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Cuando la lectura es la trama

Cuando la lectura es la trama
07 de diciembre de 2015 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado, Periodista

Jorge Izquierdo no toca ningún instrumento pero fundó Biorn Borg, una banda de rock que alteró la escena local independiente. Como no había quién cante, además de escribir las letras de las canciones, tomó el mando como vocalista. En cada ensayo, mientras Toño Cepeda, Pablo Maya y Sofía Abedrabbo se dedicaban a probar el sonido y a acomodar los instrumentos, el vocalista de la banda pensaba en poner un gimnasio para pasar el tiempo franco.

“Me voy a hacer tuco”, les decía. Pero, lo más próximo que estuvo de cumplir con su promesa fue durante una edición del QuitoFest, a bordo de una bicicleta estática. Pedaleó y pedaleó. No se hizo tuco. Pero fueron veinticinco minutos de jugar a ser un performer. Aún piensa que el arte performativo, según lo concebiría Marina Abramovic, tiene que ver con alargar el momento desde una propuesta del cuerpo.

Izquierdo no es un artista conceptual, “pero cualquier cosa puede pasar por arte conceptual en estos días”, dice sobre las referencias que se cruzan en su novela de noventa páginas Una comunidad abstracta. En ella utiliza la historia de aquellos aficionados al performance como pretexto para narrarse a sí mismo y reírse de la pequeñez del círculo de las artes concatenando sus apuntes. Aquel manuscrito en el que se repetía en cada página “Esta no es una novela” como un acto condenatorio. En la obra de Jorge Izquierdo, sus lecturas pasan a ser la trama: “Las conexiones que veo entre lo que leo es lo que realmente mueve el texto”. Lo hace, no en un sentido mitificador del arte, sino en su contra.

Como suelen hacer los artistas, juega con su nombre: firma como Salvador Izquierdo, su segundo nombre. Hace pocos días su firma se movía un poco más allá del círculo. Fue uno de los finalistas del Premio Herralde de Novela, que desde la década de los setenta organiza anualmente la editorial española Anagrama y que este año se entregó a la escritora, también española, Marta Sanz por Farándula, un libro de 240 páginas.

Luego de un proceso de rechazo por editoriales de Ecuador y Argentina —algunas con cartas de agradecimiento, explicaciones de ‘no publicación’ y otras tan solo con un prolongado silencio—, Izquierdo envió sus manuscritos al Herralde. La primera vez, en 2014, estuvo entre los 39 escritores de la lista larga y este año, entre los veintidós seleccionados y los once finalistas.

Aunque el jurado es distinto, la propuesta de Izquierdo en el Herralde ha tenido acogida precisamente con dos obras que concibe como una trilogía: Una comunidad abstracta (2014) y Te Faruru (2015) traducida como “aquí se hace el amor” en el idioma de los polinesios, el maorí. La primera de esta trilogía, Una comunidad abstracta ya empezó a circular bajo riesgo con la editorial Cadáver Exquisito en Quito y Guayaquil. Con Te Faruru retomará la edición.

Las novelas de Izquierdo no utilizan la línea de las clásicas: no hay descripción de personajes, no hay tramas, se trata de una escritura que define como ‘ficción experimental’, pues “es hacia donde —cree— tiene que ir la literatura porque ya el cine ha sobrepasado nuestras expectativas de trama”, dice Izquierdo. “El escritor está bastante tentado de dejar de escribir. El escritor está mortalmente aburrido de inventar historias”, dice David Markson en la primera página de This is not a novel.

Pero Markson llegó después.

Salvador Izquierdo escribió Una comunidad abstracta mientras estaba en Vancouver, estudiando su doctorado, igual que el personaje de la novela. A través de otros va contando su historia. Todas las referencias que utiliza son una especie de autobiografía. “La historia de esta novela es la historia de un encadenamiento de frases ajenas que son traducidas por un narrador que busca desesperadamente apropiarse de ellas”, dice el catedrático Carlos Burgos sobre el libro.

“Esta novela no está contada a la manera habitual. Su historia es esencialmente la historia de las citas que la componen. Son citas de referencia variada y dispar: el accionismo vienés al nouveau réalisme”, dice Burgos.

