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Cecilia Ansaldo: el ritmo del verbo

Foto: Andrés Laiquez
Foto: Andrés Laiquez
20 de julio de 2015 - 00:00 - Luis Carlos Mussó, Escritor

En pos de inquirir sobre el trabajo del crítico literario hay que dirigirse a la fuente. Para llegar a casa de Cecilia Ansaldo Briones (Guayaquil, 1949) he cubierto la distancia de cuadra y media desde la mía, en el barrio del Centenario. Mujer de letras, ha sido culpable de definir no pocas vocaciones literarias entre los estudiantes del Colegio Alemán Humboldt de Guayaquil, y de las universidades Católica de Santiago de Guayaquil y Casa Grande.

Cecilia Ansaldo ha atestiguado muy de cerca el trabajo de varias  hornadas de escritores —y de poetas específicamente—; desde los que pueden ser llamados canónicos hasta los emergentes. La estricta maestra y crítica es, también, hábil conversadora.

Usted ha dicho que el género que le atrae más es el lírico. ¿Quizá por ser una expresión compleja? ¿Por ofrecer más desafíos?

Aprecio la poesía porque convoca lo más profundo del yo, porque tiene más difícil la proeza de la renovación formal, porque comprime significados y toca, sin darnos cuenta, cuerdas misteriosas del receptor.

¿Estima usted que debe haber una distancia entre una lectura idónea y la producción reciente? ¿Cuánta pasión puede haber a la hora de legitimar voces?

Creo en lecturas repetidas y espaciadas para dar cuenta de un texto. Desconfío de las primeras impresiones. Los lectores estamos desafiados a leer dentro de conjuntos y contextos. En esos procesos, a veces caemos en la tentación de “legitimar” voces, cuando el gran legitimizador es el tiempo.

¿Es verdad que el ensayo literario es un género consumido casi exclusivamente por los críticos?

Creo que sí, conozco a muchas clases de lectores, pero no encuentro entre esos a aquelos que se interesen —voluntariamente— por el ensayo literario.

¿Puede el poema ordenar el universo? ¿Se opone el texto lírico al caos y a la nada?

Cualquier texto tiene esa pretensión. Basta poner en líneas, apelar a la sintaxis (por violenta que fuese) para buscar un mínimo orden. La línea cortada del verso parecería el primigenio continente de la idea.

Maurice Blanchot afirma que el arte no tiene derecho contra la acción. Al nacer de un desate de fuerzas que no puede fundarse en derecho, el arte está en un lugar diferente a la previsión, al cálculo, al pronóstico del porvenir. ¿Cuál es el piso que le queda? ¿Hay alguna seguridad en términos estéticos?

La situación es conflictiva. ¿Cuál es el punto medio entre la imprevisión y la disciplina, por ejemplo? Ambas son necesarias para crear, para pensar. Más en países como el nuestro, donde el trabajador de la cultura tiene pocas posibilidades de asegurar subsistencia y libertad creadora.
En ese sentido, creo que la lucha seguirá. Me resulta imposible creer que el estado asegure nada al arte porque enseguida lo compromete y lo castra. O lo enmudece. El artista tendrá que seguir solo en su opción, tratando de desvincularse lo que más pueda del sistema.

¿Con qué herramientas debe enfrentarse la lectura de poemas?

Con dos, el oído educado en el ritmo de las palabras y la capacidad de captar las imágenes. La fortaleza del poema radica en sonido e imaginería.

Ezra Pound afirma que el poema no nace para divertir a nadie, sino porque alguien que se afincó en el silencio, no pudo hacer otra cosa que pronunciarse. ¿Cómo obran los poetas?, ¿qué esperan de los lectores de poemas?

Creo que esperan una sintonía invisible y silenciosa. Jamás sabrán a plenitud a dónde fueron a parar sus versos, qué psiquis tocaron, qué fibra hicieron vibrar. Pero no debe importarles. Los recitales y las lecturas revelan muy poco.

¿Cómo se desarrolla el olfato del crítico?

