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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Somos un cuerpo

10 de diciembre de 2014

Fueron las religiones cristianas, descendientes de la tradición religiosa judía ortodoxa, las que más estigmatizaron la sexualidad y sus manifestaciones como los peores pecados posibles dentro del espectro de los errores humanos. Fueron estas creencias las que redujeron a las bellas manifestaciones de amor y búsqueda de placer erótico a meros ‘vicios’ de todo tipo y las que edificaron gran parte de sus doctrinas sobre la negación de la existencia, la importancia y la necesidad de la sexualidad como parte de una vida plena y sana desde todos los puntos de vista.

Fueron las religiones cristianas en su mayoría las que casi ignoraron el contenido y la intención real de uno de los más bellos libros del Antiguo Testamento como es El Cantar de los Cantares, quienes redujeron el milagro de la transformación del agua en vino a poco más que un acto de magia quitando todo el simbolismo de bautizar con una bebida espirituosa la feliz inauguración de la vida sexual de una pareja y su formalización. Fueron quienes se dicen seguidores de quien dijo “No juzguen para que no sean juzgados” quienes se permitieron juzgar y castigar, más que cualquier otra cosa, la legitimidad de los orgasmos propios y ajenos.

Pero tanta estulticia no puede dejar de traer cola, porque en ese afán represor fueron las mismas iglesias las que convirtieron al embarazo fuera de ciertas reglas (matrimonio con una mujer virgen, fidelidad absoluta, sexo solamente como un instrumento de reproducción…) en un pecado cuya carga de deshonra lo convertía en una abominación escandalosa. No tendría que sorprender, entonces, que a lo largo de la historia tantas mujeres, aterrorizadas por el fruto de su error, hayan decidido desaparecerlo de cualquier manera posible.

Aun a costa de la propia salvación de su alma, e incluso de su cuerpo. Pero la gran institución rectora decidió que esto era un pecado peor aún que lo otro.

Se dice en medios ultraconservadores que la información aviva el deseo y que la educación sexual no es lo más conveniente para los niños y jóvenes. Olvidamos lo que han descubierto ya muchos sabios y estudiosos del comportamiento humano: en nuestro inconsciente personal, familiar y colectivo está toda la información, la educación sexual solamente la canaliza de modo que no nos desborde y nos inunde. Pero si continuamos enviándola a la sombra con el pretexto de la moral, el embarazo adolescente, los escándalos de pederastia eclesiástica y otras cosas peores seguirán siendo el pan de cada día.

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