Izquierdo rinde tributo a la comunidad abstracta que se erige alrededor del arte moderno con figuras como Rudolf Schwarzkogler, a quien describe desde la ficción mítica de su amputación con la venia de los críticos de arte; o el gesto de Robert Rauschengerg al vincular a su obra los elementos que reposan sobre una cama. También aparece el infaltable Robert Allen Zimmerman, Bob Dylan, (para Izquierdo, el último genio vivo).

“No estoy haciendo nada nuevo. Mi idea es empequeñecer, no mitificar. Decir que el artista lleva a un camino incorrecto, es pensar en el mito antes que en la obra. Me interesa más bien leer la obra. Reconozco que esta novela tiene una línea frágil entre querer volver mitos y simplemente hablar de personas comunes y corrientes que también son estos artistas. La historia empieza por ahí. Hay esta idea de los errores dentro de los libros que se puede equiparar a los errores de las figuras en sí”, dice Izquierdo.

Pasa con todos los artistas cuya obra alcanza una fase mítica. Sobre Guayasamín, por ejemplo, se dice en sus biografías oficiales que de niño sus primeras pinturas fueron con la leche materna. Está en el índice de entrada a la Capilla del Hombre. “El mito es lo que falla en Guayasamín. Seguramente él fue gestor de ese mito, muy típico de los artistas de esa época. Estaban preocupados porque veían que la gente que estaba alrededor de sí eran genios. Yo creo que ese es un peso que nosotros nos podemos quitar de encima, de que eso no es factible hoy por hoy. No hay nadie en la literatura que puedas decir que es un genio”, dice Izquierdo.

 Tomado de uno de mis cuadernos de esa época: “¿Qué es mejor, rascarse la espalda por debajo de la axila o por encima del hombro?”

Una comunidad abstracta

Para Izquierdo, la literatura se produce en un juego de sentidos. Le interesa el cuerpo, no como algo político, sino por su estancia física, su paralenguaje. Su personaje, la voz que lleva las referencias desmitificadoras de otros artistas, se plantea proyectos relacionados al cuerpo con la finalidad de explorar. De ahí parte esta trivialidad: la gente se puede dividir entre los que se rascan la espalda por debajo de la axila y los que lo hacen por encima del hombro. O como lo hace Lars von Trier en Nymphomaniac:

 

Yo divido a la humanidad en dos grupos: Los que se cortan primero las uñas de la mano izquierda y los que cortan primero las uñas de la mano derecha. Mi teoría es que quienes se cortan primero las uñas de la mano izquierda son más alegres. Suelen disfrutar más de la vida porque van directo a la tarea más fácil y dejan lo más difícil para el final.

 

La división en Una comunidad abstracta está entre la burla y la nada, dice su autor. La de Lars von Trier es un argumento sobre la gente que no le gusta sufrir.

Las referencias que se cruzan en la obra de Izquierdo empiezan antes de fundar Biorn Borg, a inicios de su juventud, cuando leía Historia abreviada de la literatura portátil de Enrique Vila Matas, una novelita chiquita en la que hace un juego de ficción de las vidas de un grupo de artistas en Nueva York en los años veinte, que fundan la Conspiración Shandy, una sociedad secreta formada por Duchamp, F. Scott Fitzgerald, Walter Benjamin, César Vallejo, Rita Malú, Valery Larbaud, García Lorca, Pola Negri, Berta Bocado, Alberto Savinio y William Carlos Williams.

William Carlos Williams fue pediatra de Robert Smithson, conocido por ser pionero en el land art —tendencia que utiliza marcos y materiales de la naturaleza— tras regresar a su barrio de la infancia para visitar a su pediatra. En estas lecturas se van descubriendo otros nombres a los que Izquierdo va y les sigue la pista, como un detective. Así conoce a Rudolf Schwarzkogler en un libro de Calvin Tomkins, el biógrafo de Duchamp, hasta que en uno de los rastros de las historias cruzadas descubre el comienzo de su propia obra.