No respondo nada nuevo si digo con la lectura, pero una lectura diversa, curiosa, exploradora, que tenga un momento de ponerse en orden. De crear el gran mosaico de la literatura, que no sea sorprendida por lo viejo que parece nuevo y que se deje siempre la oportunidad para el asombro. Ah, y debe leer a ratos, en voz alta.
Pese a que está llamado a la diversidad, el crítico tiene que admitir sus gustos personales y manejarlos bajo control.

¿De qué depende la educación estética de una comunidad?

De varias cosas, en primer lugar de una tradición sostenida a lo largo del tiempo que vaya flexibilizando los cultivos estéticos. Un público que ha consumido productos literarios, teatrales, etc., los buscará por cuenta  propia.
Una oferta estatal junto a una privada, que permita la selección de aquello que más nos atrae, simultáneamente al trabajo educativo sistemático que haga que niños y adolescentes formen gustos e inclinaciones en base de prácticas escolares que luego los convertirá en público habitual esa educación tiene que armonizar las expresiones de una cultura vernácula con las del mundo entero. Sin el conflicto repetido de los nacionalismos versus las poses extranjerizantes.

¿Cómo trabajar la calidad en la oferta de material poético a la hora de configurar los programas de educación formal en el país?

Este tema es complejo. Lo corriente es que el profesor soslaye el texto poético porque no sabe qué hacer con él. Y si lo elige, se inclina por una poesía “consagrada” (por: de acceso fácil y comprensión inmediata). Así no pueden avanzar hacia nuevos lenguajes ni renovadas formas de lo poético. Hay que trabajar primero y mucho con los maestros.

La formación humanística ha cedido espacio a la técnica. ¿Signo de los tiempos, o situación reversible?

Depende de qué entendamos por “técnica”. Yo siempre encontré que los alumnos más inteligentes se sentían muy atraídos por el arte, por el pensamiento. Una vez más creo que esta oposición tiene que ver con maestros más que con programas. La polarización es falsa.

Lo leve y lo fútil han erosionado parte de los productos culturales que consumimos. ¿Alguna noticia feliz ante eso?

Esta realidad permite la confrontación de los productos fútiles (no hay nada como poner un texto tonto frente a un texto inteligente; una telenovela superficial frente a una serie de televisión aguda. Ese ejercicio es una práctica feliz dentro de un aula.

Usted ha sido testigo de privilegio en las últimas hornadas de poetas. ¿Siente optimismo o pesimismo en cuanto a la situación de nuestras letras?

Siento optimismo. No me preocupa la creatividad de los poetas sino la desidia de los receptores. A los gestores culturales y educadores nos toca conmocionar a una sociedad o instituciones adormecidas (como es la universidad muchas veces).

¿Cree que es posible que la tradición literaria se sostenga sin la crítica?  

No, la crítica cumple su papel de acompañar los procesos creativos. Las lecturas de los críticos, sus comentarios y diálogos tanto con los autores como con los lectores, su labor de incitadores y ampliadores de lo que dicen los textos abre otro camino expresivo. La crítica puede ser tan creativa e ingeniosa como la obra literaria.

¿Hacia dónde encamina Cecilia Ansaldo sus intereses actuales en el campo del comentario literario?

Por este tiempo está muy interesada en la novela negra o thriller. Le ha dado por visibilizar ese tejido impalpable de la intriga que se alimenta del crimen, de la destrucción. También debo decir que está en el tiempo de las relecturas y que vuelve con placer en títulos muchas veces leídos.

Ha compilado usted varias antologías de cuento a escala nacional y local. Ha circulado la duda en el medio: ¿trabajará una de poesía?

Jamás abandono ideas y esa la he tenido y hasta la he conversado con una editorial. Pero mi trabajo inmediato es muy copioso. En esta etapa de mi vida puedo afirmar que he dictado demasiadas clases y no me preservé para el trabajo más quieto y silencioso de la reflexión y la escritura. Tal vez todavía sea posible.

 Lo corriente es que el profesor soslaye el texto poético porque no sabe qué hacer con él. Y si lo elige, se inclina por una poesía “consagrada” (por: ‘de acceso fácil’ y comprensión inmediata). Así no pueden avanzar hacia nuevos lenguajes ni renovadas formas de lo poético. Hay que trabajar primero y mucho con los maestros.

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