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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Violencia estudiantil

25 de febrero de 2016

La capital se ha visto estremecida últimamente por los hechos de violencia protagonizados por una parte de los 4.000 estudiantes que cursan en el emblemático colegio Montúfar. El pretexto, la disposición ministerial para el traslado de 16 profesores de dicho plantel a otros del mismo nivel,  sin que la medida signifique degradación profesional ni rebaja de sueldos.

Santo y bueno si se tratara de una demostración de rebeldía juvenil por una causa justa, pero en este caso el cocinado huele a distancia, y no huele a rosas. Se ve claramente que es parte del mismo plan de desestabilización golpista que viene reptando desde el sangriento 30-S, y que hoy se junta a la bullanga del Issfa, de las incesantes y cada vez más escuálidas marchas anticorreístas, de las mil y una tentativas de unidad de las escuadras políticas que no aciertan una en su desesperación por recuperar el paraíso perdido, ese Carondelet que siempre fue hacienda propia de la partidocracia, sus titiriteros imperiales y las gavillas de salteadores a sus órdenes. La desesperación de estos sectores es tal que, por último, buscan cobijarse con el manto de la academia, como ocurrió el jueves pasado en Quito, donde se reunió una vistosa mazamorra para rendirle homenaje a Enrique Ayala Mora, exrector de la Universidad Andina, hace días proclamado ya candidato presidencial por una de las minúsculas agrupaciones socialistas que animan la feria electoral que se aproxima. Allí estuvieron sentados, formalitos y compuestos, en primera fila, Osvaldo Hurtado Larrea, Alberto Dahik,  generales Guillermo Rodríguez Lara y José Gallardo Román, mientras unos cuantos ‘izquierdistas’ se tapaban la cara para no salir en la foto. Todo es parte de la misma tragicomedia, en que los estudiantes, sin saberlo, cumplen un triste papel de carne de cañón.

El plan no es original ni solamente nacional. Es el plan de la restauración conservadora-neoliberal diseñado en Washington por los cerebros del capitalismo salvaje, que por ahora han dejado en la bolsa de  reservas a los Pinochet, Videla, Garrastazu, Alfredos Poveda y otras hierbas venenosas, repudiadas por todos los pueblos de América Latina y el Caribe. Esos cerebros prefieren los golpes blandos, una de cuyas armas fundamentales es el calentamiento de las calles y la guerra global mediática, dentro de la cual unos cuantos medios conocidos tienen más poder que muchos generales y operan en unión de las grandes gerencias de la bancocracia. Lejos de amainar la tempestad, todo indica que se volverá tormenta, sin que a esos cerebros les aplaque la sed de sangre las victorias electorales que han obtenido en Argentina, Venezuela y Bolivia, pues más bien les ha enloquecido el apetito. Creen que es la hora de la anhelada restauración conservadora-neoliberal.

A ello contribuyen los errores observados en todos estos procesos de cambio en el continente, Ecuador incluido. En unos casos, el triunfalismo que presume que no habrá vuelta atrás en lo logrado; el apetito burocrático de presupuestos que deberían orientarse al bien común; el sectarismo que aleja a quienes deben ser tratados como iguales o como aliados; y el amiguismo que encubre malos pasos de dirigentes o funcionarios, y la tolerancia o benevolencia hacia los actos de corrupción que el pueblo -el pueblo, no sus falsos apóstoles ni supuestos líderes- señala con su dedo acusador constantemente.

Cabe esperar que las notas de violencia estudiantil y política irán creciendo en el continente y en nuestro país peligrosamente, sin que se descarte, y más bien deba advertirse, que los francotiradores ocultos en la masa, cualquier rato aprieten el gatillo, para incendiar el país con dos o tres estudiantes muertos. (O)

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