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El Telégrafo
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Las sociedades modernas han desprestigiado la necesidad humana de dedicar tiempo a actividades no productivas

El ocio es sinónimo de calidad y bienestar

Para los niños especialmente es fundamental jugar y divertirse diariamente. Las horas de sueño también ayudan en su desarrollo físico y mental. Foto: El Telégrafo
Para los niños especialmente es fundamental jugar y divertirse diariamente. Las horas de sueño también ayudan en su desarrollo físico y mental. Foto: El Telégrafo
26 de julio de 2015 - 00:00 - Secretaría del Buen Vivir

Ya no es común dedicar el tiempo que los abuelos dedicaban a la siesta. Cada vez es menos frecuente entregarse a actividades sin un propósito productivo, como jugar con los hijos, salir a caminar sin un rumbo prestablecido o jugar con los amigos. Es que la dinámica de productividad que nos exige el mundo moderno nos ha arrebatado el tiempo para vivir experiencias que no tengan, aparentemente, un sentido, pues el sentido que se la ha dado a la vida humana está determinado por sus resultados en términos de ganancia, mas no de disfrute y de distracción.

El aparato productivo necesita que el tiempo que se ocupa en producir un bien o en entregar un servicio sea el más corto posible, pero, al mismo tiempo, ese mismo aparato productivo ha hallado la posibilidad de incrementar oferta y también multiplicar y diversificar la demanda, de tal manera que, si hace 40 años un obrero había cumplido con fabricar 10 juguetes en una juguetería, pero logró hacerlo en menos tiempo del que se le había asignado, pues tendrá que producir más juguetes en el tiempo restante. Mediante esta lógica, la carrera por producir, hacer circular y consumir en el mundo moderno se ha devorado el tiempo personal y el tiempo para compartir, poco a poco. Cualquier posibilidad de tiempo que nos quede libre para cerrar los ojos, para caminar alrededor de la cuadra, para cantar o, sencillamente, para dormir, tiene que ser ocupado con alguna actividad. Pero no con cualquier actividad, sino con una que represente ganancias. Ese es el mandato que la humanidad ha creado en perjuicio de su propia calidad de vida.

A lo largo del día vivimos empecinados en no perder el tiempo en asuntos triviales. Nos aterra perderlo, pues si eso ocurre, significa que alguna tarea no hemos llegado a cumplir. Nos sobreviene la depresión, la frustración, los conflictos interpersonales y hasta el fracaso laboral. Si no manejamos bien nuestro tiempo –nos decimos–, vamos a arrepentirnos. Tiempo es dinero, reza la frase más celebrada del mundo occidental impulsado por el modelo capitalista industrial. Ganar tiempo significa ahorrar dinero. Y, muchas veces, ganar tiempo es perder los buenos hábitos alimenticios, la salud física y emocional,  incluso, los afectos.

Para la Psicología, la conducta adaptativa debe ser estimulada durante la niñez, la juventud y la adultez de un individuo, pues constituyen los fundamentos para que ese individuo pueda estructurar un patrón adecuado de relaciones sociales. El ocio de calidad es fundamental para un adecuado bienestar físico y emocional de las personas con síndrome de Down, por ejemplo, pero es indispensable también para cualquier ser humano destinar parte de su tiempo al ocio, porque las relaciones afectivas que una persona establecerá le darán independencia, responsabilidad, iniciativa y decisión. Estas actitudes del individuo dependen de la calidad de los estímulos de su conducta adaptativa desde la infancia, y este tipo de conducta se desarrolla gracias a prácticas que distraigan, que diviertan, que entretengan.

El ocio y el tiempo libre son muy importantes para los padres cuando educan a sus hijos. Ellos propician las condiciones para que los pequeños ocupen su tiempo en juegos o en sus horas de sueño, pero conforme esos niños crecen, su entorno se encarga de disminuir progresivamente esos estímulos y la conducta adaptativa se torna deficiente. Esto se ve reflejado en los resultados que se viven en los planos afectivo y laboral cuando llega la adolescencia, la juventud y la adultez. En lo afectivo, la falta de tiempo libre en los primeros años se verá reflejada en una incapacidad de la persona para adaptarse a la pareja porque demandará de ella lo que solamente le debió dar el ocio de calidad: el construir una identidad propia y reconocerse en sociedad.

En el plano laboral, hay ejemplos muy atractivos de cómo los empleadores de ciertas empresas han comprendido que si sus empleados gozan de bienestar, son más productivos. Japón ha ofrecido habitáculos para dormir antes de empezar la segunda jornada diaria de trabajo, hay empresas que cuentan con espacios de guardería para que sus empleados que son padres o madres puedan tener cerca suyo a sus hijos en temporadas vacacionales o en ocasiones esporádicas. Google, la gran empresa multinacional de productos y servicios de internet, cuenta con oficinas diseñadas como espacios lúdicos y normas abiertas para sus empleados, de manera que sean los resultados los que midan su rendimiento y su capacidad.  

Históricamente, el ocio ha sido denostado como sinónimo de vagancia, pero, al mismo tiempo, ha sido privilegio de aristócratas atendidos por asalariados que dependen de su dinero para poder vivir. Con el tiempo, estas distinciones de clase se han reducido hasta concentrarse en escenarios más reducidos. Es la clase media la que ha crecido y las diferencias de clase se han dispersado entre la multitud. Sin embargo, la disposición de horas libres o de días libres sigue estando en manos de quien ostenta el poder de la relación laboral. Puede ser que, ciertamente, sea más extendida hoy la posibilidad de que haya tiempo libre para dormir, por ejemplo, pero quien prefiere hoy dormir que salir de paseo con la familia lo hace porque su cuerpo no ha descansado lo suficiente durante días enteros, no porque vaya a vivir una experiencia placentera de relajamiento.

El ocio es necesario para ofrecer un mejor rendimiento en todos los planos de la vida humana. Respetar, promover y valorar los ratos libres no es solamente un privilegio de la vida íntima, sino que puede ayudarnos a forjar una sociedad más comprometida con todas sus actividades. Una sociedad consciente de que hace lo que hace a diario como un acto de generosidad para los demás. Ocio es sinónimo de calidad de vida y debe ser garantía de bienestar de toda sociedad. (I)

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