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El Telégrafo
Alfredo Vera

Socialista y amarillo

07 de abril de 2015

Asegurábamos en días pasados que el camino al liderazgo revolucionario, entre otros méritos, se afianza por la lealtad a los principios ideológicos: no a los dogmas ni a la repetición memorística de los principios, sino los que se adoptan a partir de un análisis crítico de la realidad geopolítica con las herramientas de la dialéctica y siempre para comenzar y destacando la solidaridad con el ser humano, y no la sumisión al capital y a su emblema del mercado.

Durante la llamada Guerra Fría entre el imperio capitalista, asentado en Estados Unidos y la Europa central, contra un socialismo agotado, burocratizado y desmotivado de los principios revolucionarios, eliminada la beligerancia, decayendo a la misma velocidad con que la corrupción iba penetrando en la mayoría de los mandos altos fueron perdiendo el carro de la historia.

En ese ambiente, muchos altos dirigentes europeos que se habían autoproclamado socialistas se deslumbraron con el neoliberalismo y terminaron abjurando de sus matices amarillentos y que nunca llegaron a ser rojos.

Uno de esos especímenes de altísimo prestigio, que termina quitándose la máscara es nada menos que el expresidente de España Felipe González, a nombre del Partido Socialista Obrero de España (PSOE) y varios de sus aguerridos conmilitones que enarbolaron las banderas insurgentes a la caída del nefasto, sanguinario y corrupto régimen del general Francisco Franco.

Desde luego que el socialismo democrático europeo, en general, y el español en particular, con el avance del capitalismo, aplastando todos los rezagos que supervivían de la Guerra Fría, incluyendo el Muro de Berlín, asumieron una tonalidad embelesada de girar hacia el neoliberalismo.

Por eso, dignos luchadores de la socialdemocracia latinoamericana, destacándose entre ellos Rodrigo Borja, impulsaron con vehemencia la diferenciación entre la corriente europea y la que se fraguaba con denuedo y lucha perseverante en América Latina: Borja repetía que la socialdemocracia nuestra era a la ecuatoriana, era de barro y caña guadua, anhelando darle un matiz de autenticidad a lo que otrora había sido esa doctrina en el mundo.

Ahora resulta ser que Felipe González se convierte en abogado protector de los golpistas venezolanos que no admiten ni siquiera discutir para tener argumentos con qué oponerse a los procesos que se viven, con diversos matices, en América Latina a partir de la conciencia de que hay que rescatar, primero que nada, la soberanía, la dignidad y la vergüenza propia, para intentar construir un nuevo futuro.

No solo en España y en Europa, también en América Latina, muchos amarillentos empezaron a destruir el sueño transformador que enarbolaba la socialdemocracia hasta que lograron doblegar esa fuerza y someterla a la extinción, hasta que llegó un amarillento innombrable, un tal Páez, y puso la lápida a un sueño abrazado por millones de ecuatorianos. Don Felipe González, atrapado por ese gelatinoso Vargas Llosa, enajenó su imagen en la historia. (O)

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