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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Un solo partido para la Revolución y la democracia?

16 de marzo de 2014

Quienes mejor entendieron el papel de una organización política para la transformación estructural de las sociedades, en su orden, fueron Lenin, Gramsci y Fidel. Que cada uno, a su modo y contexto, haya fallado o acertado, es otra cosa. Pero ellos entendieron, con una visión profundamente histórica, para qué sirve un partido o un movimiento político en un escenario de revolución.

Ahora que han pasado las elecciones locales del Ecuador, hay algunos analistas y dirigentes políticos que reducen los enfoques del rol de algunos líderes, a ciertas acciones propagandísticas o a las encuestas como reflejo de un comportamiento ciudadano concreto. Y en ese sentido, ganadores y perdedores se alejan de una mirada compleja de una sociedad concreta como la nuestra.

Para empezar, en Ecuador no hay partidos políticos. Esa categoría, para pensar y entender, no existe por el momento. Su ausencia también explica el comportamiento de los mismos líderes, de los actores políticos y de la ciudadanía. Y no existen porque la derecha y un sector de la izquierda desfiguraron su valor en una sociedad democrática. Es más, algunos de izquierda jamás pensaron sus partidos para hacer una revolución sino para aceitar la democracia liberal. Fueron, todos ellos, desde la derecha hasta cierta izquierda, corporaciones ligadas a intereses concretos. Y por lo mismo impidieron una pedagogía a los ciudadanos. Al contrario, alejaron a las nuevas generaciones de una militancia firme, ideológica y orgánica. Lo más cercano a una experiencia de partido fue la Izquierda Democrática y ya sabemos en qué terminó.

Ahora bien, los últimos años han estado marcados por Alianza PAIS, un movimiento de movimientos, generando amplios debates internos y externos, a favor de unas tesis y en contradicción con otras, a veces de la misma izquierda. Si se revisan los documentos de su primera convención (noviembre 2010) veremos una potencia doctrinaria e ideológica y un programa como nunca antes partido político alguno se propuso. Es en la práctica la guía de la Revolución Ciudadana e incluye demandas de la Unidad Plurinacional, de los grupos ecologistas, del movimiento de las mujeres, entre otras cosas.

¿Por qué ese programa no es la base del discurso de algunos de los que participaron como sus candidatos en las elecciones pasadas? ¿No fue parte de su estrategia para consolidar acuerdos con sus aliados naturales y constituir un frente amplio para captar la mayoría de alcaldías y prefecturas? Y hay algo más que debe estar en la mente de sus dirigentes: PAIS es el germen del partido de la Revolución, pero todavía tiene mucho por desarrollar en esa perspectiva, porque hasta ahora se asienta fundamentalmente en la gestión gubernamental y de algunos gobiernos locales. Y un partido para la revolución y para profundizar la democracia sobrepasa al gobierno. Es más: constituye (y por eso PAIS afronta ahora un intenso debate interno) el soporte ideológico de ese gobierno, pero también es una palanca para superar su gestión y entrar en el terreno de la ideas, de las luchas, de los debates y de las contradicciones en la sociedad, entre los movimientos sociales y la ciudadanía.

Quizá haga falta ese debate por fuera del mismo PAIS, pero adentro hay que imaginar si un partido y/o movimiento de ciudadanos, no necesariamente una organización clásica de masas, es la que está exigiendo una primera lectura de los resultados electorales del 23 de febrero. Y para ello no harán falta los consejos sectarios de los medios privados ni su derecha, sino el diálogo directo y frontal con los actores sociales populares.

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