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Amor, sangre y rockn roll. Sobre Only lovers left alive, de Jim Jarmusch

 Amor, sangre y rockn roll. Sobre Only lovers left alive, de Jim Jarmusch
07 de julio de 2014 - 00:00 - Marcela Ribadeneira

Burroughs, Shakespeare, Buster, Twain, Byron, Nikola Tesla, Shelley, Jack White... Pocos son los filmes que pueden permitirse una nómina de referentes tan explícita y extensa sin caer en la gratuidad y en el tedio. Se me ocurren, como ejemplo, las referencias lacanianas que Von Trier planta en Antichrist y que finalmente no aportan una dimensión de lectura más profunda de la historia. En el caso de Only lovers left alive ningún referente resulta rebuscado. Cada uno tiene una función como elemento de cataracterización de los personajes o como espaldarazo a una de las premisas, la cual está elocuentemente expresada en el título del filme. Su traducción literal al español sería “solo a los amantes se los deja vivos”.

 

Jarmusch comienza su narración con una anticipación del manjar audiovisual que está por desplegarse. La cámara, en un contrapicado perfecto, da vueltas sobre un LP. Sigue el vaivén de la versión ralentizada de Funnel of love (Wanda Jackson) que la aguja del tocadiscos le arranca al plato de vinilo. “Here I go, falling down down down, my mind is a blank, my head is spinning around and around, as I go deep into the funnel of love”. Con el mismo movimiento de cámara y montaje alternado, Jarmusch presenta a Eve (Tilda Swinton), que está recostada en la cama de su pequeña vivienda tangerina, y a Adam (Tom Hiddleston), que toca la guitarra en la sala de un viejo y desordenado departamento al otro lado del mundo, en Detroit. 

 

El nombre de los protagonistas es una referencia a Los diarios de Adán y Eva de Mark Twain: la fascinada Eva del libro descubre maravillas como el fuego y pone nombres a las criaturas del Edén, mientras que la Eve de Jarmusch se deleita con las creaciones artísticas –literarias especialmente– que a lo largo de su vida centenaria descubre y redescubre. Aunque también es un guiño mucho más primario. En el mundo de Only lovers left alive, donde los humanos son entidades entumecidas, indiferentes a la belleza que los rodea —Adam los llama “zombis”—, ellos son los únicos seres, como el Adán y la Eva pre pecado original, que mantienen la pureza y la capacidad de deleitarse con la creación. Aunque, claro, el Adam y la Eve de Jarmusch no son humanos, sino vampiros. Y como tales necesitan sangre para subsistir.

 

Pero ese medio de subsistencia es también una adicción que han llegado a modular con pericia: Jarmusch lo deja claro con la bellísima secuencia en montaje alternado que muestra a Adam, Eve y al mentor de ella, en sus respectivas guaridas, mientras se sirven sangre en pequeñísimas copas de cristal bicelado y se entregan a un high absoluto. No, no están en el mundo de gargantas perforadas del Drácula de Bram Stoker o del Nosferatu de Murnau. Están en la segunda década de los 2000 donde las cosas se hacen de manera más “civilizada”. Y ellos no tienen ningún problema para acoplarse. No solo debido a su desdeño por la violencia, que se hace evidente cuando los visita la hermana menor de Eve, sino por el riesgo mortal de consumir sangre contaminada con sustancias tóxicas, VIH u otros males de la contemporaneidad. Así, Adam recurre al laboratorista de un hospital para comprar sangre limpia, mientras que Eve, en Marruecos, tiene un dealer, otro centenario vampiro, Cristopher Marlowe (John Hurt), que en el filme es la pluma detrás de las grandes obras firmadas por un tal Shakespeare. Convenientemente, Jarmusch le da a este personaje el nombre de un dramaturgo inglés, nacido en el mismo año que Shakespeare, cuya máxima era: “lo que me nutre me destruye”.

 

A través de sigilosos planos secuencia, Jarmusch muestra a Eve caminar durante la noche por las estrechísimas calles de Tánger. Los movimientos de cámara y la duración prolongada de las tomas reflejan el ritmo de una vida condenada a la eternidad que, sin embargo, no logra mantenerse ajena a los dramas cotidianos. No es necesario explicar el motivo por el cual Eve y Adam viven su matrimonio en continentes distintos o a qué se debe la depresión de Adam. Jarmusch provee las llaves de lectura para que el espectador infiera fácilmente estas respuestas. Con esos problemas resueltos casi de antemano es inevitable disfrutar de la noche aletargada de Tánger con la misma intensidad con la que la disfruta Eve, fascinarse como Adam con las guitarras que colecciona o conmoverse con la química entre ambos cuando ella lo visita en Detroit. Los guantes y las gafas que usa la pareja reflejan su percepción sensorial e intelectual de alta gama. Vampiros coleccionistas, vampiros eruditos, vampiros artistas “demasiado buenos como para ser famosos”, vampiros anónimos. Con Only lovers left alive Jarmusch reconfigura el mito  —aunque el final del filme es una vuelta triunfal al género— desde la apreciación del arte y de la ciencia. De esta última se desprende la metáfora absoluta de la historia: la tesis del entrelazamiento cuántico que Adam explica a Eve y que dicta que es posible que dos partículas estén enlazadas en un solo estado cuántico. Así, si una gira hacia arriba, la otra reaccionará automáticamente girando hacia abajo sin importar que las separe un océano entero.

 

 

Destacado: Jarmusch, con su agrupación Sqürl, contribuye a la banda sonora de la película.

 

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