La historia evoluciona arrastrando a las identidades ideológicas y políticas de los seres individuales y colectivos, a quienes la realidad demanda o exige definiciones más serias y más concretas, frente a los sucesos contemporáneos: los que antes eran ‘izquierdistas light’ y pasaban casi de agache como presuntos adversarios del fascismo, el imperialismo y la ultraderecha, hoy están en la disyuntiva de la tradicional interrogante de Shakespeare: ¿ser o no ser?
Y si son periodistas, comunicadores, activistas políticos, o personajes que cierta relevancia pública, el compromiso se torna más serio.
Era fácil, sencillo y casi natural manifestarse en contra de Pinochet, de Febres-Cordero, de Bush, reclamar cambios de justicia social, abominar el racismo, renegar de los linchamientos mediáticos, etc.
De lejitos admiraban a los barbudos de la Sierra Maestra, a las sotanas de la Teología de la Liberación, repudiaban algunas prácticas partidocráticas, admiraban a los insurrectos contra el sistema, “pero que no me confundan con que soy pro comunista”…
Hasta que la siembra en suelo americano del pensamiento bolivariano, martiano, alfarista y de otros iluminados pensadores y luchadores parió un nuevo proceso y pateó el tablero de los oportunistas que ya no se atreven a mirarse al espejo para que la propia imagen los interrogue: ¿eres o no eres? y, con la cola entre las piernas, reconocer que están sembrando cinismo para cosechar odio entre las gentes que los leen, los escuchan o los ven.
Entonces empiezan a formar parte de la recua que dice luchar contra las supuestas actitudes prepotentes y dictatoriales, cuando desconocen los cambios para disminuir la pobreza; las políticas para distribuir más equitativamente la riqueza nacional; las decisiones para frenar los abusos de las empresas transnacionales; las acciones para defender la soberanía y levantar las banderas de la dignidad; cuando se lucha por la integración continental; cuando no hay un solo preso político ni un desaparecido y todo el que quiere hablar dice lo que le da su gana.
Hay unos cuantos renegados de su propia historia y de sus propios apellidos que deben estar provocando que se remuevan de indignación y vergüenza las cenizas de sus antepasados.
Felizmente la mayoría de los ecuatorianos y latinoamericanos tiene otra estructura moral.