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Artes Interruptus

Artes Interruptus
10 de febrero de 2013 - 00:00

La Biblia dice, rotunda, telúrica y fulminante como la misma voz de Dios:

“Y Er, primogénito de Judá, fue malo ante los ojos de Jehová, y le quitó Jehová la vida. Entonces Jehová dijo a Onán: llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo Onán que la descendencia no habría de ser suya, sucedía que cuando llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano. Y desagradó a los ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida”.

Puesto que la Biblia cuenta historias como la citada y condena a hombres del talante de Onán, que desperdician sus semillas, los hijos de la civilización occidental y cristiana crecimos creyendo que la masturbación es pecado, y en los colegios religiosos no faltaba el perspicaz que aseguraba que a aquellos que lo hacían les salían pelos en las manos, o que enloquecían, o que se quedaban estériles, o que se volvían eyaculadores precoces, o que desarrollaban tendencias homosexuales, o que, simplemente, perdían el interés por las mujeres.

Incluso en estos tiempos, en que es posible casarse con una muñeca inflable e incluso organizarle funerales, la masturbación sigue siendo un tabú, un tema del que es mejor no hablar, algo deshonroso, indigno, una debilidad que nadie debería permitirse, so pena de ser llamado “pajero”, palabreja altisonante en varios países de Latinoamérica y que según cuenta Luis Melnik, en su libro La Máquina, obligó a la marca de automóviles japoneses Mitsubishi, a cambiarle el nombre a una de sus creaciones: “Las marcas de los artefactos rodantes han causado grandes dolores de cabeza a los sesudos diagramadores de futuros, Mitsubishi (Tres diamantes) no titubeó en llamar Pajero a uno de sus rodados 4 X 4, produciendo rubores en los conductores del Río de la Plata. Luego se volvió Montero”.

La gente, como dice George Brassens, no gusta que uno tenga su propia fe, y peor aún que alguien se ame demasiado a sí mismo. Ya los griegos, con toda su sabiduría, condenaron la vanidad, pregúntele si no a Narciso, ese que por gustarse terminó ahogado en las aguas de su propio deseo.

Sabemos que la sociedad norteamericana es conservadora, pacata y más papista que el Papa, pero sabemos también que a la olla de presión hay que sacarle el vapor de vez en cuando, y que por eso se ha dado, en sus comedias hollywoodenses, por volver a la masturbación tema central. De ahí, por ejemplo, que en American pie, filme de 1999, la gente hacía suyas las desventuras del limitado adolescente que tenía amoríos con un pie de manzana, la fruta del pecado.  

También Loco por Mary, película que tiene por protagonistas nada más y nada menos que a Cameron Diaz y Ben Stiller, tiene una escena de masturbación. Con profesionales formados en universidades de Estados Unidos, y enamorados de las Harley, los Mustang y, por supuesto, el cine norteamericano, no es extraño que los españoles hayan hecho películas como Amor a lo bestia, una comedia en la que un apasionado de AC/DC y de una universitaria no puede apretarle las riendas a su vicio ni a sus impertinentes e insostenibles eyaculaciones.

En estas películas los guionistas hacen del pecado materia de arte y se ríen de las prohibiciones, pero ojo, lo hacen a través de personajes intelectualmente limitados y gobernados por sus hormonas en ebullición.

También nuestro inmenso José de la Cuadra transgredió la norma religiosa a través de Chumbote, un adolescente montubio que no es, ni mucho menos, una lumbrera: “…había enterado los doce años, y ya se masturbaba en los lugares ‘sólidos’, como había visto hacer al nió Jacinto, el hijo de sus patrones. Entre la masturbación y los palos se le habían secado las carnes…”.

De la Cuadra narra a continuación el resbalón de la patrona castigadora, y remata el cuento anteponiendo ante todo la naturaleza libre de Chumbote y vertiendo fluidos sobre el poder, cuando esta andaba de cabeza: “Se le habían alzado a doña Feliciana, en el descenso, las polleras, y mostraba al aire los muslos ampulosos, blancoazulados, de un obsceno color de leche con agua.
No pudo resistir Chumbote ese espectáculo. Sin quitar la mirada de los muslos de su patrona, sentado ahí al borde del hueco, comenzó una nueva masturbación, que venía a ser la cuarta en ese día…”.

Comedia o realismo social, queda claro que para el artista nada es ajeno y que su misión es ofrecer, con talento y sensibilidad, una visión de las cosas que nos atañen a todos. Hablemos, por ejemplo, de Marcel Proust. El más grande novelista de todos los tiempos se hizo construir en la mansión de sus padres una habitación con paredes forradas de corcho en la cual poder realizarse vaporizaciones que mantuvieran a raya  su asma, escribir por las noches y masturbarse durante los días.

