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El Telégrafo
César Hermida

Saber académico y saber popular

24 de enero de 2015

La cultura occidental, su filosofía y su ciencia, tienen raíces en el pensamiento griego y la fe judaica. Toda ella se ha sustentado en saberes, pero sobre todo en creencias religiosas a partir de la existencia de un ser superior sobrenatural. El dios de las religiones monoteístas había creado al hombre mediante un soplo que le dio la mente (y a la mujer, de su costilla), castigándolo para que consiguiera el pan con el sudor del trabajo (y a ella para que sirva al varón y tenga hijos con dolor). El saber, pensamiento, conocimiento, razón, fue, desde los griegos, privilegio de los señores, que vivían a expensas del trabajo manual de los esclavos y luego de los sirvientes de todo tipo.

En las ruinas históricas de romanos, mayas o incas, se comprueba que el cristianismo dejó de construir la infraestructura colectiva de calzadas o viaductos, acueductos, sitios de reunión, termas y otros, para dar paso a iglesias, catedrales y templos que llenarían las ciudades y los campos, a fin de cuidar el alma. El cuerpo, considerado fuente de pecado, particularmente la carne de la mujer, sería el demonio. Varios siglos ha dominado, sobre la cultura occidental, el poder absoluto de estas creencias de las iglesias cristianas. Esta cultura, con su Inquisición, martirios y sanciones, se modificó a partir del siglo XVI con el Renacimiento, que inició la búsqueda de la verdad de la ciencia, la de las evidencias, para reemplazar a la verdad de la fe.

Con el Renacimiento, el pensamiento científico, distanciado del mundo subjetivo de los afectos que quedó en manos de la religión (salvo las actividades, controladas, del arte), endiosó el campo cognoscitivo de la razón. La ciencia inició el desarrollo de la tecnología, protegiéndola con su prestigio, y la misma propició la fabricación de mercancías que generarían el ‘progreso’ y las correspondientes ganancias para la acumulación del capital.

Las universidades, inicialmente teológicas, dieron paso a las universidades científicas, del exclusivo campo del área cognoscitiva. Ese ha sido su modelo o paradigma.

Pero quinientos años después renace otro paradigma, un saber de antigua transmisión oral, el ancestral, de la concepción complementaria del saber y el sentir, y la correspondencia del todo con sus partes. Saber y accionar colectivos de la reciprocidad y solidaridad (en donde la individualidad no existe) de la vida sana en armonía con los demás y con la naturaleza. Un ‘saber popular’ inseparable del sentir y el hacer colectivos.

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