programas como los de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, pero no solo impulsados por el sector público, sino también el privado. Lamentablemente, este último prefiere seguir viendo las ventanas del mundo espectacular global. Los libros como seres vivos a veces se les cuelan en sus depósitos, pero en la mayoría de casos circulan más entre viajeros, entre comunidades, entre entusiastas.

El contagio de las palabras escritas

El Inec señalaba hacia 2013 que el 73,5% de los ecuatorianos tenían el hábito de leer; de ellos, el 50% leía al menos entre una y dos horas semanales; de ese grupo, el 75% eran hombres y 72% mujeres. También se indica que el 41% de las mujeres y el 34% de los hombres leen con mayor frecuencia libros que periódicos, revistas u otros productos. Sin embargo, las noticias enfatizan los aspectos negativos: el ecuatoriano no lee o lee poco, así el 26,5% no tiene hábito de lectura. Pero el 73,5% es considerable, si miramos los datos de otro modo.

Las palabras escritas sí contagian. Existe un mercado del libro, una frecuencia de librerías de uso, donde sobre todo jóvenes tratan de encontrar aquello que les es negado en las grandes librerías.

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