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El Telégrafo
Xavier Villacís

Entre la lucidez y la estupidez

12 de octubre de 2018

En medio de este último feriado, con un buen amigo nos pusimos a charlar sobre lo afortunada que resultó nuestra generación: la que nació a inicios o mediados de los 70. Aquella de niños deslumbrados con el arribo del cine a casa en forma de Betamax o la llegada del Atari como regalo de Navidad.

Y convertidos en adultos nos embargamos de placer dominando con prestancia lo último en tecnología a desembarcar en nuestros hogares. El haber gozado de ese antes y del presente -me decía mi referido buen amigo-, transitando de la mano con todo lo que a nuestro paso emergió y emerge, fue y es de una gran fortuna.

A lo charlado vale acotar que también fuimos afortunados al constatar, por lo menos en su postrimería, una época donde el razonamiento y la palabra lúcida eran dotes comunes. Sobre todo entre políticos, docentes, periodistas, artistas, entre otras profesiones llamadas a destacar públicamente. Situación distinta la presente. Vivimos días en los cuales quienes más resaltan son los que, por ejemplo, a la estupidez la vuelven consumo masivo a través de la televisión o del Facebook. A esos vendedores de idioteces la grandeza de espíritu, o de las expresiones que permanecen fieles a épocas pasadas, les molesta.

Debido a ello, en los actuales tiempos no necesariamente se requiere de lucidez en la palabra y agudo razonamiento para decirse, por ejemplo, periodista, artista o político y luego hasta llegar a ser funcionario o un mandatario de elección popular. Basta con ser un caradura total, poseer algo de plata (si se tiene mucha, mejor) y atesorar un osado oportunismo.

Faltos de los más elementales principios morales y éticos, a esa clase de individuos, que rondan o esperan llegar a las esferas públicas, les termina yendo bien con sus ambiciones. Incluso se vuelven referentes de una época en la que ser imbécil, chupamedias, vil o inmoral ya no conlleva impedimento alguno para tener éxito político, profesional o social y que, por el contrario, se han constituido en “normas” para triunfar. (O)

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