La preferencia de Proust por el onanismo ha sido descrito por uno de sus biógrafos Gwéwnola Aujard Johnson, en los siguientes términos: “Enamorado de la naturaleza, Marcel se excita con imágenes botánicas y salpimentará su novela con tales exaltaciones que sugieren más el placer sensual de Las mil y una noches -uno de sus libros de cabecera- que los meditativos paseos de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778): el pequeño retrete huele a lirios en el que el narrador se masturba y piensa que alcanza con su líquido seminal las hojas de las grosellas salvajes; los yuyos vinculados con el deseo de la mujer y la mujer como criatura que emana de la tierra; los espinos que evocan a Gilberte y a la duquesa de Guermantes; las jovencitas en flor de Balbec; el gusto de la rosa en las mejillas de Albertine; la fecundación de la orquídea como imagen de Sodoma”.

Dalí es “…surrealista, con luz de impresionista y trazo delirante”, como dice Mecano, y tiene un autorretrato y un poema llamados, ambos de igual forma: El gran masturbador. Agustín Sánchez Vidal dice en la biografía de Dalí que en la medida en que el hermano mayor del pintor murió a consecuencia de una enfermedad venérea contraída por su padre, este no solo lo sustituyó con un nuevo hijo al que llamó igual que al primero, sino que quiso preservarlo o protegerlo de los efectos de los males de Venus, traumándolo, causándole temor a las relaciones sexuales, poniéndole sobre el piano un libro ilustrado de enfermedades de transmisión sexual. Cumplió su propósito a cabalidad, pues Dalí jamás se atrevió a tocar a una mujer, ni siquiera a su bella Gala, tejido epitelial lampón y lampista, como la llama en un poema, sino que se limitaba a desnudarlas y a masturbarse ante ellas.

En la obra pictórica, el artista define a la masturbación como a la relación sexual más pura, mediante un lirio pegado a la mujer cuyo rostro se encuentra cercano a unos genitales masculinos guardados en ceñidos calzoncillos.

Revisemos ahora un fragmento del poema:
 
“A pesar de la oscuridad reinante
la noche estaba en sus comienzos
en los bordes de las grandes escalinatas de ágata
donde
fatigado por la luz del día
que duraba desde la salida del sol
el gran Masturbador
su inmensa nariz apoyada sobre el piso de ónix
sus enormes párpados cerrados
la frente corroída por horribles arrugas
y el cuello hinchado por el célebre forúnculo que bulle de hormigas
se inmoviliza…”.

En el camino se constituyó, durante las décadas de los años sesenta y setenta, en el libro fundamental de la literatura estadounidense. En este, Jack Kerouac, el ángel maldito, el dipsómano luminoso de las letras norteamericanas, puso al servicio de la literatura el ritmo del bebop-jazz de Gillespie y Charlie Parker, y planteó, mucho antes que los hippies, un estilo de vida basado en la aventura y en los viajes, la exploración de la sexualidad y el consumo de sustancias psicotrópicas. En este libro que se tomó la cabecera de artistas posteriores como Bob Dylan, aparece, como personaje fundamental, Dean Moriarty, alias de Neal Cassady, figura central de la generación Beat, pero no ciertamente por su producción literaria, sino por haber inspirado, con su vitalidad, a Kerouac y sus amigos salvajes: Burroughs y Ginsberg. Pues bien, en su reciente ensayo:  “Escritores delincuentes”, el español José Ovejero cita a Cassady: “Me masturbo, al menos, tres veces al día y vengo haciéndolo así desde hace años”.

En Puntos de fuga, mi primer libro de cuentos, habita Pool Le Blanc, un viejo pescador haitiano que trata de conjurar el dolor que le ha producido el adiós de su joven concubina, masturbándose: “Le Blanc se masturbó imaginando a la mulata, escuchando al viento denso y húmedo de la bahía abofetear las hojas de las palmas”.

También en El Danubio azul, este recurre al vicio de Onán, para sosegar el deseo que siente por Anita Mendoza: “Encontrarla saliendo de la regadera del patio envuelta en una toalla, con el cabello destilando agua; verla sentada en las sillas del comedor con los muslos bajo el sol; escucharla hablar con el acento local tan rico en vocales y pobre en consonantes, ponía a Almeida más cachondo que los camarones de la sopa.
Anita…
 Anita…
  Ah…

Se masturbaba, vertía sobre su estómago un hilito de semen tan espeso y blanco como pasta de dientes, y entonces se preguntaba qué mierda hacía, pudriéndose del calor en un pueblo de animales marinos prehistóricos, pudiendo estar en una cancha de tenis de Quito, bebiendo limonada con hielo, luciendo una camiseta Polo de Ralph Laurent”.

