Estas palabras resumen de alguna manera el problema mayor de la humanidad. A mediados del siglo pasado comenzó a usarse el término progreso como un destino manifiesto de pueblos y naciones. Era indispensable crecer para entender que la sociedad estaba en camino hacia el progreso. Todos querían alcanzar ese ideal para ser considerados países desarrollados. Es decir, se acuñó la relación de igualdad progreso=desarrollo=bienestar.

Para estar bien había que crecer económicamente, tanto los países como las personas. De no hacerlo corríamos el riesgo de pertenecer a esa nueva especie perteneciente a los países subdesarrollados. Se confundió trágicamente el sentido del crecimiento económico con el del desarrollo, y como consecuencia lógica se habló de un estado de bienestar para toda la población que anhelaba hacer suyo, entonces, y penosamente hoy también el ‘sueño americano’, y una clase media con altos estándares de ingreso y de consumo.

El proyecto de este mundo ideal ha fracasado totalmente y ha llevado a la humanidad entera a un momento dramático en nuestra milenaria historia debido a los inmensos daños producidos a la naturaleza en ese afán desmedido de producir sin control. No solo el daño es ambiental, el ser humano está también contaminado. Cada día existe mayor confusión, agresividad y sufrimiento.

El camino moderno y posmoderno es insustentable e insostenible. Es indispensable, cambiar el modelo de descarte por una vida digna de ser vivida. Redefinir el significado de progreso, desarrollo y bienestar puede ser el primer paso para reemplazar la locura imperante del sistema actual por una sociedad del Buen Vivir, donde la armonía, la equidad, la igualdad, el respeto por la naturaleza, la justicia social, la libertad, y la solidaridad sean su base y propósito fundamental.