A  lo largo de la historia de la humanidad se ha rendido culto y adorado a muchos dioses, de acuerdo al período de tiempo, división geográfica y a la diversidad cultural existente -Ra, Zeus, Apolo, Quetzalcóatl, Yavé-.

En tiempos antiguos era común atribuir una serie de fenómenos naturales -lluvia, truenos, relámpagos- a dioses omnipotentes, pues la ciencia -escasa en ese entonces- impedía una explicación real y basada en el análisis. Es así que a través de la especulación comienzan a cimentarse creencias, teorías, religiones -dogmáticas-,  muchas de ellas presentes hasta nuestros días, otras desaparecidas en su totalidad.

Tal vez la de mayor repercusión es la católica, por el número de adeptos que ha logrado aglomerar, y por su participación activa en el acontecer internacional -arbitrajes, masivos procesos de evangelización-, pero también es una de las más cuestionadas por la serie de atropellos cometidos y contrarios a sus preceptos doctrinarios -la Inquisición, casos de pedofilia-.

Hoy en día es común observar en nuestro medio una gran proliferación de sectas religiosas, muchas de ellas con fines económicos, otras pocas con un gran sentido y responsabilidad social, pues hacen del cristianismo un estilo de vida que se practica más que se predica, y que sin duda puede ser un aporte importante en la creación de sociedades más equitativas.

Y es que no se puede desconocer, aun por parte de los más escépticos -ateos- que la fe cristiana tiene una capacidad de convocatoria y movilización enormes -grandes peregrinaciones- y que, por tanto, deberá ser encauzada correctamente hacia el servicio y restauración de valores morales, que permitan la convivencia armónica entre seres humanos y más nunca manipulada para fines contrarios a los que predica el Evangelio.

Tito Javier Espinosa Vélez
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