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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Moralismo político para una democracia bien curuchupa? *

08 de junio de 2014

@OrlandoPerezEC

Tenemos misas por todas partes. Y para ello hacen falta sacerdotes y biblias. Sin descontar ritos en nuevas capillas y en santuarios menos medievales (más mediáticos).

Las rupturas del pasado (que algunos califican de sesenteras como sinónimo de añejas y desabridas) son ahora pecados capitales. Algunos gestos y posturas, además, no caben en la formalidad y en los rituales de nuestras democracias curuchupas (como sinónimo de ultraconservadoras, para quienes no conocen este adjetivo/sustantivo bien ecuatoriano).

Los ‘nuevos’ revolucionarios se declaran demócratas y hacen de su fe una venia al liberalismo, al matrimonio, a las sagradas instituciones, de las que no se salvan, ni con conjuros, las formalidades de la democracia representativa y mucho menos las búsquedas de mejores días (’el pasado siempre fue mejor’). Ellos ahora señalan con el dedo a quienes no se ajustan a la alternabilidad, la división de poderes, a la solemne respetabilidad de la opinión pública y las sagradas instituciones del mercado. Quienes osamos imaginar otras formas de relacionamiento, tenemos los días contados y un lugar bien ganado en la quinta paila del infierno. En otras palabras: hay un ‘consenso’ democrático, liberal y cristiano a favor de una democracia de naftalina.

Eso explica los homenajes de ciertos políticos a quienes cometieron delitos de lesa humanidad; la imposibilidad de modificar la Constitución que tanto cuestionaron y hasta difamaron; cercar toda reflexión a la búsqueda de alternativas al desarrollismo ambientalista; y, sobre todo, garantizar el retorno de himnos, trajes, pensamientos y posturas del siglo pasado para que el mundo gire sobre las castas, élites y poderes fácticos sin ninguna crítica y mucho menos con la presencia de cholos, indios, mestizos o clasemedieros que tanto ruido han metido en estos años.

La palabra revolución, para todos ellos, se ha degradado y ahora solo cabe como sinónimo algo traído desde el siglo XIX: evolución. En la medida que esta palabreja se sostenga, los santuarios de la verdad (medios privados cargados de mercantilismo por todas partes) impiden y hasta blasfeman contra toda postura revolucionaria con olor a Cuba o a Buen Vivir.

Pero también es cierto que buena parte de las izquierdas ha contribuido a esta democracia curuchupa y moralismo político: la transformación solo es posible si no involucra o afecta al neoliberal que llevan dentro. El Subcomandante Marcos o el mismo Che Guevara son íconos de la nostalgia para esas izquierdas modernizantes que no se sonrojan en vivir el mejor de los capitalismos posibles.

No tenemos futuro, solo pasados. Vivimos un gran presente para desentendernos de los conflictos de nuevos futuros. Las derechas financian la restauración conservadora y las izquierdas piden plata a las oenegés internacionales para detener toda transformación revolucionaria.

Malos tiempos para el debate y la reflexión: ¿Solo hay amigos y enemigos? Y todos ellos confundidos en teorías sin respuestas, apenas colocan preguntas para desentenderse de toda explicación de la realidad para transformarla a favor de la gente.

*Este artículo es un homenaje a un gran amigo: Pedro Saad Herrería, fallecido el viernes pasado y con quien habíamos soñado escribir un largo ensayo sobre la democracia ecuatoriana.

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