“Yo siento que llegué a esta novela solo. Fue un descubrimiento para mí mismo pensar que iba a escribir un texto como ese”, dice Izquierdo. Al comentarlo le recomendaron leer a David Markson. Como estaba en Nueva York, fue a la famosa Strand Book, que visitaba Markson todos los días. Al preguntar por su nombre se encontró con This is not a novel, la frase que tanto se había repetido en su manuscrito. Llegó a Markson cuando nada de lo que leía por esos días podía ocupar más que segundos de su lectura. “Es completamente desfachatado. Es uno de mis escritores favoritos y me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo y me dio gusto saber que había esa conexión, pero sobre todo esa posibilidad de que ‘si Markson’ está haciendo eso, ¿por qué no yo?’”.

Markson cataloga como ‘ficción experimental’ a un libro de David Foster Wallace. Salvador Izquierdo se acoge al término. Sabe que toda ficción es experimental. Pero su ficción aboga por la bandera de escribir libros sin grandes personajes. “La gente no tiene que estar matándose escribiendo personajes convincentes, reales y tramas elaboradas para considerarse escritor. No lo hago y no lo quiero hacer”.

Para Carlos Burgos, la novela ha experimentado “en distintas épocas, con mayor o menor fortuna, y ello nunca ha puesto en riesgo su supervivencia. Diría incluso que, cada vez que se ha declarado la muerte de la novela en aras del experimentalismo, esta ha salido más reforzada que debilitada: lejos de terminar con ella, lo experimental siempre le ha abierto a la novela nuevas posibilidades, nuevas formas de ser”.

La novela acepta y toma la invención como ninguna otra forma literaria, dice Michael Schmidt en el dossier que le dedica al género la revista Letras Libres. Schmidt cita a Georg Lukács como un visionario de lo que vendría en camino en La teoría de la novela: un escritor atento a su tiempo no podía presumir cosmovisiones comunes, valores compartidos o el tipo de estabilidad que había hecho que la ficción del siglo XIX fuera variada y universal, de modo que los grandes escritores rusos, franceses, portugueses, italianos y alemanes conservaban en inglés un valor casi igual al de los nativos, y los autores ingleses y estadounidenses sobrevivían si cruzaban el océano.

Para Lukács, la novela “debe estrechar y volatilizar todo aquello a lo que haya que dar forma para poder abarcarlo, o deben mostrar polémicamente la imposibilidad de alcanzar su objeto necesario y la nulidad interior de su propio medio. Y en ese caso llevan la naturaleza fragmentaria de la estructura del mundo al mundo de las formas”.

En 2013, Raúl Vallejo dedicaba en CartóNPiedra un análisis a la obra de cinco cuentistas ecuatorianos, entre ellos estaba Salvador Izquierdo, como autor de ‘Harold’ publicado en 2009 en el cuentario Autogol. “(Izquierdo) maneja con solvencia esa tonalidad narrativa que evita cargar lo narrado con juicios de valor y narra las situaciones más escabrosas como si se tratase de sucesos comunes. Este es un cuento construido, como otros de su autor, con dureza y sin concesiones frente a la situaciones vividas por sus personajes; un cuento en donde la serenidad de lo cotidiano es destruida en un instante por un suceso inesperado que quiebra el optimismo burgués sobre la vida”, decía Vallejo. El cuento al que se refiere, según Izquierdo, estaba basado en su vida. “Está contado como una narración, quiere ser un cuentito redondo, con un principio, un medio y un final y estuvo bien en su momento pero no es lo que escribo ahora”.

En algún momento se obsesionó con un borrador de novela de doscientas páginas en el que —dice— nunca pudo sostener el pulso. “Me desbarataba, me costaba tratar de seguir la siguiente escena, cada escenario, que es lo que hace la narrativa y tal vez yo no tengo ese talento, no soy ese tipo de escritor”, dice.

Esteban Mayorga dijo en una entrevista que “hace falta gente que escriba como si estuviera muerta”. Para Izquierdo, la gente no tiene que estar matándose escribiendo personajes convincentes, reales y tramas elaboradas para considerarse escritor. Piensa en leer a los muertos sin preocuparse por dejar una gran obra. Mientras su hermano cineasta —el género que considera ha superado las expectativas de la trama— le repite: “Algún día tienes que escribir una novela de verdad: con trescientas páginas, que describa al mundo, con personajes”.

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