De nueva data es La Nana, película chilena que cuenta la historia de una sirvienta cuarentona cuya vida ha sido servir en un hogar de clase media alta de Santiago y criar a los tres hijos de la familia, entre ellos a un adolescente que se dedica, por las noches, al vicio solitario, hasta que su nana, solterona, sexualmente insatisfecha, denuncia las manchas que encuentra en las sábanas, no porque se escandalice de ello, sino porque tener que lavarlas, tenderlas y plancharlas a diario representa, para su cansado cuerpo, un trabajo extra que no está dispuesta a realizar.

Y hablando de Chile, ¿cómo creen ustedes que atrapado en una isla, más solo que el último animal de una especie, calmaba sus deseos Mr. Robinson Crusoe?, pues a juzgar por el testimonio de Defoe, con una mujer de arena a la que le hacía un orificio de arena en la entrepierna de arena.

En Vidas secretas de grandes escritores, Robert Schnakenberg hace referencia a las cartas que James Joyce, el gran padre de la novela moderna, le enviaba a Nora Barnacles. “…estaban llenas de descripciones explícitas de actos sexuales que había realizado o quería realizar con ella. Entre las gráficas referencias anatómicas que empleaba como estímulo para masturbarse figuran repetidos elogios salaces de las “enormes tetazas” y “el culo lleno de pedos de la mujer”.  

Se sabe que Jean Paul Sartre era una galán empedernido, pero restaba importancia a sus múltiples infidelidades comparándolas con la masturbación; de hecho, evitaba eyacular con sus amantes para negarles intimidad. También resulta altamente interesante saber que la dramaturga, poeta, crítica y humorista norteamericana Dorothy Parker usó su cáustico ingenio para bautizar a un perico que arrojaba su semilla con el sugestivo nombre de Onán.

En el libro de artículos póstumo, El secreto del mal, el genial Roberto Bolaño habla de los cuadros de Moreau, y cita a J. K. Huysmans, quien se refiere a ellos en los siguientes términos: “Las más diversas escenas suscitan siempre la misma impresión: la de un onanismo espiritual que frecuentemente se reproduce en un cuerpo púdico”. Más aún, en “Los sinsabores de un verdadero policía”, Bolaño presenta a padilla, un joven homosexual y violento, que envía sus poemas a Leopoldo María Panero al manicomio de Mondragón, “en uno de ellos describía en perfectos alejandrinos, unas cincuenta formas de masturbarse, cada una más dolorosa y terrible que la anterior, mientras un crepúsculo de ataque nuclear cubría lentamente los barrios suburbiales de la ciudad”.

Conociendo de su interés por los macarras y sus eternas ganas de incordiar, es obvio encontrar en la prolífica producción de Joaquín Sabina una oda al vicio solitario. Coitus interruptus no pertenece a ningún disco, sino al libro de sonetos, “Ciento volando de catorce”, que el músico de Jaén publicó en 2001. Cito los dos tercetos en que Sabina compara la creación poética con un coitus interruptus:

“Muchos quieren brindar con los amigos
varios desactivar un exabrupto,
dos o tres avivar el avispero.

Todos, obviando permisos y castigos,
duran menos que el coitus interruptus
de tantas despedidas de soltero”.

En tema de masturbaciones, el cantautor español Ismael Serrano no se queda atrás, y en su canción: Yo quiero ser muy promiscuo, dice:

“Yo quiero ser muy promiscuo, como todos mis amigos,
ya que de un tiempo a esta parte, no duermo si no me fustigo.
(…) Y por eso yo te digo que quiero ser muy promiscuo,
y revolverme en el lodo del pecado original,
porque estoy un poco harto del pecadillo de Onán”.

Luis Eduardo Aute, el trovador de España, el poeta, el cineasta, el amigo de Silvio y Sabina y Xavier Krahe, el escritor de textos metafóricos y simbólicos, le cantó al mar, al condenado a muerte que, pese a su campaña, ajusticiaron al alba, al amor y, por supuesto, a la masturbación:

“A veces recuerdo tu imagen
desnuda en la noche vacía,
tu cuerpo sin peso se abre
y abrazo mi propia mentira.

Así me reanuda la sangre
tensando la canción dormida,
mis dedos aprietan, amantes,
un hondo compás de caricias.

Dentro
me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto.

Mi mano ahuyentó soledades
tomando tu forma precisa,
la piel que te hice en el aire
recibe un temblor de semilla.

Un quieto cansancio me esparce,
tu imagen se borra enseguida,
me llena una ausencia de hambre
y un dulce calor de saliva”.

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