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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Reconciliación y reflexión continental

16 de abril de 2015

La VII Cumbre de las Américas, que concluyó el sábado anterior en Panamá, marca un antes y un después en la visión de Estados Unidos sobre el continente, que puede diferenciarse a partir del deshielo de los nexos con Cuba y el cambio de actitud hacia Venezuela.

El apretón de manos entre los presidentes estadounidense Barack Obama y cubano Raúl Castro, representó el armisticio y fin de la Guerra Fría en el continente americano. Esto producirá profundas transformaciones para los estadounidenses y latinoamericanos. Ambos líderes, por separado, admitieron el inicio de una nueva era en las relaciones políticas y económicas del continente. “Los días en que nuestra agenda en este hemisferio a menudo suponía que Estados Unidos podía interferir con impunidad están en el pasado”, dijo Obama. “Estamos dispuestos a hablar de todo, con paciencia” dijo Castro, “en algunas cosas estaremos de acuerdo, en otras en desacuerdo”, agregó.

Asistimos al inicio de una nueva era en las relaciones hemisféricas, una de acuerdos y desacuerdos, de cooperación bilateral auténtica, de negociar diferencias favoreciendo el interés común. Como en política exterior la geografía es el destino, las bases de las relaciones cubano-estadounidenses, serán extensivas a toda la región.

En consecuencia, debemos pensar en soluciones democráticas para resolver nuestros problemas comunes, en donde la corrupción no tenga cabida sin que la justicia independiente, deje caer el peso de las responsabilidades contra los saqueadores del erario nacional. Ese tiene que ser el nuevo camino, la nueva aspiración, el complemento de lo que se ha discutido y aprobado en Panamá, porque nos negamos a creer que todo caiga en la tragedia de la hipocresía. Porque esa tragedia traería irremediablemente la frustración que antecede a la violencia popular indignada por la inconducta de quienes hacen del Estado y sus bienes un botín particular o grupal.

Es la reflexión que nos llevará al estado de conciencia que enderezará nuestra vida política y social.

La corrupción no solo debe ser vituperable y rechazada como el peor crimen contra toda la sociedad, sino sancionada de manera ejemplar. Eso solo se puede lograr cuando nuestras instituciones judiciales respondan únicamente a la sociedad y no a grupos.

El encuentro de Panamá debe ser el principio definitivo de ‘algo más’ que una injerencia norteamericana en nuestras vidas, sino el paso lógico, bien pensado y esperanzador de que somos capaces de ordenar nuestro sistema social de manera que responda a una clara ética de Estado. Si lo logramos, las generaciones futuras lo disfrutarán y nos lo agradecerán; habremos dejado a nuestros hijos una obra fundamental para continuar el ordenamiento de una sociedad justa, unida y respetable en el concierto de naciones del hemisferio y de todo el mundo.

Creo que es lo que todos aspiramos; que nuestros descendientes sean mejores ciudadanos que nosotros y el nuestro sea, definitivamente, un mejor país. (O

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