Ecuador, 19 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Latinoamérica hoy, liderazgo democrático

19 de diciembre de 2014

Entre los lugares comunes de la politología ‘a la page’ está la idea de que un liderazgo personal resulta antidemocrático. Sin embargo, el poder altamente fragmentado conviene al debilitamiento de la política y de la gobernabilidad; de tal modo, la capacidad de síntesis que un líder personal sepa hacer de la multiplicidad diversa de demandas sociales es central para que esas demandas encuentren una concentración suficiente de poder político como para enfrentar a los poderes fácticos que nadie vota, pero siempre actúan (multinacionales, geopolítica de las grandes potencias, iglesias, propietarios de medios de comunicación, entre otros).

Por lo antedicho (y como bien ha mostrado la teoría de Ernesto Laclau), la voluntad de los votantes tiene muchas más posibilidades de ejercerse si hay un líder que sintetice la fragmentación ciudadana. No es así, en cambio, cuando la representación política se fragmenta a su vez y resulta fácil presa del peso decisivo de los poderes fácticos, siempre presentes.

Seamos claros: es democrático aquello que asegura el ejercicio de la voluntad popular, y no aquello que impide su ejercicio. En ese sentido, el liderazgo personal quizá no sea la única posibilidad, pero sí es una de las más viables para garantizar que realmente gobierne la voluntad expresada a través del voto.

También está el trillado argumento de que el líder es un demagogo que maneja el pueblo a su antojo. Qué simplismo tan conmovedor. Si así fuera, tendríamos miles de líderes exitosos a la vez (lo que implica que ninguno lo sería de veras). También, para ser líderes, ‘muchos son los llamados, pocos los escogidos’. No cualquiera es líder popular. Además de talento y carisma se requiere, por sobre todo, responder a las demandas populares. Defender coherentemente los intereses de los ciudadanos. Es el único modo de sostenerse un período considerable como líder. No hay en los pretendidos ‘caudillos autoritarios’ ningún misterio: son queridos porque representan la voluntad popular, sea esta explícita o implícita, y en este sentido son todo lo contrario al autoritarismo; son voceros -a veces con anticipación, incluso- de la voluntad de los sectores sociales más pobres, y de buena parte de las clases medias.

Sobre su pretendido ‘estar mucho tiempo en el poder’, todos saben que Chávez estuvo varios años menos que Helmut Köhl, pero a este (¿por blanco y europeo, quizás?), nunca se le reprochó presunta perpetuidad gubernativa. Los partidarios de la alternancia política, además, pueden ser genuinamente antidemocráticos.

Si se dan las garantías para que las elecciones sean transparentes y libres, y dentro de esa condición, el pueblo quiere votar a un candidato y se impide su presentación por cuestiones de orden legal o reglamentaria, se está impidiendo que se ejerza la voluntad popular. Si un gobierno es malo, nadie querría votarlo en la elección siguiente: si un gobierno es votado varias veces consecutivas, es que tiene la difícil virtud de representar intereses populares a través del tiempo y de sus cambiantes circunstancias. Y por ello es, en los hechos, un gobierno que debe considerarse alta y genuinamente democrático.

Contenido externo patrocinado